Sobre(vivir)

Capítulo 9 - El día después -

                 Yasmin


 

La noche ya había caído en la ciudad de Valencia, Lucía, después de la rápida y casera operación se había quedado totalmente dormida; Sara, después de unas cuantas horas dando vueltas en el colchón consiguió conciliar el sueño, mientras que Yasmin no podía, se levantó de la cama y se acercó a la cortina, la movió lo necesario para ver a través de la ventana lo que estaba pasando fuera: era todo oscuro, no se podía apreciar lo que estaba sucediendo, lo único, era el ruido de aquellos muertos vivientes; a lo lejos Yasmin podía oír el sonido de llantos profundos, aquellos que te sacan el corazón del pecho y no te dejan respirar.

La joven suspiró, estaba teniendo miles de pensamientos a la vez, le costaba concentrarse en uno y su alma sentía tantas emociones negativas que le agotaban tanto físicamente como emocionalmente.

No podía dejar de pensar en su familia; pensar en si también ellos seguían vivos, si habían vivido lo mismo. “Espero que sepan que les amo”, reflexionaba entre ella. 

-Me gustaría decirte que todo irá bien- susurró Sara.

-Me gustaría creérmelo - afirmó Yas.

-¿Ahora que tenemos que hacer?

-No lo sé, mañana es un nuevo día, igual irá mejor.

-¿Lo crees? - preguntó Sara, mientras Yasmin volvía a acostarse bajo las sabanas

-No, pero si perdemos la esperanza, nos morimos.

-Es verdad.

Yas se dio la vuelta, mientras una lágrima le caía silenciosamente.

-¿Me abrazas?- le preguntó Sara.

La joven se secó las lágrimas y miró a su amiga, su mirada llena de terror y angustia.

-Claro, estamos aquí por esto - intentó sonreír.

Ambas se tumbaron y Yasmin, abrazó a su compañera; Sara sumergió la cabeza entre sus brazos y las dos jóvenes intentaron soñar con lo que era la odiosa rutina.


 

El silencio se rompió improvisamente, por unos gritos, en el grande edificio de las jóvenes.

-¿¡Qué ha sido?! - preguntó asustada Sara. 

-No tengo ni idea, pero tenemos que protegernos - afirmó Yasmin buscando alguna herramienta para usarla como arma, con un trapo limpió el cuchillo del día anterior y lo guardó debajo de su almohada.

-¿Qué haces? - susurró Yas.

-Esos tacones, en la cabeza, tienen que dolor que flipas.

Yasmin no pudo aguantar las risas.

-¿No?

-Mejor otra cosa - le sonrió Yas.

Sara se miraba alrededor, pero nada le parecía bastante bueno para darle un uso tan importante.

-Oye, ¿aún tienes, en tu armario, el perchero?

-Claro.

-Tráemelo y te hago una lanza.

Sara se sorprendió, pero fue a cogerlo. Su habitación era igual, ahí nada había cambiado, arriba de la mesita tenía colgadas unas veinte fotos, todas con sus amigas. “Espero estéis bien”, pensó entre sí misma, sabiendo, en el fondo, que las probabilidades eran muy bajas.

-Aquí lo tienes.

Yasmin cogió el perchero de madera e intentó sacarle una buena punta afilada.

-Ahora sí- afirmó.

Y efectivamente, le había creado una lanza lista para el uso.

-Joder Yas, ¿hay algo que no sabes hacer?

-Es una tontería, esto me lo enseñó mi padre, de pequeña - afirmó, por cada palabra que pronunciaba su voz estaba más rota.

-Seguramente estarán bien.

La conversación de las chicas fue interrumpida por Lucía, que emitía algún lamento. 

Yasmin se acercó a su amiga, le tocó la frente, estaba hirviendo.

-Tiene la fiebre muy alta, llévame el kit de medicamentos y gasas, tengo que limpiarle el corte.

Las jóvenes levantaron a su compañera, apoyando su espalda contra la pared. 

-Ahora le cambio las gasas, luego tiene que despertar, las tres necesitamos comer algo, aunque no queremos.

-Preparo cualquier cosa.

-Lo que tú quieras, pero lo justo para llenar un poco el estómago, no tengo idea de cómo encontraremos comida - dijo Yasmin.

-Entendido - afirmó Sara, mientras se dirigía a la cocina.

Yasmin quitó las gasas, la herida parecía que se estaba curando decentemente, no veía señales de infección, pero, entonces, no entendía la causa de la fiebre.

-¿Me voy a morir? - preguntó Lucía con la poca voz que tenía.

-No está infectado, no parece, por el momento deberás seguir aguantándonos - sonrió Yas.

-No podrás siempre ser esta.

-¿Cómo?

-Yo y Sara somos débiles, tú ayer sacaste tu fuerza interior, pero no todos los días tiene que ser así, tú también te estás muriendo por dentro - explicó Lu.

-No cambia nada si me deprimo, la supervivencia necesita que cada uno saque la fuerza que tiene y también vosotras la tenéis, yo lo sé.

-Aquí está la comida, calentita - avisó Sara llevando los platos.

-¡Tu sopa! - exclamó Yas.

Lucía rompió a llorar, apartando el plato.

-Cariño, no pasa nada. Yo te doy de comer - afirmó Sara.

-No soy una puta vieja, coño - decía entre sollozos.

-Cuando de pequeña, me rompí la muñeca, mi madre tuvo que alimentarme durante varios días, al principio no quería, ya tenía unos diez años, me avergonzaba, pero si ahora lo pienso, daría todo el oro del mundo para volver a ese momento - contó Yas.

Lucía miró a Sara y le pasó la cuchara.

- Señores y señoras, el avión está despegando- decía Sara, mientras movía el cubierto hacia la boca de Lu.

-¡Qué estúpida! - exclamó Yas sonriendo.

Pero su sonrisa desapareció rápido.

-¿Qué piensas? - le preguntó Lucía.

-Más tarde quiero salir, necesito ver lo que hay, saber si aún hay comida, medicamentos, necesito internet para llamar a mi familia. 

-Es muy arriesgado- afirmó Sara.

-Por eso, tú te quedarás aquí con ella, le protegerás con tu lanza si pasase algo, os encerráis dentro.

-¿Y tú?

-Yo cuando vuelva os diré la palabra clave y me abriréis, solo y exclusivamente si no corre peligro para vosotras.




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