Sofia

Capítulo Cuatro

Sofía

Capítulo 4: Revelaciones bajo la Luna

Después de aquella incómoda caminata por la playa con Fernanda y Maximiliano, el regreso al hotel fue silencioso. Mi mente seguía dando vueltas alrededor de la inesperada aparición de Maximiliano.

Había algo en él, en su regreso, que me hacía sentir extraña, como si estuviera tratando de adivinar una parte de mi pasado que ya no encajaba con mi presente.

A la mañana siguiente, me desperté con la suave luz del amanecer filtrándose por las cortinas de la habitación.

Fernanda ya no estaba, probablemente disfrutando del buffet del desayuno o paseando por la playa.

Tomé una ducha rápida y me vestí con algo ligero antes de bajar a la zona de la piscina. El día parecía más tranquilo, menos agitado que el anterior.

Cuando llegué al comedor, no pude evitar notar que Maximiliano estaba sentado solo en una de las mesas, leyendo un libro con una taza de café a su lado.

La sensación de incomodidad volvió a mí, pero no podía evitar preguntarme qué era lo que lo había traído de vuelta después de tanto tiempo. Decidí enfrentar mis nervios y caminé hacia él.

—¿Te importa si me siento? —pregunté, tratando de sonar casual.
Maximiliano levantó la vista de su libro, sus ojos reflejando sorpresa por un breve instante antes de que asintiera con una sonrisa.

—Claro, siéntate.

Me acomodé en la silla frente a él, sin saber exactamente cómo comenzar la conversación. Había tantas cosas que quería preguntar, pero al mismo tiempo no sabía si quería escuchar las respuestas. Finalmente, decidí romper el hielo.

—Entonces, ¿qué te trae de vuelta? —pregunté, tratando de sonar despreocupada.

Maximiliano cerró el libro y lo dejó a un lado, tomando un sorbo de su café antes de responder.

—Mi familia decidió que era tiempo de regresar. Las cosas en Inglaterra fueron bien, pero no era lo mismo. Supongo que extrañaban la tranquilidad de Guaymas.

—¿Y tú? —insistí—. ¿Tú también lo extrañabas?

Maximiliano se encogió de hombros, como si la respuesta no fuera tan simple.

—Sí y no. A veces, uno se acostumbra a lo nuevo y no se da cuenta de lo que realmente extraña hasta que regresa. Inglaterra fue una experiencia, pero hay algo en este lugar... algo que nunca cambia.

No pude evitar notar la forma en que dijo esas últimas palabras, como si llevaran un significado más profundo.

Antes de que pudiera preguntar más, Fernanda apareció de la nada, como solía hacer, con una sonrisa radiante.

—¡Ah, los encontré! —dijo mientras tomaba asiento junto a mí—. ¿Cómo va la mañana?

La presencia de Fernanda alivió un poco la tensión que sentía entre Maximiliano y yo, pero también me hizo sentir que el momento de sinceridad que estaba buscando se había esfumado.

—Bien, solo estamos poniéndonos al día —respondí, mirando de reojo a Maximiliano, quien simplemente sonrió sin decir nada más.

—Perfecto —dijo Fernanda—, porque he planeado un día completo para nosotros. Vamos a hacer una excursión en bote y luego, si tenemos tiempo, podríamos visitar el centro del pueblo.

Maximiliano y yo intercambiamos una mirada cómplice, sabiendo que Fernanda siempre planeaba cosas sin preguntar. Pero a pesar de lo abrumadora que a veces podía ser, la idea no sonaba tan mal.

—Suena divertido —dije, intentando mostrar entusiasmo.

—Genial, entonces apúrense porque el bote sale en una hora —dijo Fernanda, levantándose rápidamente de la mesa—. Voy a cambiarme y nos vemos en el vestíbulo.

Cuando Fernanda desapareció nuevamente, volví mi atención a Maximiliano. Había algo que aún quería preguntarle, algo que había estado en mi mente desde que lo vi la noche anterior.

—Max, ¿por qué no me dijiste que habías regresado? —solté de repente, sin pensarlo dos veces.

Él se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—No estaba seguro de cómo... cómo ibas a reaccionar —dijo finalmente—. Han pasado muchos años, Sofía. Las cosas cambian. Yo he cambiado.

—Todos hemos cambiado —admití—, pero eso no significa que no puedas hablarme.

—Lo sé —respondió él, su tono más suave—. Pero cuando te fuiste... sentí que lo mejor era dejarte ir. Pensé que no querrías saber de mí.

Su respuesta me sorprendió. No había esperado esa confesión, y por un momento no supe qué decir.

—No es que no quisiera saber de ti —dije finalmente—, es solo que... no entendí por qué todo cambió tan de repente.

Maximiliano suspiró y miró hacia la ventana, como si el sonido de las olas lo ayudara a encontrar las palabras adecuadas.

—Había muchas cosas pasando en ese momento. Mi familia, mi viaje, y... no supe cómo manejarlo todo. Supongo que hice lo que pensé que era mejor en ese momento, pero ahora... me doy cuenta de que me equivoqué.

Sus palabras me hicieron sentir una mezcla de alivio y tristeza. Parte de mí había esperado una explicación durante años, y ahora que la tenía, no sabía cómo procesarla.

—Bueno, estás aquí ahora —dije, tratando de mantener la calma—. Y creo que es un buen momento para empezar de nuevo.

Maximiliano me miró a los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que había una oportunidad de reparar lo que habíamos perdido.

—Sí, creo que tienes razón —dijo con una pequeña sonrisa—. Empecemos de nuevo.

Y con esas palabras, el peso del pasado comenzó a desvanecerse, aunque sabía que aún quedaba mucho por hablar, mucho que entender. Pero por ahora, eso era suficiente.

Antes de que pudiera responder a lo que Maximiliano había dicho, Fernanda reapareció, esta vez vestida con ropa de playa y con una enorme sonrisa en el rostro.

—¡Vamos, chicos! —exclamó, ajena a la intensidad del momento entre Maximiliano y yo—. El bote está a punto de salir, ¡no podemos perderlo!

Maximiliano me dio una última mirada, como si quisiera decir algo más, pero simplemente asintió y se levantó. Lo seguí, sintiendo una extraña mezcla de emociones que no podía desentrañar del todo.



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Editado: 11.11.2024

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