Me estiré perezosamente en la cama y me levanté sin muchos ánimos. Era catorce de febrero, Día del Amor y la Amistad. Para ser honesta, el festejo no me entusiasmaba demasiado. Realmente no comprendía de qué se trataba esto de regalar cosas, es decir, es válido hacerle un regalo a alguien pero... ¿Es necesario regalar algo para demostrar que quieres a alguien?, ¿Ese es su concepto de amor? En mi opinión, el catorce de febrero no es más que un día consumista en el que se acostumbra dar regalos caros, grandes y lujosos solo para presumir a los demás, está bien dar regalos pero ¿por qué solo hoy?, ¿Qué hay de los otros trescientos sesenta y cuatro días?, ¿Es que en esos días no hay ni amor ni amistad?
El evento que organizaban mis padres era, sobre todo, para que la gente tuviera un lugar para divertirse con su pareja; la parte pública estaba llena de juegos y lugares de entretenimiento, incluso había un stand de casamiento y otro de besos. Por otro lado, estaba la sección privada, que era para nosotros y los amigos más cercanos de la familia.
Pensé en invitar a Leo, pero no quería forzar nada de lo que sea que hubiera entre nosotros. Además, había invitado a Asher y por lo que había visto ellos habían discutido, suponía yo por culpa de Hannah y sus mentiras. Y aunque me doliera admitirlo, me hubiera gustado mucho que él estuviera ahí, siempre tenía algo que decir o un comentario gracioso que soltar. De vez en cuando también le daba por soltar reflexiones en voz alta. Su compañía era por completo agradable y cada que hablaba de algo que le gustaba le brillaban los ojos. Además, me gustaba mucho que -a diferencia de los demás- me llamara por mi segundo nombre, en su voz y con ese acento italiano tan marcado se oía increíblemente bien. Tan enigmático, atrayente, sensual, su forma de pronunciar cada letra como si estuviera saboreándola, y eso que nunca fui muy fan de que me llamaran...
— Madd... ¡Madd!
Tomé aire mientras parpadeaba. Centré la vista en la profesora Angels, quien me miraba con el ceño fruncido.
— Te hice una pregunta —Indicó.
— ¿Eh? —Pregunté como una idiota y con las mejillas rojas consiguiendo que varios de mis compañeros soltaran risitas de burla.
— ¿Cuáles son los productos de la fotosíntesis? —Preguntó la profesora.
— Oxígeno y glucosa —Respondí rápidamente.
— Bien —Dijo para después girarse a la pizarra.
— ¿Qué pasa?, ¿la esquizofrenia comienza a comerte el cerebro? —Susurró el chico que tenía detrás y se rieron varios de ellos.
Decidí ignorarlos -como todas las otras veces- y seguir con mi vida. Cuando la clase terminó la maestra me retuvo para hablar con ella así que me acerqué a su escritorio en espera de mi regaño.
— ¿Qué te pasa? —Preguntó directamente— Has estado desconectando demasiado estos días.
Supuse que nadie lo notaría, pero últimamente había estado ausente porque pasaba el día esperando el momento de hablar con Leo. Él me hacía reír y no había mañana que no despertara con un mensaje suyo, al yo responderle, él enviaba otro y así era como se formaban nuestras conversaciones interminables.
— No sé, me he sentido muy ansiosa estos últimos días.
Pero de las ansias que a mi me gustan.
— Lo he notado, por eso te lo pregunto, ¿va algo mal?
— No —Aseguré.
— Madd, eres una de mis mejores alumnas y no me gustaría que eso cambiara, eres una persona excepcional, tienes una luz... pero la escondes para no darte a notar.
— No me gusta ser el centro de atención —Murmuré mirando un tarro de plumas sobre el escritorio.
— Te conocí en secundaria, eras muy diferente... y lo que yo creo es que tu no apagaste esa luz, sino que alguien lo hizo por ti.
Fruncí el ceño, confundida.
— Le juro que no volverá a pasar.
Ella relamió sus labios y asintió. Me indicó que podía irme pero justo cuando estaba por cruzar la puerta habló:
— Tu falta de concentración no se debe a que estamos cerca de lo que pasó con Jason... ¿O sí?
Me tensé de golpe. Por un momento había olvidado completamente lo de Jason. ¿Cómo podía ser posible?, ¡Pero qué mala persona estaba siendo!, ¡Estaba siendo una desconsiderada! Me giré hacia ella y negué con la cabeza para después trazar mi camino a los casilleros. Saqué mis cosas distraídamente, estaba empezando a sentir que flotaba, que nada era real, estaba empezando a desconectar...
Y de una forma que ya no me gusta tanto.
Cerré el casillero de golpe y cubrí mi rostro con ambas manos.
— ¡Guao!, No me digas que se ha comido tu diccionario —Dijo un chico.
Suspiré con pesadez para después quitar las manos, dispuesta a irme de ahí, pero ver a Gabriel frente a mí con el ceño fruncido y una leve sonrisa, me detuvo.
— ¿Tú qué haces aquí? —Pregunté.
— Hola, ¿Cómo estás? Bien y tú. Excelente. ¿Qué te trae hasta aquí? Venía a traerte algo.
— Lo siento —Me disculpé.
— No pasa nada —Aseguró sacando una nota del bolsillo de su pantalón— Te lo mandan.
— Gracias —Respondí tomándola.
— Dime metiche, pero tengo que preguntar... ¿por qué pagas tus frustraciones con el casillero?
— Es que no he podido concentrarme, creí que un poco de ruido me ayudaría.
— Si necesitas ruido pégate a Hannah, esa mujer habla hasta por los codos.
Solté una pequeña risa.
— ¿Tú no deberías estar en clases? —Pregunté después de un rato.
— Eso díselo a tu novio.
Mis mejillas se pusieron coloradas.
— No es mi novio.
Él solo levantó las cejas y rió suavemente.
— Bueno... a tu enamorado.
— ¡Madd! —Gritaron detrás de mí— ¡Adivina a quién le han dejado una rosa en el casillero!
Tanto Gabriel como yo miramos a Alice, quien tenía una enorme sonrisa. Al ver que ninguno de los dos pensaba decir algo lo hizo ella:
— ¡A Hannah!