Sobreviviente

El inicio de todo

No, esto no es un cuento de hadas. Esto es una historia real. Una que ya muchos han escuchado, pero que necesita ser contada... una vez más.

Mi nombre es Rosario.

Para muchos fui solo una víctima más, un número más en una cadena interminable de abusos.
Pero no…
Soy una sobreviviente.
Una sobreviviente de la ignorancia, del silencio, y de la indiferencia de los que debieron protegerme.

En mi pueblo, la gente prefería cerrar los ojos.
¿Por qué? Porque, como decían todos:

“En un mundo donde todo se rige por dinero y poder, el más débil siempre pierde.”

Y así fue.

Nadie hizo nada. Nadie movió un dedo por los débiles.

Entre los débiles estaba yo.

No solo fui ignorada. Fui exiliada. Discriminada. Rechazada por algo tan simple como mi cabellera pelirroja, larga y rizada.

Ni siquiera mi propia familia tuvo compasión. Me encerraron en un sótano…
Un sótano que se convirtió en la casa de mis pesadillas.
Solo subían para desahogar su ira, su frustración, su odio…
Me golpeaban. Me insultaban. Me quebraban por dentro.

Pero lo peor…
Lo que me destruyó por completo…
Fue que mi propio hermano, la persona en la que más confiaba, abusó sexualmente de mí.

Eso me rompió.
Pero aún rota…
Decidí no rendirme.

Tomé la decisión de escapar.
Huir de todo. Sin mirar atrás.
Y lo dije:

“Cuando tenga la oportunidad, no me volverán a ver. Ni en esta vida, ni en otra.”

Esa oportunidad llegó más rápido de lo que imaginé.
El 12 de marzo del 2000.
Un día tan terrible que todavía parece una pesadilla.

Recuerdo que ese día, el hombre que se hacía llamar “mi padre” vino a descargar su rabia contra mí.
Me dejó tan herida que apenas podía moverme. Pero me arrastré. Tomé la perilla de la puerta.
Y para mi sorpresa… ¡estaba abierta!

No sabía qué me esperaba al otro lado, pero solo recordé este pensamiento:

“El que no arriesga, no gana.”

Y crucé esa puerta con todas las fuerzas que me quedaban.

La casa estaba completamente vacía.
No había ventanas abiertas, ni ruidos, ni personas. No podía distinguir si era de día o de noche.
Intenté correr, pero al tocar la puerta principal…
Recibí una descarga eléctrica.
Tan fuerte que debió haberme desmayado. Pero no lo hizo.

En ese momento, algo en mí se apagó.
El dolor desapareció. El miedo se convirtió en locura.
Y solo escuchaba una voz que me gritaba:

“¡Si no te mueves, te matarán!”

Corrí por toda la casa, gritando, rompiendo todo.
Y entonces… alguien escuchó.

Vecinos. Tal vez.
Llamaron a la policía.

Golpearon la puerta con fuerza y gritaron:

“¡Somos la policía! ¡Abran!”

Con esas palabras, por primera vez, sentí esperanza.

Grité. Con toda mi alma.
Ellos me escucharon.
Me dijeron que me calmara, que me alejara.

Lo hice.
Y entonces… la puerta se abrió.

Ahí mismo, mi cuerpo no aguantó más.
Caí. Inconsciente.

Desperté una semana después. Me dijeron que había estado en coma.

Lo que más me sorprendió fue que la casa donde me encontraron había sido vendida, y mi “familia” simplemente desapareció sin dejar rastro.
Pero los estaban buscando…

Dos años después

Vivía con miedo constante, pero mi caso estaba por cerrarse.
Recibí una llamada:
Los habían arrestado.
Por posesión y distribución de drogas.

Lloré. Pero por primera vez, de alivio.
La pesadilla había terminado.
Ya no estaban en las calles.

Cinco años después

Después de muchas terapias, mucha lucha y muchas recaídas…
Estoy de pie.

Puedo hablar de todo esto sin quebrarme.
Las heridas siguen aquí. Las cicatrices también.
Pero entendí que superar no es olvidar.
Es aprender a vivir, a reconstruirte…
Y a disfrutar una vida nueva.

Conté esta historia no para dar lástima.
Sino para que no haya más víctimas,
sino más sobrevivientes.

Porque aunque me rompieron…
No me destruyeron.

FIN.

Fin.




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