Mis ideas del secuestro o la desaparición de Leo se esfumaron en el momento en el que lo vi entrar por la amplia puerta del salón del taller. Estaba serio y con expresión cansada, pasó ignorando a todos y se sentó en el piano. Gabriel y Eduardo corrieron hacia él en seguida. Los tres se veían muy sospechosos mientras hablaban en susurros.
El castaño me miraba continuamente mientras yo fingía que leía pero en realidad estaba poniendo todo de mí para poder oír su conversación, aunque fuera en vano. Consideré por un largo tiempo el acto de acercarme a él, tanto que -cuando por fin me decidí a hacerlo- el profesor ya había llegado. Me levanté rápido y caminé hacía el piano y en cuanto estuve ahí todos se callaron de la nada. Leo miró hacia otro lado, al lo que yo fruncí ceño, confundida. Eduardo suspiró y le dio un codazo a Gabriel para que volvieran a su lugar. Me senté a su lado y me miró a los ojos de una forma tan profunda que me hizo contener el aire. Inconscientemente le regalé una sonrisa, él me examinó por unos segundos para que a continuación cerrara los ojos y soltara un suspiro, volviendo la mirada al frente.
— ¿Por qué no viniste? —me atreví a preguntar.
— Tenía cosas que hacer —Respondió sin mirarme.
— Intenté llamarte pero...
— Sí, lo sé —Cortó seco.
Relamí mis labios, empezando a sentirme incómoda.
— ¿Estás bien?
— Sí.
Me mordí el labio inferior un poco molesta ante su actitud. ¿Qué le pasaba?, ¿Ahora que había hecho?, ¿Acaso había hecho algo que le había molestado? Porque no recordaba nada. Se suponía que la que debería estar molesta era yo, no él. Yo sabía que él tenía un temperamento frágil y estaba empezando a acostumbrarme a ello pero esto... ¡Esto ya era otro nivel!
— Chicos, atención por favor —Pidió el Profesor Williams aplaudiendo— El trabajo del día de hoy será en parejas, pongan atención para que sepan con quien les toca trabajar.
Recé para que me pusieran a trabajar con Eduardo o con Gabriel porque las cosas con Leo se sentían muy tensas e incómodas. No quería tener que...
— Leo y Madd —Mencionó y nos entregó una hoja.
La tomé y la puse en medio de ambos.
— Puedes tomarla tú, yo no la necesito, lo sé todo —Mencionó deslizándola hacia mí.
— ¿Qué se supone que tenemos que hacer con esto? —Murmuré para mi misma.
—Repasar. Son conceptos que debes de saber.
— ¿Y tú los sabes todos? —Cuestioné mirándolo, pero obvio él no lo hizo.
— Deja de hacer preguntas y empieza a estudiar.
— Es en parejas...
Cerró los ojos e inhaló profundamente.
— Ya los sé todos, estudia tú.
— Si no entiendo... ¿me explicas? —Cuestioné incómoda.
— No tengo opción —Respondió después de unos segundos.
Si en algo era experta, era en saber cuando yo sobraba en un lugar, él no me quería cerca, estaba molestando e invadiendo su espacio y me lo estaba haciendo notar. Había vivido esto muchos años en la escuela pero a diferencia de esas veces, ese día me atreví a preguntar:
— ¿Pasa algo?, ¿Por qué actúas así?
— No te debo una explicación, no eres nada de mí.
Esas palabras dolieron más de lo que me gustaría admitir, no lo hicieron lo suficiente para hacerme llorar, pero sí para sentir como todo dentro de mí se removía. Esta no era la primera vez que tenía problemas con él sino la tercera.
Y contando...
Esto se está haciendo una rutina.
— Si es por el hecho de que tenemos que trabajar juntos puedo decirle al profesor que nos cambie y ya está, no tienes motivos para hablarme así.
Él suspiró cansado y se dignó a mirarme, molesto.
— ¿No puedes, simplemente, estudiar la jodida hoja y dejarme en paz? —Susurró.
Y mientras él volvía a su trabajo de ignorarme yo me quedé perpleja, mirando su perfil con el ceño fruncido. Traté de concentrarme en la hoja, pero las palabras que Hannah dijo hace un tiempo empezaban a cobrar sentido...
"— Así empiezan, Madd, con comentarios sin sentido, después los gritos, insultos..."
No quería creer que Leo era ese tipo de persona, porque él era bueno escuchando, dando palabras de aliento, era lindo, romántico, amable, comprensivo, alegre... pero sobre todo, era la persona a la que me estaba aferrando, porque era la que más me entendía. Volví a la realidad, en donde tenía que repasar y mejor empezaba ya, porque no entendía nada y dudaba mucho que mi compañero me fuera a explicar... O eso creí hasta que susurré la primera palabra:
— Barra de compás...
— Básicamente es una medida de tiempo —Mencionó— Como el ritmo, cuatro tiempos de cuatro golpes.
¿Ahora pensaba hablarme como si nada?, ¡Ah, no!
Asentí sin mirarlo. Si él jugaba así, pues yo también.
¿En serio?, ¿Te comportarás tan infantil?
¡Él es un infantil!
¡Los dos lo son!, ¡Por eso chocan tanto sus personalidades!
— Crescendo y tempo... ¿Qué no es creciendo y tiempo?
— No en la música —Murmuró después de soltar una risita— Crescendo es que el ritmo o volumen de la música va en aumento, y tempo es... pues el tiempo.
Tuve la tentación, pero resistí y no miré. Me sentí muy orgullosa por eso.
¡In- fan- til!
Ca- llá- te.
— Cadencia... —Murmuré esperando por su respuesta.
— Grupo de acordes que se utilizan para marcar el final de una frase, las últimas notas que suenan al final de una canción pero antes de que la voz desaparezca.
¡A la mierda el poco orgullo que me quedaba! Me giré esperando encontrarme con su perfil... pero me llevé la sorpresa de mi vida cuando hice contacto visual con él. El verde vivo de sus ojos me atrapó y, aunque su mirada fuera cansada, podía sentir como desprendían calidez y aprecio, uno que me abrazaba sin tocarme, revolucionaba mi interior sin siquiera conocerlo y me cortaba la respiración sin que yo fuera consciente de ello. Él parpadeó mientras se aclaraba la garganta. Yo reaccioné mirando de nuevo la hoja para seguir repasando.