Siniestro

El miedo aumenta.

Marisol cerro los ojos con fuerza y cuando los abrió el sol asomaba por su ventana, ella no entendía que había pasado, la fotografía aún continuaba tirada en el suelo.

En los días siguientes, la casa de los Sánchez se vio envuelta en una calma inquietante, especialmente por las noches, cuando las sombras parecían cobrar vida y alimentar el miedo de Marisol. La opresiva oscuridad se instalaba en cada rincón, y cualquier crujido del suelo resonaba como un susurro.

Marisol, atrapada en su cama, no podía olvidar la misteriosa aparición de su abuela. Afuera, el viento soplaba con melancolía, agitando las ramas de los árboles como si fueran figuras danzantes. En el silencio de la noche, cada sonido se amplificaba, y cualquier susurro o chirrido sugería algo más allá de lo racional.

El miedo se aferraba a su pecho como una sombra persistente, alimentándose de cada sombra que se deslizaba por las paredes. Marisol se aferraba a las sábanas, intentando convencerse de que aquello la protegería de lo que no podía ver ni entender.

—¿Marisol, estás despierta? —la voz de su hermano menor, Martín, rompió el silencio, llena de nerviosismo.

Marisol sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El tono asustado de Martín la sacudió, haciendo que su corazón latiera con fuerza.

—Sí, estoy despierta. ¿Qué sucede? —preguntó en un susurro, intentando mantener la calma.

Martín se acercó a la cama, y la luz lunar apenas iluminaba su rostro pálido y ansioso. Sus ojos reflejaban un terror genuino.

—Escuché cosas extrañas. Sonidos que no puedo explicar. ¿Crees que… hay algo aquí? —su voz era un susurro tembloroso.

Marisol tragó saliva y asintió. La habitación se sentía más fría de lo habitual, y la débil luz lunar apenas alcanzaba a disipar las sombras que se acumulaban en las esquinas.

—No lo sé, Martín. Pero algo no está bien —admitió Marisol con un nudo en la garganta—. He tenido visiones… he visto cosas.

Los minutos se hicieron eternos mientras ambos permanecían inmóviles, sintiendo la tensión y la incertidumbre pesando sobre sus hombros.

—¿Qué deberíamos hacer? —susurró Martín, mirando nervioso alrededor.

Marisol se mordió el labio, intentando controlar el pánico. Algo en aquella casa se había despertado, algo antiguo y oscuro.

—No lo sé. Pero debemos estar juntos y encontrar una manera de protegernos. Tal vez haya algo que debamos descubrir antes de que sea demasiado tarde —respondió, intentando sonar más segura de lo que se sentía.

Los hermanos se abrazaron, buscando refugio en la compañía del otro mientras el silencio envolvía la casa. La débil luz lunar creaba formas extrañas en las paredes, alimentando sus temores y paranoia. Los crujidos de la madera se sentían como advertencias de algo siniestro.

Sin embargo, el vínculo entre ellos era una pequeña luz en medio de la oscuridad.

El tiempo se deslizaba lentamente, cada sonido parecía un eco en la inmensidad de su miedo. De repente, un crujido más fuerte rompió el silencio, y ambos intercambiaron una mirada de terror. Sin decir una palabra, se levantaron y avanzaron con cautela hacia la puerta de la habitación, sintiendo el corazón desbocado en sus pechos.

Bajaron las escaleras, cada paso amplificaba la sensación de peligro. Encendieron una linterna y se dirigieron hacia la sala de estar, donde la oscuridad era más profunda y densa. Cuando llegaron, la linterna iluminó muebles cubiertos de polvo y sombras que parecían cobrar vida.

Entonces, vieron algo que los dejó paralizados: una figura oscura se movía lentamente hacia ellos. Marisol sintió su corazón detenerse de terror y agarró el brazo de su hermano.

—¿Qué es eso? —preguntó Martín, su voz apenas era un hilo.

La figura se desvaneció en el aire antes de que pudieran alcanzarla. Ambos se quedaron inmóviles, sin comprender lo que habían visto.

—No lo sé, pero no podemos dejar que esto nos controle. Debemos encontrar la verdad, cueste lo que cueste —dijo Marisol con voz temblorosa, pero decidida.

Decidieron intentar dormir juntos, aunque ninguno de los dos logró descansar demasiado. Las sombras parecían susurrar entre sí, como si la casa misma guardara secretos oscuros que deseaban ser descubiertos.




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