Sofía
Capítulo 3: Cena, Malentendidos y Más Arena
Después de un largo día en la playa, no pude evitar sentir alivio cuando finalmente llegamos al hotel donde nos hospedaríamos el fin de semana.
El plan original era pasar el día en la playa y regresar a casa, pero Fernanda, con su don de convencimiento, había logrado que sus padres nos dejaran quedarnos un par de noches más. Por supuesto, no me enteré de este pequeño cambio de planes hasta el último minuto, lo cual solo aumentó mi sensación de estar fuera de control.
El hotel no era precisamente de lujo, pero tenía lo básico: camas cómodas, aire acondicionado (gracias al cielo) y un restaurante que prometía comida decente. Llegamos a nuestras habitaciones agotados y cubiertos de arena, y lo primero que hice fue lanzarme sobre la cama. Fernanda, como siempre, parecía tener energía infinita.
—¡Sofía, no te duermas! —gritó mientras saltaba en la cama—. ¡Vamos a cenar en una hora!
—¿Cenar? ¿En serio? —respondí sin siquiera abrir los ojos—. ¿No podemos pedir algo y comer aquí?
—Ni lo pienses. Vamos a bajar al restaurante del hotel. Además, escuché que hacen unos tacos increíbles.
Suspiré. No es que no me gustara la idea de cenar tacos, pero después de un día entero de socialización forzada, lo último que quería era tener que ponerme ropa decente y volver a interactuar con más gente.
Sin embargo, Fernanda no iba a darme tregua. Ella ya estaba buscando en su maleta algo bonito para ponerse, mientras yo todavía debatía si usar la misma ropa de playa o cambiarme.
Finalmente, me levanté de la cama y me dirigí al baño para sacudirme los restos de arena que parecían haberse adherido permanentemente a mi piel. No sé cómo lo hace la gente para verse bien en la playa; yo parecía un desastre, con el cabello enredado y el rostro quemado por el sol.
Mientras me miraba al espejo, me di cuenta de que, sin importar lo que hiciera, no iba a mejorar mucho mi situación, así que opté por lo básico: un par de jeans y una camiseta cómoda.
—¿Lista? —preguntó Fernanda, apareciendo en la puerta con un vestido veraniego que parecía sacado de una revista.
—Lo estoy —mentí, porque en realidad, nunca estoy lista para este tipo de cosas.
Bajamos al restaurante y, como era de esperarse, estaba lleno. Familias enteras, grupos de amigos y parejas ocupaban casi todas las mesas. Nos acomodamos en una mesa junto a la ventana con vista al mar, lo que habría sido encantador si no fuera por el hecho de que yo solo pensaba en lo cansada que estaba.
—¡Miren quién llegó! —dijo una voz detrás de nosotros.
Era Juan y sus amigos, justo en el momento en que Fernanda y yo nos sentábamos. No me malinterpreten, no es que no me cayeran bien, pero mi capacidad para manejar interacciones sociales ya estaba en números rojos.
Ellos, sin embargo, parecían frescos y listos para una noche de diversión.
—¿Nos sentamos con ustedes? —preguntó uno de los amigos de Juan, el mismo que había chocado conmigo en la playa. No recordaba su nombre, pero ya me había acostumbrado a su presencia.
Fernanda, por supuesto, les dio una cálida bienvenida, mientras yo simplemente sonreía y asentía, tratando de no mostrar lo incómoda que me sentía. La cena comenzó bien. Pedimos tacos, nachos y más comida de la que cualquiera de nosotros podría terminar.
Los chicos comenzaron a hablar de deportes, videojuegos y cosas que no me interesaban mucho, mientras Fernanda intentaba mantenerse al día con la conversación.
Yo, por otro lado, me concentré en los tacos. Estaban tan buenos como Fernanda había prometido, lo que hizo que, por un momento, olvidara mi agotamiento. Sin embargo, justo cuando estaba empezando a relajarme, la situación dio un giro inesperado.
—¿Sofía, te gusta alguien de la escuela? —preguntó uno de los amigos de Juan, con una sonrisa traviesa.
Casi me ahogo con el taco que estaba comiendo. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Por qué alguien querría saber algo así?
—¿Qué? No, no... no es algo en lo que piense —respondí rápidamente, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.
—Oh, vamos. Seguro que sí —insistió, con una sonrisa aún más grande.
Fernanda, que hasta ese momento había estado concentrada en su comida, me lanzó una mirada cómplice y añadió:
—Sofía es muy reservada, pero todos sabemos que tiene sus secretos.
Genial. Justo lo que necesitaba. Todos me miraban esperando que dijera algo interesante, pero la verdad era que no tenía nada que contar. ¿Por qué todo el mundo asumía que porque eras adolescente tenías que estar obsesionada con alguien?
—En serio, no hay nadie —insistí, deseando que cambiaran de tema lo antes posible.
Afortunadamente, Juan intervino para salvarme, cambiando el tema a algo mucho más seguro: el clima. Nunca pensé que agradecería tanto una charla sobre el clima.
La cena continuó sin más incidentes, pero no pude evitar sentirme un poco fuera de lugar. No era que no disfrutara de la compañía, pero había algo en la dinámica de grupo que siempre me hacía sentir como una observadora en lugar de una participante activa.
Cuando terminamos de comer, todos decidimos dar un paseo por la playa antes de regresar al hotel. A diferencia del día, la playa por la noche era mucho más tranquila, con apenas unas pocas personas paseando o sentadas en la arena.
Caminamos en silencio por la orilla, disfrutando del sonido de las olas rompiendo suavemente contra la costa. Incluso Fernanda, que normalmente no podía dejar de hablar, se había quedado en silencio, absorta en el paisaje.
Me detuve por un momento, mirando el mar.
A pesar de todas mis quejas, no podía negar que había algo mágico en ese lugar, especialmente bajo el cielo nocturno. Tal vez, solo tal vez, esta escapada a la playa no había sido tan mala después de todo.
—¿Estás bien? —preguntó Fernanda, rompiendo el silencio.