#Regla 8: Cuando menos lo esperas, el amor aparece en tu puerta
Mientras la mañana se deslizaba lentamente hacia la tarde, la cabaña se llenaba de risas y música por el grupo de amigos. En la sala, Alex y Gael se encontraban completamente entregados al juego de baile Just Dance, desafiándose mutuamente con movimientos exagerados y risueños al ritmo de las pegajosas canciones de Axe Bahía…
— “Beso en la boca es cosa del pasado, la moda ahora es enamorar pelado” —gritaba Alex entre risas, mientras hacia movimientos con sus manos y hacia un giro tan dramático que casi cae sobre la mesa
— “Kiss on the lips it's something from the past, the real thing now makin' here undressed” —continuo Gael tratando de cantar en inglés, sin perder el compás y moviéndose al ritmo de la música con un entusiasmo como si estuviera en una fiesta brasileña
En la cocina, Delilah estaba limpiando los alimentos, preparándose para cocinar. La música la había mantenido entretenida, pero ya empezaba a sentirse un poco sola en la tarea. Alzó la voz hacia la sala, sabiendo que sus amigos no la escucharían si no gritaba un poco.
—¡Oigan, chicos! ¿Ya terminaron de bailar? ¡Tengo hambre!
—¡Aún no! ¡Nos falta un tema más! —gritó Gael mientras saltaba en el lugar con más energía como si estuviera en los carnavales de Brasil
—Bueno, ¡terminen rápido que ya tengo hambre y no voy a cocinar sola! —dijo Delilah, suspirando mientras sentía que la paciencia empezaba a agotarse.
—¡Tranquila! ¡En cuanto terminemos te avisamos! —dijo Alex, levantando una mano sin dejar de bailar.
Delilah dejó lo que estaba haciendo y se dirigió hacia la sala. Los vio a ambos intentando bailar y, al verlos tan entretenidos, solo soltó una risita divertida antes de suspirar y dirigirse a su cuarto para descansar un rato. Cuando los chicos iban a bailar otro tema no se dieron cuenta que al estar tan absortos en el juego se les habían acabado las moneditas para seguir comprando más canciones.
—¡Alex, se acabaron las moneditas! —se quejó Gael con dramatismo, mostrando su celular.
—¡A mí también! —replicó Alex, como si fuera una tragedia de proporciones épicas.
Ambos se miraron con caras largas, comprobando que sus cuentas estaban vacías. Tras un momento de silencio, Gael levantó la vista con una chispa de malicia.
—¡Ya sé! Compremos el paquete con la tarjeta de Michael.
Alex lo miró como si Gael acabara de sugerir algo digno de un manicomio.
—¡¿Estás loco?! ¡Michael nos va a matar! ¿Acaso quieres que te tire al río?
Gael agitó la mano, restándole importancia.
—¡Tranquilo! No pasa nada. Lo distraemos, borramos el historial, y listo. Michael ni lo notará. Además, es solo un paquete pequeño.
Alex dudó por unos segundos, pero finalmente accedió, aunque seguía temblando. Y con la rapidez de dos personas que no pensaban bien las cosas, ingresaron los datos de la tarjeta. Estaban a punto de confirmar la compra cuando la puerta se abrió de golpe.
Ambos quedaron congelados como si los hubieran pillado en un crimen. Michael los miró desde el marco de la puerta, con una ceja alzada.
—¿Qué tienen? —preguntó Michael, confundido por sus caras
El celular de Michael vibró en su bolsillo. Lo sacó lentamente y leyó la notificación que decía: "Gracias por tu compra: Paquete premium de canciones de Just Dance por $49.99."
—¿Qué... es esto? —murmuró Michael, mirando la pantalla del teléfono.
Los chicos intentaron disimular, pero el pánico estaba pintado en sus rostros. Michael de repente alzo la vista y miró la pantalla del televisor, luego el celular de los chicos, y finalmente su propio celular. Parecía que había conectado todos los puntos.
—¿Ustedes...? —empezó a decir con un tono que heló la sangre de los chicos.
Sin esperar más, Gael y Alex gritaron al unísono:
—¡Corre! —y salieron disparados en direcciones opuestas, esquivando muebles como si fueran obstáculos en una carrera de supervivencia.
Michael no tardó en reaccionar y fue tras ellos, con pasos firmes y una expresión que prometía consecuencias.
—¡Vuelvan aquí ahora mismo! —gruñó mientras los perseguía.
Los gritos de los tres resonaron por toda la casa, alertando a Delilah, quien salió de su cuarto envuelta en una manta. Al llegar a la sala, se encontró con una escena bastante curiosa. Gael estaba tirado en el suelo, con una expresión de total suplicante en su rostro, las manos entrelazadas como si estuviera rogando por su vida. Michael encima de él, completamente enfadado, y Alex estaba detrás, intentando sujetarlo, como si estuviera protegiendo a Gael de un inminente golpe.
—¿Qué les pasa? —preguntó Delilah, sin evitar reír al ver la escena.
—¡Pregúntales a ellos! —dijo Michael, con una sonrisa forzada que no lograba ocultar su enfado.
Gael, con voz temblorosa, se atrevió a susurrar.
—¡Michael, por favor, fue un error! ¡Te juro que mis manos fueron hackeadas y lo hicieron involuntariamente... pero mira el lado positivo, ahora podrás bailar con nosotros ¿no?
Delilah se dobló de la risa al escuchar eso.
—¿Bailar? —preguntó entre carcajadas.
Aprovechando la confusión, Gael empujo a Michael quien cayó encima de Alex, y corrió hacia Delilah, y, antes de que pudiera reaccionar, la levantó como si fuera un saco de papas.
—¡Del, hay que cocinar ¿no?! ¡Tenemos que cocinar! —exclamó mientras se dirigía a la cocina con Delilah a cuestas.
—¡Gael, bájame! —gritó Delilah entre risas, golpeando suavemente su espalda. —¡No me utilices para escaparte de Michael!
Michael y Alex, aún en el suelo, se levantaron. Michael miró a Alex con una calma siniestra.
—Esto no ha terminado. Te lo aseguro.
Alex tragó saliva y empezó a murmurar una oración en voz baja mientras seguía a Michael hacia la cocina, convencido de que sus últimos momentos estaban cerca.