Siniestro

La casa de los Sánchez

★ Horas después.

El sol se había escondido por completo y la oscuridad abrazaba cada rincón de la casa de los Sánchez. La tranquilidad que Marisol sintió al recuperar la vista ahora se veía opacada por una sensación de inquietud creciente. Mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra, un leve escalofrío recorrió su espalda. Las sombras se deslizaban por las paredes de una forma que nunca había percibido antes.

—Es impresionante, ¿verdad? —dijo su madre desde la cocina, pero su voz no le transmitía el consuelo habitual. Sonaba... tensa.

Marisol se dejó caer en el sofá, observando cómo las sombras jugueteaban entre los muebles. Se obligó a sonreír, a pensar que solo eran sombras, solo parte de la oscuridad que antes no podía percibir. Pero cada crujido del piso, cada leve susurro que el viento traía, le erizaba la piel.

—Mamá, ¿escuchaste eso? —preguntó, esta vez con una voz más baja. Sofía, en un intento de calmarla, le respondió sin mirarla.

—Solo es la casa. Siempre ha sido así. No te preocupes.

Pero algo en la forma en que lo dijo solo aumentó la incomodidad de Marisol. El silencio que se instaló después de esa frase parecía más denso, más pesado. Las paredes antes simples, ahora parecían contener secretos. Y las sombras... bueno, parecían moverse, como si tuvieran vida propia.

De repente, Elena apareció en la sala. Su rostro estaba pálido, con los labios apretados, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo empezar.

—Marisol, necesito hablar contigo —dijo, su voz cargada de una urgencia que no pasó desapercibida.

Marisol la siguió hasta un rincón más oscuro de la sala. Su corazón latía con fuerza, un nudo crecía en su estómago. Algo estaba mal, lo podía sentir. Las sombras parecían estirarse hacia ellas, como si escucharan cada palabra.

—Esta casa... —comenzó Elena, mirando nerviosa alrededor—. Hay algo aquí, algo que no es de este mundo.

El simple hecho de escuchar esas palabras hizo que el corazón de Marisol diera un vuelco. Su respiración se volvió pesada y su mente comenzó a repasar todo lo que había escuchado en esa casa: esos sonidos que su madre desestimaba, las sombras que ahora se movían de forma inquietante.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, tratando de mantener la calma, pero su voz temblaba, reflejando el miedo que comenzaba a apoderarse de ella.

Elena tragó saliva antes de continuar. Sus ojos reflejaban un terror que Marisol nunca había visto en su hermana mayor.

—No sé cómo explicarlo, pero desde que recuperaste la vista... todo ha cambiado. Las cosas siempre han sido extrañas aquí, pero ahora es peor. Hay algo... en las sombras. Nos está observando.

Marisol sintió un sudor frío recorrer su cuerpo. Miró alrededor, pero todo parecía demasiado quieto, demasiado... atento. Como si la casa misma estuviera esperando a que hicieran algo.

—Eso no puede ser... no puede... —Marisol intentó reír, pero la risa murió en su garganta cuando algo, una figura oscura, pareció moverse en el rabillo de su ojo. Se giró de inmediato, pero no había nada allí. Solo las sombras, como siempre.

—Lo vi —susurró Elena—. Lo vi esta mañana. Estaba en el pasillo, observándonos. No era una persona, no podía serlo. Era... algo más.

Elena dio un paso atrás, temblando. Marisol quiso decirle que estaba equivocada, que todo era producto de la imaginación, pero ella también lo había visto. Una sombra más densa, más oscura, que no seguía las leyes normales de la luz. Algo que parecía consciente de su mirada, algo que parecía disfrutar del miedo que les provocaba.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Marisol, su voz era apremiante, pero sabía que no podían simplemente irse. La casa las envolvía, y el aire dentro de ella se sentía cargado, pesado.

—No podemos —replicó Elena con un susurro—. No es solo la casa... es todo lo que está aquí. Algo... algo vino con nosotras. Y ahora no nos dejará ir.

Las palabras de su hermana flotaron en el aire mientras el silencio volvía a apoderarse de todo. El frío se hacía más intenso, las sombras más densas, y Marisol sintió que el miedo la estrujaba por dentro.

De repente, un crujido resonó en la casa. Ambas se quedaron inmóviles, conteniendo la respiración. Un eco lejano, como si alguien «o algo» estuviera arrastrando los pies por el suelo.

Elena agarró la mano de Marisol con fuerza, sus ojos reflejaban un miedo primitivo, uno que ninguna de ellas podía explicar. Y aunque ninguna de las dos lo dijo en voz alta, ambas lo sabían: lo que fuera que estaba en esa casa, no estaba solo acechándolas. Las había estado esperando.




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