✒️MADD*
Por la mañana podían notarse los estragos que había dejado la lluvia la noche anterior, donde solo quedaba una ligera llovizna con una brisa extremadamente fría. No tenía ganas de levantarme para la escuela o siquiera moverme, mis sábanas estaban calentitas y muy suaves. Realmente no quería levantarme, la pereza lo impedía y esta incrementó cuando recordé que mis padres no estaban para apresurarme; así pues, las posibilidades de quedarme dormidas eran directamente proporcional al regaño de mis padres al saber que había faltado o llegado tarde a la escuela, por lo que que me vi en la necesidad de sufrir y obligarme a levantarme.
Bufé mientras quitaba la cobija y me estiraba perezosamente. Tomé el teléfono justo cuando empezó a vibrar por la llamada de una de mis amigas. ¿Alice llamando a las cinco y media de la mañana? Fruncí el ceño mientras descolgaba.
— ¡Hey!, ¿Qué necesitas? —pregunté soltando un bostezo.
— ¿Ya estás cambiada? —inquirió la chica con el tono más alegre que había escuchado de alguien a esa hora.
— No...
— Pues cámbiate con ropa deportiva y sal rápido porque Hannah y yo estamos afuera de tu casa esperándote para correr.
— ¡¿Correr?!, ¡¿Qué no sienten?!, ¡Hace mucho frío! —recriminé frotándome un ojo.
— Pues abrígate —dijo Hannah del otro lado de la línea.
— Pero...
— Te vemos en cinco minutos.
Y colgó la muy cruel. Me quedé mirando al teléfono con indignación por unos segundos mientras consideraba mis opciones. ¡¿Quién demonios quería salir a correr a las cinco de la mañana con una llovizna y un clima helado?!
Tus amigas que quieren contraer pulmonía.
Y la suicida era yo, ¿eh?
Me levanté de la cama y entré en el baño a cepillarme los dientes, no tenía caso que me duchara si iría a correr así que fui directamente al closet, me vestí con ropa cómoda y me envolví en dos sudaderas y una chamarra gigante de peluche. Bajé corriendo las escaleras y salí para encontrarme a mis dos amigas sentadas en el porche más despiertas que nada.
Con ese frío, ¿quién no?
Hannah rodó los ojos en cuanto me analizó de pies a cabeza.
— Quítate eso, te va a dar calor cuando corras.
— Es que ahora tengo frío.
— Y se te va a quitar cuando lleves dos cuadras —aseguró la castaña.
Bufé mientras me daba la vuelta para dejar la chamarra en el perchero de la entrada y después volver con mis amigas que ya habían empezado a correr. Cuando por fin las alcancé y pude conservar el ritmo miré a Alice.
— ¿Y ahora por qué les surgió el deseo de hacer ejercicio?
— Quiero adelgazar —respondió con una sonrisa tímida mientras Hannah y yo la miraba con el ceño fruncido.
— ¡Me dijiste que era por salud! —reclamó la pelirroja.
— ¡¿Qué más da?!
— Alice, tú no necesitas adelgazar —aseguré negando con la cabeza.
— Es que quiero hacerlo porque quiero verme perfecta para el disfraz de Halloween, Josh me invitó a una fiesta con él.
Ninguna dijo nada después de eso, más que nada porque habíamos acelerado el ritmo y nos costaba incuso respirar. Corrimos por alrededor de seis cuadras más hasta que mis piernas y pulmones no aguantaron el esfuerzo y Hannah accedió a tomar un descanso. Después de los escasos cinco minutos de alivio, Alice opinó que sería mejor volver a mi casa -donde habían dejado su auto estacionado- y para mi desgracia, corriendo.
Quieren salir a correr, pero van a tu casa en auto para ahorrarse el cansancio... Qué lógico.
Nunca pensé que mi condición física fuera tan mala, pero este es el tipo de situaciones que me demostraban que estaba equivocada. Tal vez eso de correr porque casi siempre entraba tarde a clases no ayudaba del todo. Mis piernas dolían y no sé si fue cosa de mi imaginación, pero mi vista comenzaba a nublarse, con dificultad lograba ver a mis amigas que estaban ya a algunos metros de distancia. Obligué a mis piernas a seguir corriendo mientras me repetía una y mil veces que faltaba muy poco, pero ni siquiera así lograba hacer que mis piernas reaccionaran y fueran más rápido. Decidí que descansaría un par de segundos y después les seguiría el ritmo, pero las perdí cuando doblaron la calle, por lo que tuve que insistir a mis piernas para seguir.
La combinación de mi torpeza y las piernas cansadas no daba el mejor resultado, y lo comprobé cuando corrí hacia la esquina y choqué con un cuerpo. Si mi resistencia fuera un poco mejor no habría caído al suelo tan fácilmente. ¡Genial!, ¡No podía dejar de ridiculizarme sola!
— ¡Auch! —me quejé mientras trataba de levantarme.
— Lo siento mucho —dijo una voz de hombre que me pareció muy familiar— Ven, te ayudo.
— ¿Estas bien? –dijo otra voz, también masculina.
De pie y con la vista un poco nublada me aferré a los brazos de la persona que tenía frente a mí, la cual hacía lo posible por soltarse delicadamente de mi agarre y, cuando lo logró, esas manos fueron sustituidas por unas diferentes, más cálidas, más reconfortantes. Unas que me atrajeron a su cuerpo y -aunque en su momento me alertó- todo cobró sentido cuando oí su risa.
— ¿Te lastimaste?
— No... estoy sudada —murmuré tratando de separarme.
— Te sigues viendo igual de hermosa... creo que incluso me gustas más así.
Me separé del chico dándole un empujón y con el rostro ardiendo, él pareció notar mi pena y comenzó a reír.
— ¿Qué pasa?, ¿Tu condición no da para más? —cuestionó con una sonrisa.
— No te burles, mi condición física es horrible y lo sé.
— Venías con tus amigas ¿verdad? —preguntó la compañía de Leo, que resultó ser Gabriel.
— ¿Qué hacen ustedes por aquí?
Ambos se miraron y, como si se hubieran comunicado por telepatía, reprimieron una sonrisa.
— Lo mismo que tú, solo que nosotros si aguantamos unas cuadras más.
— Justo le estaba diciendo a Leo que sería buena idea pasar por ti para dejarlos juntos en la escuela, pero después de verte así mejor te dejo caminando, te hace demasiada falta.