Siniestro

El inicio.

La noche envolvía la casa de los Sánchez en una oscuridad profunda. Las sombras parecían estirarse por las paredes, como si la casa misma respirara en silencio.

En su habitación, Marisol estaba despierta, rodeada de la oscuridad que había sido parte de su vida por tanto tiempo. El cuarto, lleno de muebles viejos y cubiertos de polvo, apenas se distinguía en la penumbra.

Desde que el accidente la dejó ciega, Marisol había aprendido a moverse por la casa usando sus otros sentidos. El tic tac del reloj en la pared era el único sonido constante. El viento hacía que las cortinas susurraran suavemente, y el crujido de la madera bajo sus pies era lo único que la conectaba con la realidad.

Durante esos años, Marisol había soñado con recuperar la vista. Cada día rezaba por poder ver de nuevo, aunque sabía que era poco probable. Sin embargo, cuando los doctores le ofrecieron una operación arriesgada que podía devolverle la visión, sintió que una pequeña chispa de esperanza se encendía en su interior.

La esperanza, sin embargo, era frágil. Cada día que pasaba sin resultados la hundía un poco más en la desesperación. Marisol seguía esperando, pero el miedo de que la operación no funcionara le carcomía por dentro.

Su madre entró a la habitación, rompiendo el silencio.

—¿Estás bien, Marisol? —preguntó suavemente desde la puerta.

—Sí, mamá —respondió ella, con un susurro. —Solo estaba pensando en cómo era todo antes... cuando la luz llenaba la casa.

Sofía entró y se sentó a su lado en la cama. El silencio entre ellas era cómodo, aunque lleno de melancolía.

—Todos extrañamos esos días —dijo su madre—. Pero pronto todo cambiará para ti, estoy segura.

Marisol asintió, sintiendo el calor de la mano de su madre.

—Espero que tengas razón —susurró—. Solo quiero que la operación funcione, que pueda volver a ver.

Sofía apretó su mano con suavidad.

—Funcionará —dijo—. El amor y la fe son más fuertes que cualquier oscuridad.

Marisol suspiró y se acomodó en la cama, dejando que el cansancio la venciera. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, aunque en su interior todavía sentía el peso de la oscuridad sobre ella.

Esa noche, como muchas otras, soñó con un mundo lleno de luz, de colores brillantes y rostros conocidos que la recibían con sonrisas. Pero al despertar, solo encontró la misma oscuridad, que seguía esperando, lista para envolverla de nuevo.




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