¿Por qué había elegido este momento?
Probablemente porque pensaba que la clase de gimnasia era, de todas las asignaturas, la que más permitía la flojera. Y eso se veía en la cantidad de alumnos que se escondían bajo las gradas huyendo de la selección para el equipo de voleibol o para evitar saltar sobre las pequeñas colchonetas azules. Así que ella aprovecharía su tiempo de flojera para acercarse a Lex y confesarle su amor.
Todo estaba fríamente calculado, la noche anterior formuló una lista de los pasos que debía seguir correctamente y hasta hizo algunos apuntes en su libreta favorita de lo que podía decir, y claro, de lo que debía evitar decir a toda costa.
Lo llamaría con la evidente excusa de que necesitaba hablar con él a solas, ambos se alejarían de los alumnos curiosos y ahí finalmente le diría: Lex me gustas desde hace mucho tiempo. Diría que desde la primera vez que te conocí. Fue amor a primera vista. Y no quería esconder más mis sentimientos, yo…
Pero el temblor de su cuerpo frenó, el nerviosismo se agotó y dejó de lado el repaso de sus sofocantes palabras.
¿Qué está pasando?, ¿eso era completamente real? Estás repentinas preguntas surgieron en su mente.
Con el corazón acelerado miró a la repentina pareja que entraba al gimnasio escolar tomados de la mano. Inea conocía a cada uno, por supuesto que sí. La chica se llamaba Silvana, capitana del equipo de baile, miembro honorífico del club de lectura y portadora de una sorprendente melena rubia. Una cabellera que Amanda, conocida como La pelirosa por su llamativo cabello rosado, creía que estaba llena de tinte. Y el chico a su lado era su gran amor, Lex Altagracia.
Capitán del equipo de fútbol, un amable chico, fanático de los libros de misterio y próximo médico entre los futuros graduados de su grupo de alumnos. Era él, la sorpresiva causa de sus noches de insomnio, de sus sonrisas bobas y los dulces sueños en medio de la clase.
Y ambos se veían felices.
Tal vez era demasiado repentino aceptar que ambos estaban juntos, probablemente era una broma o algo amistoso y agradable. Inea sabía que Lex acostumbraba tener un enorme círculo de amigos por su personalidad tan educada, amable y dulce. Pero ese tal vez se quedó en el olvido tan pronto como Amanda, desde lejos, la observó con tristeza.
Ella no podía escuchar lo que decían, ni entendía la sonrisa cómplice de los demás. Estaba demasiado confundida como para entender esa clase de felicidad. Ella solo se quedó quieta sin poder reaccionar al tumulto alegre que se formaba en el gimnasio.
Inea retrocedió, cohibida y repentinamente cansada. Creyó escuchar su corazón romperse en mil pedazos y, aunque latía acelerado, se estrujaba cada vez que lo veía. Esa situación no estaba dentro de sus planes, pero por alguna razón sentía que debía alejarse de ahí. Tal vez la cafetería sería una buena opción o debería elegir el jardín trasero, luego pensó en las consecuencias y como las cámaras de seguridad podrían encontrarla rápidamente. Y no quería tener problemas con sus padres por escaparse en medio de la clase.
No, debía ser otro lugar, uno oscuro y desolado.
Con los dedos apretando sus palmas Inea giró sobre sus talones, abandonó la escena y cautelosa se sumió bajo las gradas. Ahí estaría bien, ahí podría llorar un momento, ahí nadie la escucharía regañarse a sí misma por ser egoísta y miedosa.
¿Pero a qué le tenía envidia exactamente?
Suspirando supo que deseaba tanto ser la causa de aquella sonrisa, su primer beso y ocupar sus sueños. De, tal vez, escuchar más de Lex, aún más que los propios rumores y esos largos cinco años. Ella lo soñó por mucho tiempo, fue su mayor deseo y de repente alguien había ocupado el corazón de su primer amor.
Sintió el tibio tacto de sus lágrimas recorriendo sus mejillas, abrazó sus rodillas y escuchó los ronquidos sordos de un alumno que estaba escondido bajo las gradas. Demasiado lejos de ella. Estaba a salvo, podrá seguir llorando, sin embargo, ¿hasta cuándo?
¿Cuánto tardaría en aceptar que fue rechazada de una manera inesperada?
¿Cuánto dolería verlo amar a otra persona?
Sabía que en algún momento tendría que soltar su amor por Lex, no sería para nada fácil, pero era la mejor manera de seguir adelante. Además, como decía su madre, nadie moría por amor. Entonces ¿el rechazo no acababa contigo?
Inea comenzó a dudar mientras seguía llorando.
—¿Por qué te ves tan afligida? —una voz adormilada y suave se escuchó. Ella no quiso mirar al chico que se había unido al pequeño grupo de fugitivos, claramente sabía que solo era un curioso compañero preocupado por verla tan deprimida—. ¿Te duele algo? —preguntó con insistencia
—No —titubeo
Deseo que se alejará.
—Oh, ya veo. Estás llorando —dijo él—. ¿Qué te parece si me cuentas el motivo de tus lágrimas?, ¿tus padres se están divorciando?, ¿problemas con tus notas?, ¿sensibilidad mensual? O lo más acertado, ¿problemas que comprometen a un joven corazón enamorado?
Inea se mordió los labios y lentamente lo observó. Seguramente él podía notar el sonrojo de sus mejillas o lo triste de su mirada. No lo sabía con claridad, tampoco preguntó, se concentró en evaluar que la repentina oscuridad no dejaba ver más de los brillantes ojos del muchacho y una pulsera blanca en su muñeca derecha.
Claro, había olvidado que bajo las gradas la luz del gimnasio rara vez se colaba.
—Chismoso —refuto, escuchándolo reír por su absurda respuesta—. ¿De qué te ríes?
—Eres tierna, pero no hay necesidad de insultarme. Solo tenía curiosidad, no siempre te encuentras a una misteriosa chica llorando en este lugar donde los fugitivos alumnos se esconden del profesor. Es preocupante, ¿lo entiendes?
—Sí, sí
Por el leve sonido de su risa, supo que el muchacho estaba sonriendo.
—Entonces… ¿Por qué llorabas? Si se puede saber, claro
—Por nada en particular