Solamente ámame

Prólogo

La fallida confesión

 

 

 

 

 

 

—¿Qué dijiste? —Lex pregunto

Y yo, de pie en el mismo lugar, estaba demasiado inmersa en mis emociones para admitir que algo había ocurrido.

Asustada giré el rostro y miré alrededor. Las voces eufóricas que solían oírse en la cafetería al mediodía se apagaron y solo quedaba el inmerso cuchicheo de los demás, observándome con intriga. Fue ese simple movimiento lo que me hizo saber que todos habían oído mi confesión. Y ciertamente debí prestar atención al consejo de la pelirosa, sus palabras ahora comenzaban a tomar sentido. Me había advertido de cada uno de mis movimientos y luego de años de amistad ella me conocía a la perfección. Supo de inmediato que los nervios me ganarían y mi lengua, ansiosa por escupir las palabras correctas, soltaría cualquier frase cavando mi tumba. Por así decirlo.

Esperaba haber usada las palabras correctas.

Me removí inquieta y volví a observar a Lex. Sus ojos me examinaban con atención como si quisiera descifrar mis pensamientos. E inclusive, con el aire acondicionado encendido, el uniforme escolar comenzaba a ser asfixiante. Porque esto no era lo que tenía pensado. No, para nada. En mi mente fue distinta la reacción, fue demasiado diferente. Él no me miraría así. Lex Altagracia, mi primer amor, me dejaría mostrarle cada uno de mis sentimientos.

Y así de simple podría dejar de lado que mi entusiasmado corazón me hacía pensar en él todo el tiempo. Pero había olvidado dos cosas importantes. Y una de ellas era que, después de todo, no me correspondería. No cuando Silvana estaba ahí, sosteniendo su mano.

¿Cómo no lo pensé antes?, ¿cómo fue que había olvidado algo tan importante? Mordí mi labio y dejé de observarlo deseando que la tierra me tragará de inmediato. Deseando que nada de esto hubiera ocurrido. Deseando haberle hecho caso al rumor sobre su reciente relación.

—Inea —lo escuché llamarme, con esa voz dulce que lo caracterizaba, pero no me atreví a mirarlo. No estaba lista para enfrentar este bochornoso momento— ¿estás bien? —pregunto

—Sí, sí —mentí

—No debiste decírmelo

—Lo sé —susurre, aunque no me oyera

—Después de todo, no soy yo quién debía escucharlo. Esto debió ser en privado

¿Qué estaba diciendo? Lo observé y en sus labios una sonrisa se marcaba intentando consolarme.

—No la culpes, estaba nerviosa —la voz de Silvana se oyó. Ella, con el cabello rubio atado en una alta coleta, parecía demasiado despreocupada—. Creo que lo confundiste, Inea. Él no es Donato

—¿Qué?

—¿No es a quien mencionaste? —ella indaga—. Dijiste que Donato te gusta, ¿lo recuerdas?

Por supuesto que recordaba ese nombre, pero no recordaba haberlo dicho mientras confesaba mis sentimientos.

Donato era, después de todo, el hermano mellizo de Lex y el chico por el cual tantas quedaban intrigadas o completamente enamoradas. Su personalidad lo hacía ver como un chico tímido que prefería leer un libro y escuchar música sumido en su completa tranquilidad. No solía estar en el círculo de amistad de su hermano ni cerca de él. En realidad, después de dos años de conocerlos, su enemistad era el punto más confuso.

Porque nadie entendía como dos hermanos podían odiarse.

Sin embargo, no había cruzado más que unas simples palabras con Donato y eso me hacía preguntarme cómo había logrado interferir en mi confesión. ¿Por qué de repente dije su nombre?

—No lo mencione

Lex y Silvana se miraron, compartiendo una silenciosa conversación. Esto estaba poniéndome nerviosa, muy nerviosa y eso que aún no había corregido mi error.

—Son los nervios —Silvana comento, embozando una sonrisa

—Lo son —Lex asintió, volviendo a sonreír

No, no solo eran nervios.

Porque estar ante Lex me hacía recordar el día que lo conocí. Cuando inesperadamente me enamoré a primera vista. Lex no solamente era el chico nuevo del vecindario, era un amigo con el cual podías sentarte y charlar durante horas. Que te hacía sonreír y acelerar el corazón con tan solo oírlo.

Así que cuando estaba frente a él me olvidaba de todo. Literalmente.

—Tranquila, Inea. Nadie te molestará con esto —Lex hablo, luego de lo que pareció un largo silencio

—O tal vez no

¿Acaso Silvana pensaba que no la escuchaba? Ella miro alrededor, dándose cuenta que todos estaban atentos a esta conversación.

—No entiendo. Yo no quise decir eso

—Está bien, las confesiones son privadas. Lo entiendo —acorto la distancia. Sostuvo mis hombros y suspiro, uno que me decía cuan triste se sentía y no era por las razones que yo pensaba—. Te ayudaré, tienes a cupido frente a ti —bromeo

—¿Qué? No, no, no es necesario

—Lo será, es mi hermano. Yo te ayudaré a confesarle tus sentimientos

—Él no me gusta —Lex negó, con esa inconfundible sonrisa—. Lo juro, me equivoqué, yo no quise…

Pero me obligué a guardar silencio cuando me di cuenta que no era el momento de hablar. Debía mentir para salir de este lugar lo más pronto posible. Sí, esa sería la mejor opción. Podría dar un respiro, sonreírle, agradecer su ofrecimiento y correr con todas mis fuerzas lejos de aquí. O simplemente caminar rápidamente mientras intento no tropezar.

Ya que, después de todo, no tenía otra opción.

—Tranquila —susurro—. Todo saldrá bien…

Busque su atención con el corazón rendido, solo que él inesperadamente ya no me observaba y no podía ver cuan angustiada estaba. Sus ojos se hallaban sobre una persona en particular, alguien que había ingresado a la cafetería sorprendido por el tan extraño silencio o por las curiosas miradas que caían sobre él. La voz de Lex murmurando su nombre me dio la simple respuesta que necesitaba para que mis ganas de huir incrementarán. Era Donato. E intuí que ahora sí estaba en graves problemas.




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