Sin Whisperers

Bajada al Infierno

 

 

 

Es verdad eso de que cuando estás a punto de morir pasa toda tu vida por delante de los ojos. Lo que no sé es si fue a causa del golpe o es que realmente es así, pero vi mi vida en diapositivas. El sabor de boca que me dejó fue un poco amargo. Me pareció que no había aprovechado bien las oportunidades y que mi vida no había tenido nada de especial. Pero bueno, me daba igual. Todo mi ser estaba lleno de paz. Una paz y una calidez que me hacían sentir muy bien. Sin preocupaciones, sin malos pensamientos, sin sentir nada… Salvo un tecleo.

¿Un tecleo? ¿Quién está usando el ordenador? Con lo a gusto que estaba yo en ese estado de serenidad y ese insistente sonido repetitivo no hacía más que cobrar fuerza y perturbar mi tranquilidad. En cuanto quise darme cuenta, estaba en un túnel y una luz blanca al final del mismo me atraía enormemente. Algo en mi interior me decía que el extremo del túnel era mi destino y que allí encontraría la paz y la felicidad eterna. La ansiaba con todas mis ganas así que me dirigí hacia allí. Y el maldito repiqueteo de las teclas seguía insistiendo. Recuerdo que pensé: «¡Joder! ¿Para una vez que muero, no pueden dejarme tranquilo? Pues a la mierda. Yo me voy a la luz y que se jodan los ordenadores, que ya estoy harto». Me encaminé con toda firmeza hacia la luz y algo comenzó a tirar de mí. Al mismo tiempo, una voz iba hablando con cierto eco. Pensé que era Dios quien me hablaba, o quizá un ángel que me llamaba con voz suave y melodiosa.

—Vamos, ven, ven…

«Eso hago. Ir, ir».

—Date prisa…

«Eso intento».

—Venga, que no tengo todo el puto día.

… ¡Joder, cómo cambia el cuento! Una mano tiró de mí y me sacó bruscamente del túnel, situándome en una sala enorme donde había un mostrador y una fila de almas increíblemente larga. Miré atrás, al túnel. Había un hombre barbudo con cara de pocos amigos sosteniendo una linterna que apuntaba al agujero del túnel.

—Oiga… —intenté preguntarle dónde me encontraba, pero enseguida me cortó bruscamente.

—¡Vamos, vamos, circule! ¡Váyase a la fila, por favor! —La manera en la que se libraba de mí me hizo desistir de decirle nada. Luego, se giró hacia túnel y vociferó a pleno pulmón—: ¡Me cago en la puta! ¡No me obstruyan el túnel! ¡Diríjanse hacia la luz! ¡La luz!

Me situé en la cola, bastante confuso. Eché un rápido vistazo al principio. No se movía, y en el mostrador, que estaba tan lejos que apenas se veía, había dos almas mirando una pantalla de ordenador. Tecleaban y meneaban la cabeza. Debido a la arquitectura de la bóveda y al silencio reinante, el repiqueteo de las teclas sonaba por toda la inmensa estancia y tan solo fue ahogado por una voz en grito diciendo: «¡Como entre yo, vais a dejar de ver la luz, pero os voy a sacar a hostias!».

La gente iba acumulándose en la fila y esta no avanzaba. Veía que todo el que venía estaba tan confuso como yo e incluso más, pero nadie se atrevía a preguntar. De vez en cuando se paseaban almas que parecían guardianes por los lados de la fila exigiendo silencio y todos acatábamos la orden sin rechistar. Lo único que podía hacer era esperar.




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