Siwar ya había olvidado aquella vez en la que se enamoró bajo la luna. La Vieja Abuela le había dado un consejo que le sirvió. Pensó en buscarla nuevamente porque precisaba de su sabiduría una vez más. Estaba confundido y no entendía lo que le pasaba. Es que al encontrarse con él, no supo qué hacer. Él le había clavado la mirada en los ojos, fusilándole la última reserva de seguridad. Pensó que, tal vez, era un pedido a gritos en silencio de un abrazo.
Cuando llegó al encuentro con la Vieja Abuela, la anciana estaba cocinando un estofado.
- Siwar, tráeme la sal, por favor-.
- Sí, abuela – Le dijo para luego entregársela-.
- ¿Sabés para qué sirve la sal? Nos permite disfrutar mejor la comida, pero si cae en una lastimadura hace que arda. Hay que tener cuidado para usarla-.
- Pero, si solo se usa para comer ¿Por qué caería en una herida?-.
- Como nuestras palabras, a veces buscamos darle un mimo al corazón pero acabamos clavándole un puñal-.
Siwar se retiró más confundido de lo que llegó. No había cruzado a aquel que le clavó la mirada. Ahora ya no sabía si quería un abrazo o si simplemente lo estaba desafiando. Se volvió para la cocina y vio que la anciana estaba preparando otra comida.
- ¿Qué pasó con el estofado?-.
- Me pasé de sal. Se va a transformar en otra cosa-.
- ¿Y será que eso pasa cuando mi palabra se vuelve puñal?-.
- Cuando te pasas de sal no hay vuelta atrás. Pero siempre se puede intentar volver a cocinar. Hay tantos platos para hacer con los mismos ingredientes que es solo cuestión de intentar-.
Y así, Siwar entendió.