Sin nombre

Capítulo 1

Enero 2007

Sabanas enredadas y sudor, seguidos de insomnio y temblores. Podría sonar dramático si no fuera tan común en sus noches recientes. Alexander dejó de luchar por encontrar una postura cómoda y se acomodó boca arriba. Sus ojos grises se abrieron lentamente y se quedaron fijos en el techo, recorriendo con paciencia los relieves de los moldes decorativos. La habitación, impecablemente amueblada, parecía carecer de todo rastro de calidez. Permaneció allí, inmóvil, siguiendo con la mirada las finas líneas de pintura que apenas se distinguían sobre el blanco uniforme.

Probablemente estaba amaneciendo, o casi. Se dio la vuelta para coger su reloj de pulsera de la mesita de noche de caoba. Las 4:46 de la mañana. Qué bien que sus pesadillas le permitieran dormir un poco más.

Podría decirse que le daba miedo dormir, aunque no era miedo lo que sentía, sino una resistencia silenciosa, una falta de prisa por volver a intentarlo. Sus sueños no eran simples imágenes, sino recuerdos que regresaban con la crudeza del presente.
A veces era el automóvil girando fuera de control, el chirrido del metal y el grito ahogado de su esposa, seguido de un silencio insoportable. Otras, el llanto de su hija, frágil y desgarrador, que parecía atravesar las paredes del sueño para recordarle lo perdido.

Dormir, para él, era abrir la puerta a esos pasados, y no tenía urgencia de volver a cruzarla.

Alexander dejó que las piernas cayeran al borde de la cama y se cubrió la cabeza con las manos, apoyando la frente en sus rodillas. Respiró hondo. Y otra vez. Y otra vez. Sigues respirando. Sigues aquí. Tengo el control de esto.

Cuando finalmente se incorporó, se vistió con el traje negro que le esperaba y bajó las escaleras con pasos lentos, aún arrastrando el peso de la noche. En la cocina, su ahora habitual café cargado le esperaba, lo tomó entre las manos y llevó la taza a los labios, dejando que el calor lo anclara al presente.

El aroma del café recién hecho se había convertido en su único refugio. Le recordaba una época anterior, más ligera, cuando desayunaba con su esposa en una cafetería del centro, cuando su hija aún era apenas un sueño. Era lo único que conseguía mantenerlo cuerdo.

Poco tiempo después de lo sucedido, Alexander había regresado al trabajo. Lo recordaba claramente: fue justo después de haberse mirado al espejo, discutir consigo mismo y golpearlo, cuando decidió que necesitaba salir de esas cuatro paredes. Y qué mejor que su empresa, con sus pasillos llenos de movimiento y tareas que lo obligaban a concentrarse, aunque nada pudiera borrar del todo el vacío que había sentido entonces.

Alexander se sirvió otro café. Intentó ignorar el reflejo de su propio rostro en la plata pulida de la tetera: piel pálida, ojeras profundas, labios secos. Siempre había sido un hombre fuerte, pero ahora parecía una sombra de sí mismo.

Terminó su taza de un sorbo, se puso en pie con esfuerzo y se miró en el espejo del pasillo antes de salir. El traje caía perfecto sobre su figura, pero nada podía ocultar lo roto de su mirada.

La rutina lo empujaba hacia adelante: el chofer esperándolo, la oficina, los papeles. Y aun así, cada paso le pesaba como si llevara el mundo a cuestas.

Cuando por fin llegó a su despacho y cerró la puerta tras de sí, estaba prácticamente jadeando. Se aflojó la corbata, apoyó las manos en el escritorio y cerró los ojos con fuerza. Tengo el control de esto.

—–———————————————

A la mañana siguiente, las pesadillas de Alexander lo acosaron hasta las 4:48 a. m.

La primera lo situó en la carretera, pero esta vez no veía el accidente; sentía el choque en su cuerpo antes de que ocurriera, un latido extraño que vibraba en sus huesos, y la sensación de impotencia al ver cómo las sombras de su esposa y su hija desaparecían en la luz de un faro que no podía esquivar. Su pecho dolía como si algo lo aplastara desde adentro.

La segunda lo llevó al hospital. Caminaba por los pasillos con el eco de pasos que no eran suyos. Vio la camilla vacía de su hija, cubierta con una manta pequeña que olía a su perfume infantil. Intentó gritar, pero su voz se deshacía en un hilo de aire, y la desesperación lo envolvía como agua helada.

De repente, un recuerdo irrumpió entre sus pesadillas. La voz de su madre resonó en su mente:
—Alexander… tú sobreviviste, ellos no corrieron con la misma suerte… —le dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. No puedes devolverlas, pero debes vivir. Por ellas.

Ese recuerdo le quemó el pecho y lo hizo recordar la fragilidad de todo, la certeza de que su pérdida era absoluta.

En la tercera pesadilla, su propia casa estaba vacía y distorsionada: los muebles flotaban a media distancia del suelo, los cuadros giraban en las paredes, y las voces de su esposa y su hija se filtraban por las rendijas, como si quisieran alcanzarlo pero nunca pudieran. Cada risa que escuchaba se quebraba en un grito que le helaba la sangre.

Un nuevo recuerdo lo golpeó: la voz de su madre mientras lo abrazaba en la sala de la casa familiar, días después del accidente:
—No hay forma de cambiar lo que pasó, Alex —susurró con voz temblorosa—. Pero debes seguir adelante. Ellas querrían verte vivir, no morir atrapado en la culpa.

La cuarta pesadilla lo encontró en el jardín de su mansión: el pasto estaba seco y gris, y los juguetes de su hija estaban esparcidos por todas partes. Los recogía, pero cada vez que los tocaba, se deshacían en polvo entre sus dedos. Sentía la piel áspera del césped, el frío del aire y la pérdida concreta, tangible, como si todo lo que amaba se desvaneciera a cada paso.

Alexander abrió los ojos, sudoroso. El reloj marcaba las 5:22 a. m. Se sentó al borde de la cama y recordó otro momento: su madre, sentada frente a él, sujetando sus manos, intentando transmitir fuerza:
—No estás solo, Alex… no estás solo en esto.

Sus manos temblaron al recordar cómo él había negado esa compañía, cómo había preferido el aislamiento para no enfrentar la realidad de la ausencia. Y sin embargo, esa voz persistía en su mente, recordándole que debía seguir adelante, aunque nada le diera consuelo.



#4868 en Novela romántica

En el texto hay: ricos

Editado: 18.09.2025

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