✒️LEO*
— ¡Mamá!
— ¿Qué pasa hijo? —respondió desde la sala.
— Estaré toda la mañana fuera —avisé tomando el casco de mi motocicleta y asomando la cabeza a la sala, donde se encontraba cómodamente sentada en un sofá y con su bordado en las manos.
— Disculpa, pero sigo tendiendo el derecho de saber dónde estarás.
— Voy a estar con mi...
Me detuve justo a tiempo antes de decir "novia", y no es que no quisiera decirlo, sino que mi madre me retrasaría haciendo un montón de preguntas acerca de ella y preguntando si la llevaría algún día a casa.
— ...mi mejor amigo.
Frunció el ceño, no muy convencida. Por supuesto, era mi madre y además una de las mejores psicólogas que conocía -aunque no había tratado con muchos, la verdad- y era obvio que atraparía la mentira apenas la soltara.
Aún me pregunto cómo es que eres tan idiota como para intentarlo si sabes de antemano el resultado.
— ¿Con Gabriel?
— Sí, vamos a ir a desayunar.
Me analizó unos segundos con los ojos entrecerrados. ¡Cómo odiaba que hiciera eso!
— Dime la verdad —sentenció dejando en su regazo las servilletas que tenía en mano y yo suspiré golpeando mi rodilla con el casco.
— Es la verdad, iré a su casa a desayunar, y de ahí nos iremos a hacer algo divertido.
— Ajá.
— Mamá... es en serio.
— Ajá —musitó volviendo a lo suyo con las servilletas.
¡Chantaje!, Algo muy poco ético viniendo de una psicóloga, y vaya si le salía bien.
— ¡Mamá! —reclamé frustrado.
— Te creo.
— ¡No es cierto!, ¡No lo haces!
— Lo hago, ve y diviértete con Gabriel.
— ¡MAMÁ!
Suspiró, pero siguió con la mirada fija en sus manos.
— Soy tu madre, te conozco y sé que no me estás diciendo la verdad... pero tampoco te puedo obligar a que lo hagas, ve a donde sea que vayas a ir, pero espero de corazón que no estés haciendo nada malo.
Bufé mientras caminaba con cansancio hacia el sofá junto a ella. Me tiré en él con pereza y dejé el casco a un lado, mi madre ni se inmutó, simplemente detuvo la aguja entre sus manos, esperando por mi respuesta.
— Es una chica...
Levantó la cabeza de golpe y me miró con el ceño fruncido, rodé los ojos nada más empezar.
— Se llama Eider, bueno, Madeleine pero yo le digo Eider... o - osea, Eider también es su nombre pero todos le dicen Madd, a mí no me gusta y por eso le digo Eider y... Eso no es lo que importa —me detuve para respirar, ni siquiera sabía porqué me ponía nervioso hablar de ella con mi madre— Saldré con ella a desayunar porque... pues porque somos amigos, a mí me gustaría ser más pero... respeto su espacio... ¡Pero es mi amiga!
Tal vez era que me miraba atentamente y analizaba cada una de mis palabras, o tal vez era porque se trataba de la primera chica de la que le hablaba formalmente a mi madre -además de Leyla, pero eso fue otra cosa- y a eso le sumamos que estaba perdidamente enamorado de Eider desde el momento en que la vi.
— Vale, trataremos el tema de la chica mas a fondo y con más calma —dijo mi madre regalándome una pequeña sonrisa— Pero me imagino que llevas mucha prisa.
Sonreí ampliamente.
— ¿Irán a desayunar...?
— Iré a su casa a desayunar —corregí poniéndome de pie— Sus padres salen de viaje por el trabajo de su madre y... me invitó a pasar un rato con ella, supongo que se debe sentir sola y no quiere "molestar" a sus amigas —expliqué haciendo comillas con los dedos— Así que voy a acompañarla un rato.
Mi madre asintió con la cabeza.
— Bien, ten cuidado, y no llegues muy tarde.
— Te aseguro que estaré aquí antes de la comida —dije antes de darle un beso en la mejilla y salir disparado a la puerta.
— ¡Si quieres puedes traerla a comer! —gritó mi madre cuando estaba a punto de cerrar la puerta.
— ¡Se lo preguntaré!
— ¡Es obvio que no lo harás!
— ¡Por supuesto que no!
— ¡Leonardo Williams Mancini!
— ¡TE AMO, MAMÁ! —respondí y corrí antes de que pudiera decir algo más.
Conduje hasta la casa de Eider con una enorme sonrisa y considerando si debía invitarla a comer. Obviamente quería, deseaba que conociera a mi familia y formalizar lo nuestro, a pesar de que no necesitaba un título para saber que la amaba, quería que se convirtiera en mi novia de forma especial, quería que fueran un día que no se pudiera borrar de su memoria nunca. De esos recuerdos que ni la amnesia más fuerte puede borrar, porque no solo se graban en la mente, sino también en el corazón. Aunque tampoco quería involucrarla en todo aquello de lo que yo trataba de huir, ya había cometido ese error una vez y lo había pagado muy caro, no lo volvería a hacer. No me arriesgaría a perder todo lo que tenía en ese momento solo por un impulso, tendría que aguantar unos meses más.
Estacioné justo afuera de su casa y caminé animado hacia la puerta, dí un par de golpes -dejando de lado el timbre- y esperé por la chica. Ella abrió con una sonrisa y, aunque traté de evitarlo, mi mirada la recorrió de pies a cabeza; su cabello estaba desordenado, sus ojos ligeramente rojos, usaba un vestido corto color azul marino con detalles de nubes y unas calcetas blancas. Reprimí una sonrisa por la ternura que me causaba la imagen de ella recién levantada.
— Las once de la mañana y estabas dormida... —comenté apoyándome en la puerta.
Hizo un mohín de enfado y su rostro se volvió todo ternura.
¿Puede haber algo más hermoso y perfecto que ella?
Imposible.
— Sabes que hay un timbre, ¿verdad? —mencionó molesta y con el ceño fruncido.
No pude evitarlo y sonreí como un idiota.
— Lo siento... me gusta cuando frunces el ceño, luces muy tierna, por eso me gusta mirarte cuando lees, sueles fruncir el ceño mientras lo haces, y sonreír también.
Sus mejillas se tornaron de un ligero color rojizo mientras sonreía. Si seguía sonriendo así, sería incapaz de controlarme y la besaría ahí mismo sin importarme el impulso.