✒️MADD*
Ya habían pasado un par de días desde lo acontecido con Leonardo, las horas de clase se me hacían eternas y, sobre todo, incómodas. Mis amigas eran mi soporte más fuerte y las que me motivaban a seguir una clase tras otra; muchas veces estuve tentada a pedir un cambio de horario o incluso intercambiarlo con Hannah -que me había dado esa opción- pero por más que lo deseaba, no era capaz de hacerlo. ¿Por qué? Porque me vería como una niña caprichosa que era débil y, aunque él ya sabía que yo realmente lo era, no quería demostrarle todo el dolor que sentía por su indiferencia.
Me ignoraba. Yo lo ignoraba. Nos ignorábamos mutuamente, pero al mismo tiempo, buscábamos al otro para asegurarnos de que seguíamos ahí, para ver como nos destrozábamos. Husmeábamos en el espacio del otro para que -de alguna forma un tanto masoquista- nuestras miradas pudieran conectar de nuevo, buscábamos sentarnos en la otra esquina de salón para que así uno de nosotros tuviera que girarse al encuentro del otro, que esperaba ese momento con una mirada vacía, el pecho inflado de emociones y la garganta llena de palabras que no lográbamos soltar.
No sabía que era exactamente lo que hacíamos, no entendía cual era el fin de aquello, solo sabía que, entre más escudriñábamos en el campo del otro, más tensión se creaba, más emociones, incluso un deseo de correr hacia el otro y decir algo sin saber exactamente el qué; pero uno siempre retrocedía, por recelo, por precaución, por miedo.
Para mí, los días pasaban cada vez más lento, todo estaba más oscuro, los colores vivos y chillones habían desaparecido, dejando así una gama de colores grisáceos y apagados, como si el mismo Sol se hubiera cansado de emitir tanta luz que había decidido irse, dejando como encargada a la Luna, la cual jamás brillaría igual que el Sol, pero que aún así daba todo lo que podía para mantener una claridad estable.
Esa ruptura no solo quebró la relación entre nosotros, sino la que teníamos con los demás. No trataba con Gabriel, me alejé visiblemente de Eduardo y -aunque él me llamaba continuamente y trataba de hablar conmigo en la escuela- evitaba a Asher a toda costa. Una parte de mí creía que se trataba del rencor, pero al final terminé encontrando que solo era cierta incomodidad. Había vuelto a mi rutina de siempre, aquella en la que me hundía en los libros y en la que cada noche mi almohada se humedecía, las cobijas me abrazaban tratando de otorgarme un poco de calor reconfortante y mis paredes escuchaban y retenían todos los sollozos cargados de dolor junto con el montón de preguntas que intentaba sacar de mi mente.
En el cumpleaños de Leonardo -que fue hace unos días- lo pasé tirada en el suelo con el teléfono en las manos, debatiendo en si debía llamarlo o no; al final no fui tan valiente y opté por alejarme lo más que pude del aparato para evitar la tentación. No había dejado de ir al taller de música y vaya que había estado tentada a dejarlo. Traté de convencerme a mí misma de que era por mis padres, porque no quería que volvieran a estar sobre mí y tampoco quería preocuparles; pero la verdad era que se debía a la misma razón por la que no había movido mis clases: Quería seguirlo viendo, por más que me doliera, por más que me lastimara. Verlo me hacía sentir que estaba cerca de él -aunque no fuera así- y eso me transmitía una pizca de estabilidad. Porque él había sido parte muy importante de mi vida, y me negaba a perderlo; prefería verlo a la distancia, a no volverlo a ver.
Me tiré de espaldas al sillón cuando el celular volvió a sonar sobre la mesita de la sala, miré el contacto y solté un suspiro pesado. Asher llevaba más de una hora llamándome, y sabía que no podría evitarlo para siempre, después de todo el no tenía nada que ver en los problemas ente Leo... nardo y yo. Cogí la llamada y me quedé en silencio, a la espera de sus palabras.
— ¿Madd?, ¿Estás ahí?
— Hola Asher...
— ¡Dios mío!, ¡Estaba preocupado!
— Lo siento...
— Mira, sé que tal vez no quieres hablar, pero te aseguro que se sentirá mejor si lo sueltas con alguien.
Suspiré a modo de respuesta, dándole a entender que no tenía ganas de nada.
— ¿Me abrirías la puerta?
Fruncí el ceño.
— ¿Estás afuera?
— Estoy aquí desde la primera llamada.
Me levanté y caminé a pasos perezosos hacia la puerta mientras colgaba la llamada, abrí y lo encontré a él sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Se levantó de un salto y corrió a abrazarme, se lo regresé con un poco más de fuerza de la necesaria y, cuando me soltó, sentí como si se liberara un poco del peso de mi espalda, lo cierto es que no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba de un abrazo hasta que me encontré a mí misma entre sus brazos.
— ¿Qué hacías? —preguntó entrado a la casa con toda la confianza del mundo.
— Miraba al techo mientras reflexionaba sobre mi existencia —solté entrando a la sala detrás de él— Como lo he hecho los últimos días.
Me miró, preocupado.
— Deberías salir, un poco de aire fresco y luz solar no te vendrían nada mal.
— No tengo ganas de ir a ningún lado.
— Te había visto mal, pero nunca así —negó mientras suspiraba— Estás aún peor que cuando pasó lo de Jason.
Me encogí de hombros.
— Me dolía, pero muy en mis adentros ya me había resignado a que no lo volvería a ver, con él es distinto, sigue estando frente a mí —hice una pausa para tragar saliva y tratar de aliviar el nudo en la garganta, él tenía toda su atención sobre mí— Y, aunque me lastime, no quiero que se vaya.
— ¿Qué hay de los ataques?
— Los he tenido, pero no son tan fuertes, un par de pastillas son suficientes para calmarlos.
Me examinó de pies a cabeza con expresión preocupada.
— Estás muy pálida, ¿estás comiendo bien?
Bajé la mirada a los cojines que tenía a un lado. Claro que no había comido bien, perdía constantemente el apetito y solía saltarme una o dos comidas, pero tampoco me sentía tan mal.