Llegar al departamento y relajarme en un baño de burbujas era lo único bueno que podía sacar de este asqueroso día. Hasta que la música empezó.
¿Otra vez, en serio? Bufé incrédula. ¿Qué una chica no podía tener un tiempo relajante en silencio?
Tomé los audífonos y el iPod que había dejado descansando en la orilla de la tina y los coloqué en mis oídos. Ain’t it fun de Paramore empezó a sonar y yo me hundí más en el agua con cuidado de que no se fuera a mojar nada por fuera de la bañera.
Aún se escuchaba la canción del departamento contiguo, pero la mayor parte del ruido era amortiguada por mi propia música. Hasta que una canción —si es que se le podía llamar así— casi tumbó mis paredes.
Hammer smashed face era tan ruidosa y molesta. Quiero decir, me gustaba la música pesada, pero solo cuando me ejercitaba, no a todo volumen al final de un día tan estresante. Me levanté furiosa y grité con frustración. Me puse la ropa que usaba para dormir, sin importarme el que el agua siguiera chorreando por mi cuerpo, antes de salir del departamento y empezar a aporrear la puerta por donde salía la molesta música.
Mi corto cabello negro ya había empapado mi blusa por completo, pero yo me hallaba tan enojada que lo ignoré. Solo quería que apagaran la maldita música.
Estaba empezando a darme una migraña —seguramente por haberme saltado el desayuno y la comida— y lo que menos quería era seguir escuchando aquella estruendosa canción. Volví a golpear la puerta. Con cada segundo que transcurría sin que atendieran, mi molestia crecía.
Recargué mis brazos en el marco de la puerta y tomé profundas respiraciones para calmarme un poco antes de hacer algo loco, como tumbar la puerta yo misma. Mi fuerte carácter no podía salir justo ahora. Me había tomado mucho tiempo poder controlarme, pero tener un día de mierda coronado por un ruidoso vecino de mierda era el colmo.
No sé cuánto tiempo estuve con el rostro bajo y los ojos cerrados tratando de aligerar mi dolor de cabeza, pero sentí cuando abrieron la puerta.
—Tiene que ser una broma —murmuró una voz conocida. Elevé mi mirada y me topé con un muy bonito pecho desnudo. Mi mirada viajó más abajo sin poder evitarlo. Tragué saliva.
Elevé mis ojos con lentitud, barriendo todo su cuerpo en el proceso, notando que mi vecino solo tenía puesta una toalla alrededor de sus caderas.
¿Ese bulto era normal o era que estaba feliz de verme?
Cuando mis ojos se engancharon con unos ojos azul eléctrico, gimoteé lastimera.
—Esto es una broma de muy mal gusto.
—¿Tú eres Ross? —quiso saber, incrédulo. Mis ojos se abrieron aún más si era posible al escuchar su pregunta. Ese apodo... Dios, no. Solo había una persona en el mundo que me decía así a mí y no quería creer que...
—¿Eres el compañero de Reil? —observé su mandíbula apretarse y gemí afligida al comprobar mis sospechas—. Dios, ¿qué te he hecho? —pregunté mirando hacia el techo.
Un fuerte portazo me hizo dar un salto en mi lugar y apreté la mandíbula al encontrarme frente a una oscura superficie de madera.
¿Me acababa de dejar afuera? ¿Solo así? ¿Acababa de cerrarme la puerta en las narices?
«Ah, no».
Abrí la puerta sin permiso y pasé escaneando los alrededores.
—¿Dónde estás? —grité por encima de la música. Esa vez no iba a salirse con la suya.
—¡Kara, maldita sea! ¡Sal de mi departamento, ahora! —alcancé a escuchar desde otra habitación.
Me encaminé hacia el sonido de su voz pisoteando fuerte. Parecía una niña haciendo una rabieta, pero no me importaba. Él no me iba a amargar la estadía en el nuevo departamento.
—No hasta que me escuches —repliqué cruzando los brazos sobre mi pecho. Cuando salió de nuevo a la sala de estar, ya estaba vestido con unos jeans desgastados y apenas se estaba poniendo una camiseta blanca, dejándome ver por última vez su cuerpo delgado. Apenas alcancé a reaccionar cuando me lanzó una camiseta negra y asintió hacia mí.
—Póntela, se te ve todo —dijo con un gruñido. Fruncí el ceño y bajé la vista a mi pecho. Sentí mi cara calentarse cuando me di cuenta de que era cierto.
Mi blusa era blanca. Se había empapado por no secar mi cuerpo antes de ponérmela. No llevaba sostén.
Está de más decir que fue una mala idea salir así.
Cuando me la coloqué, me sentí más confiada; menos vulnerable. Su mirada se encontró con la mía y observé su mandíbula tensa.
—¿Qué quieres? —preguntó molesto. Yo reí. ¿De verdad no sabía? Porque era más que obvio para mí.
Le lancé una mirada molesta y elevé mis manos al cielo.
—¿Es que no puedes escuchar música como la gente normal?
—No —contestó cortante. Apreté mis muelas ante su respuesta y estallé.
—¡¿Es que acaso estás sordo?! —hizo una mueca y se tapó un oído.
—Eh, baja la voz. Me vas a reventar un tímpano —se quejó.
Eso era el colmo. Sacudí la cabeza al tiempo que dejaba escapar una risa áspera y seca, sin humor.
—¿Que te voy a reventar un tímpano? Estás loco, Bates.
—Profesor...
—No —lo interrumpí—. Aquí, justo ahora, solo eres el imbécil de mi vecino. En clase te trataré de lejos y con respeto, pero aquí —hice énfasis en la palabra—, no. Y menos si insistes en no dejarme dormir con tu música ruidosa.
Sus ojos se desviaron por encima de mi cabeza y luego me miró divertido.
—Apenas serán las nueve. ¿Desde cuándo duermes tan temprano?
—Ugh, cállate, idiota, y solo bájale a la música. O juro que iré por el casero.
—A mí no me amenaces, Rosseau, que puedo hacerte muy difíciles las cosas. Tanto aquí como en la universidad. Esta vez yo soy el influyente y tú eres... nadie —dijo con una mueca de desprecio mirándome de los pies a la cabeza.
Mi temperamento empezó a hervir dentro de mí y temí explotar.
¿Pero quién demonios se creía que era? ¿No se había jactado tan solo horas atrás de ser lo suficientemente maduro como para separar su vida personal y la profesional?