#Regla 9: Nunca creas en las palabras solo en acciones
Y como dice el dicho: “No hay secreto que no salga a la luz.” Los rumores pronto se esparcieron, y en el hospital no pasó mucho tiempo antes de que todos se enteraran de lo que había sucedido entre la doctora Delilah y Ares. La tensión entre ellos era palpable, pero no una de conflicto; era una tensión cargada de algo no dicho, algo que los demás notaban, aunque no comprendían del todo.
Ares, que antes había sido el hombre de coqueteos descarados y bromas atrevidas, comenzó a comportarse de una manera completamente diferente. Aunque todavía mantenía su chispa, su actitud se volvió más medida. Ya no lanzaba esos comentarios atrevidos ni piropos incómodos; se volvió más atento, más considerado. Comenzó a hacerle preguntas sobre cómo estaba, a traerle café cada vez que podía, y lo que más sorprendió a todos: le trajo una rosa azul, una flor que Delilah nunca había mencionado, pero que Ares, por alguna razón, sabía que era su favorita.
Delilah, aunque aún mantenía la distancia, ya no lo hacía con la misma firmeza. La distancia entre ellos se fue reduciendo, no por una falta de voluntad, sino porque se notaba que se sentía cómoda a su lado. Ya no respondía con sarcasmo a sus bromas; más bien, cuando Ares le decía algo amable o gracioso, una sonrisa genuina se formaba en sus labios. Y cuando él le entregaba esa rosa azul, sus ojos brillaban con una expresión que no podía esconder, una mezcla de sorpresa y gratitud que comenzaba a ser más notoria.
Los demás en el hospital no tardaron en percatarse del cambio. Y como siempre, los más curiosos no dudaron en preguntarle a Delilah sobre lo que estaba pasando con Ares. Ella, intentando restarle importancia al asunto, simplemente respondió: “Me di cuenta de que tenemos muchas cosas en común, así que decidimos ser amigos, nada más. No se ilusionen.” Aunque lo decía con firmeza, había algo en su tono que delataba que no todo era tan claro como intentaba hacer creer.
Muchos sabían que esas miradas y acciones entre ellos decían otra cosa. Ese “solo amigos” no iba a durar mucho. Por qué algo más estaba creciendo entre los dos. Y aunque ellos no lo reconocieran, o más decir ella, en algún momento, tarde o temprano se daría cuenta lo que realmente siente.
Pero dejando de lado el romance, había algo que realmente emocionaba a Delilah mas que cualquier otra cosa en estos días: Su niño Amaru estaba mostrando una mejora, aunque no estaba completamente recuperado, había algo en su energía, en su actitud, que le daba esperanza. Recordó las primeras semanas de su internamiento, Amaru estuvo casi inactivo, con el rostro pálido y la respiración entrecortada. Sus pulmones, ya debilitados no lograban mantenerse al día con las demandas de su pequeño cuerpo. Apenas podía hablar, su voz era débil, casi un susurro, y en mas de una ocasión, Delilah tuvo que mantener la calma para no dejarse llevar por el miedo. Había días en los que las infecciones respiratorias se apoderaban de el con fuerza, y a pesar de los antibióticos y la fisioterapia, parecía que nada bastaba. Las noches largas, llenas de monitores y sonidos de máquinas, se volvían interminables.
Pero, con el paso de los días, algo comenzó a cambiar. La energía de su pequeño, aunque frágil, empezó a regresar. Sus ojos ya no estaban tan opacos, y su respiración, aunque aún cuidadosa, ya no era tan agitada. Su actitud también cambió: aunque todavía no tenía la fuerza suficiente, su sonrisa empezaba a resurgir, como un rayo de sol en medio de una tormenta.
Durante todo este proceso, su madre estuvo presente por momentos, pero lamentablemente sus visitas eran tan escazas que resultaba inevitable que Delilah se preguntara qué la mantenía tan alejada. Era algo que no podía comprender del todo, y aunque intentaba no juzgarla, no podía evitar sentir una mezcla de pena y frustración por la situación.
Sin embargo, la tristeza que sentía por esa ausencia se desvanecía cuando veía Amaru iluminarse cada vez que Ares entraba en la habitación. Desde el momento en que llegó, Ares se convirtió en una figura clave en la recuperación de Amaru. Pero lo que mas le alegraba a Delilah era la faceta de Ares que pocos conocían. Aquel hombre que se caracterizaba por ser coqueto, a veces un poco descarado, mostraba un lado lleno de ternura y paciencia con su hermano. Ares jugaba con él, le contaba historias de lugares lejanos y aventuras que a menudo hacían que Amaru lo mirara con asombro. Incluso intentaba hacer bromas, y aunque a veces no eran las mejores, lograban arrancarle pequeñas carcajadas al niño. Aquella conexión genuina entre los dos era algo que Delilah valoraba profundamente.
Y no era solo con Ares. Delilah misma había notado que Amaru se alegraba mucho cuando ella estaba cerca. Sus ojos brillaban de entusiasmo cuando la veía entrar en la habitación, y aunque trataba de no emocionarse tanto, su corazón no podía evitarlo. Saber que su presencia tenía ese impacto en él le llenaba el corazón. Amaru incluso había llegado a llamarla "su doctora favorita", y aquello, aunque dicho en broma, le arrancaba una sonrisa cada vez.
Esa tarde, con toda esa ilusión en el corazón, Delilah que había tenido un poco de tiempo libre, decidió visitarlo con un detalle especial. Había estado pensando en que podría llevarle como premio de su recuperación, quería algo que le hiciera sentir aún más feliz y le diera fuerza para seguir luchando. Se decidió por un rompecabezas de un paisaje lleno de colores y personajes que sabía que le encantarían
Con el regalo envuelto en papel brillante y una sonrisa en los labios, caminó hacia la habitación de Amaru. Tomó aire, sintiendo una mezcla de emoción y expectativa, y abrió la puerta. Lo que vio al entrar le arrancó una sonrisa inmediata. Ares estaba tirado en el suelo, fingiendo desesperación, mientras Amaru, sentado en su cama, apuntaba hacia él con los dedos en forma de pistola, haciendo ruidos de disparos