Beatriz y Sol
-¿Estás hablando con mi marido? - preguntó Alicia acercándose silenciosamente a Alberto.
-Sí, dijo que las cosas se complicaron, pero que pronto podremos reunirnos con él.
-¿Adónde?- preguntó nerviosa su mujer.
-En un lugar que reluce la belleza de Valencia.
-Estoy cansada de todo este juego, quiero ya verle y acabar con todo.
-Lo entiendo Alicia, es comprensible - comentó Alberto.
-¿Qué complicaciones hubo? - preguntó pensativa Ali.
-Una persona, una mujer, quizá le vio y pidió su ayuda, no lo sé, no quiso darme detalles - comentó Alberto. - A mi tampoco me gusta todo esto, yo le ayudé con la puta fórmula y no cuenta conmigo para que salgamos de esta.
Beatriz estaba detrás de la puerta, había escuchado toda la conversación y se había quedado petrificada, intentaba respirar lo más silenciosamente posible.
-¿Qué haces aquí? - le preguntó Sol acercándose.
-Cállate, no hagas ruido - le contestó aterrorizada la niña.
Entonces la joven no dijo nada más, solo apoyó su oído a la puerta, como estaba haciendo Bea.
-¿Y Adonay qué? - preguntó Alicia.
-¿Te importa ese gitanillo?
-Me da pena su hija.
-Ay Alicia, no es un problema tuyo, la clave secreta la conocen él y Sergio, entre un gitano científico y un verdadero profesional, dime, ¿a quién crees que darán la culpa?
-Ya.
-Por eso, tu marido saldrá ganador e inocente de todo este tema - comentó Alberto. -Podremos vivir felices en este nuevo mundo que hemos creado - añadió, con un tono de voz satisfecho.
Sol cogió en los brazos a Beatriz y volvieron a sus camas.
-Tenemos que irnos de aquí cariño - dijo, intentando mostrar calma absoluta.
-¿Qué pasó? - preguntó Jaime, despertando por el ruido.
-Nada, duerme.
Entonces el hombre se levantó de su cama y se acercó a ellas.
-¿Qué haces? - preguntó Jaime, viendo que Sol escondía la niña detrás de ella y sacaba un cuchillo.
-Estoy protegiéndonos, nosotras nos vamos y tú nos dejarás ir, sin decir nada a nadie.
-Sol, ¿qué coño pasa?
-Lo sabes perfectamente.
-No, Jaime es un abuelo ya, no sabe exactamente nada - afirmó Alberto entrando en la habitación.
Las personas empezaron a despertarse por las voces, pero nadie entendía lo que estaba pasando.
-Tengo miedo - susurró Beatriz.
-No te alejes de mí - afirmó Sol, levantándose y preparando su mochila.
-De aquí no sale nadie - replicó Alicia.
-No me puedes decir que tengo que hacer - avisó la joven mujer.
-Sí que puedo, Adonay y Giacomo quieren vuestra protección.
-Así es, aquí no estamos seguras.
-Fuera hay monstruos - afirmó Albe.
-¡Vosotros sois los monstruos! - gritó Beatriz, con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Qué está pasando? - preguntó ansioso Jaime.
-Nada, son dos chaladas - contestó Alberto.
-Así es, así que déjanos ir.
-No.
Sol cogió la mano de Bea y se acercó a la puerta, pero Albe le agarró fuerte el brazo.
-Déjame.
-No te vas a ningún lado, niña.
-No soy una niña y me voy adonde me dan las putas ganas.
En cuanto acabó la frase el hombre le dio un fuerte bofetón con la mano abierta en toda su cara, haciéndola caer al suelo.
-¿Qué haces Alberto? - preguntó Jaime, ayudando a la joven a levantarse.
-¡De aquí no va a salir nadie! - exclamó sacando una pistola de sus pantalones. -Voy a llamar a Sergio, no podemos aguantar mucho más, tú piensa en que nadie haga tonterías - afirmó el hombre entregando su arma a Alicia y saliendo de la habitación.
-Tenemos que salir de aquí - susurró Sol.
-La voy a distraer, tú ve a abrir la puerta, causaremos el pánico, pero es la única forma - explicó Jaime.
-Ali - empezó.
-Dime Jaime.
-¿Entonces Sergio está vivo?
-Sí, lo está.
-Joder, me alegro, para mi era casi como un hijo.
-Lo sé.
-¿Podré verle? Me gustaría saludarle.
-Lo dudo.
Jaime suspiró.
-Es una pena.
-Lo es.
-¿Cómo llegaréis hasta él?
-No es un problema tuyo.
-Era solo por saber si os puedo ayudar en algo.
-Sí, callate puto abuelo.
Esta corta y seca conversación fue lo suficientemente larga para que Sol consiguiera abrir la puerta y en pocos minutos alguien empezó a gritar.
-¡Entraron! - exclamaron algunas voces.
Las personas presentes en la sala comenzaron a correr, alguien subía las escaleras, otros intentaban salir por la puerta principal.
-¡Parad todos! - gritaba Alicia, apuntando hacia el vacío.
-Tenemos que correr - afirmó Jaime, cogiendo sus cosas y una mochila de comida.
Los tres compañeros empezaron a marcharse entre el caos que se había provocado.
-¿Y toda esa gente? - preguntó Beatriz.
-Podrán salvarse, ya verás - le aseguró Sol.
Mientras corrían hacia un destino aún desconocido, podían oír disparos, gritos y llantos.
-Lo bueno es que usando la pistola hicieron bastante ruido y todos los monstruos se habrán ido por el edificio, tenemos algo de tiempo para poder buscar un lugar seguro - afirmó Jaime, mientras paraban a llenar los pulmones a unas cuantas calles de su antiguo campamento.
-Vamos a los Jardines - comentó Bea.
-Cariño, no sé si es el mejor lugar - sinceró Sol.
-Podemos intentarlo - comentó Jaime.
Entonces cogieron el camino para llegar a su nuevo destino. Tuvieron que cambiar dirección unas cuantas veces y tomar la llegada más lenta, preferían andar más que cruzarse con esos monstruos.
Sol miraba fijamente a los muertos, cada rostro que veía suspiraba, un suspiro de alivio y paz: entre ellos no estaba su querido Giacomo.
Llegaron a los Jardines y por su sorpresa el lugar parecía vacío, intacto, algo extraño, inexplicable, pero desde hace algunas semanas nada tenía sentido común.
-¿Cómo encontraremos a mi padre? - preguntó Beatriz, mientras daban pasos silenciosos entre los laberintos.
-Conseguiremos llegar a ellos, debemos hacerlo - comentó Sol, pensando en su amado.
-Encontraremos un lugar seguro y hablaremos, aún no asimilo lo que pasó - avisó Jaime, con tono desconsolado.
-Hay alguien - afirmó Sol, quedándose inmóvil.
-Escucho voces - dijo Alberto.
Los dos compañeros se dieron la vuelta cuando oyeron la risa dulce y contagiosa de Beatriz.
-¡Qué mono este perro! - exclamó.
Fue entonces que se dieron cuenta que sí, no estaban locos, había alguien, pero no estaban muertos, estaban vivos, exactamente como ellos y esto no sabían si era algo bueno o no.