Solamente es Cuestión de Tiempo

Capitulo 9

REGLAS 10: Nunca digas que no existe el amor a primera vista, hasta que lo experimentes

El clima de hoy era peculiar. Por la mañana, el sol brillaba intensamente, disipando el frío que se resistía en las primeras horas del día. Sin embargo, conforme avanzaban las horas, una neblina espesa empezó a cubrirlo todo, y un viento helado se apoderó del ambiente. Ahora, las calles estaban teñidas de un gris melancólico. El aire gélido soplaba con tal fuerza que parecía decidido a arrancarle los gorros a quienes se atrevían a salir. Los pocos transeúntes que recorrían las calles caminaban apresurados, encorvados dentro de sus abrigos, mirando al suelo, como si quisieran evitar que el frío les calara hasta los huesos.

Dentro de la tienda, el contraste era absoluto. El aire cálido, la luz suave y el murmullo de conversaciones daban una sensación de refugio frente al caos exterior. Los pasillos rebosaban de vida y color: estanterías llenas de peluches de todos los tamaños, juegos de construcción, rompecabezas y figuras de acción. Una música alegre salía de los altavoces, añadiendo un toque animado al ambiente.

En medio de todo, una figura destacaba sin esfuerzo. Alto, de porte recto y con una presencia imponente, Ares se encontraba frente a un estante, inmóvil. Vestía ropa casual, pero su mirada analítica, propia de su vida como marine, lo hacía parecer fuera de lugar. Sus penetrantes ojos azules recorrían los peluches con detenimiento, como si cada uno representara una decisión de vida o muerte.

Frente a él, dos peluches llamaban su atención: un perro gigante con orejas exageradamente largas y una expresión tierna, y un gato negro con ojos amarillos que parecían mirar directamente al alma. Ares pensó en Amaru abrazándolos con una sonrisa de oreja a oreja. Pero ¿perro o gato? Su hermano adoraba a ambos animales, y elegir uno era como escoger entre dos cosas igualmente esenciales.

Suspiró profundamente y, tras unos segundos de reflexión, tomó una decisión. ¿Por qué elegir uno cuando podía llevarse los dos? Con una sonrisa satisfecha, agarró ambos peluches y se dirigió al mostrador.

La cajera, una joven con ojos brillantes y una sonrisa divertida, lo observó acercarse cargando los peluches que casi lo ocultaban por completo.

—Debe ser alguien muy especial para recibir estos regalos —comentó mientras los empacaba.

Ares asintió con una ligera sonrisa.

—Más de lo que imaginas.

Al salir, el viento frío lo golpeó con fuerza, pero no parecía importarle. Avanzó hacia su auto, un vehículo negro estacionado cerca. Colocó cuidadosamente los peluches en el asiento trasero, asegurándose de que estuvieran bien acomodados, y luego se dirigió al hospital. Al llegar, se estaciono, bajó del auto, sacó los peluches y se dirigió a la entrada

Al cruzar las puertas, varias miradas curiosas lo siguieron mientras caminaba por los pasillos con los peluches en brazos. Algunos lo reconocieron como "el marine que siempre está con la doctora Delilah". Aunque intentaba ignorar los murmullos, una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Le fascinaba que lo identificaran de esa manera, porque quería que todo el mundo supiera que estaba completamente loco por ella.

Cuando llegó al cuarto de Amaru, abrió la puerta con cuidado, equilibrando los peluches entre sus brazos. La imagen que lo recibió llenó su pecho de ternura: Amaru estaba profundamente dormido, con un par de juguetes aún en sus pequeñas manos.

Ares dejó los peluches en un sillón cercano y se acercó a la cama con pasos silenciosos. Con delicadeza, retiró los juguetes de las manos de su hermano y los colocó en la cesta junto a la cama. Luego, se sentó en la silla, observándolo en silencio. Poco a poco una sonrisa suave se formó en su rostro. Amaru se veía tan relajado durmiendo plácidamente que, por un momento, Ares pudo sentir un poco de paz.

Sin embargo, mientras seguía mirándolo, algo dentro de él comenzó a quebrarse. Sus ojos se detuvieron en la pequeña carita de Amaru, y un dolor punzante atravesó su corazón. Aunque descansaba profundamente, era imposible ignorar las marcas del cansancio: las ojeras oscuras bajo sus ojos, su rostro algo demacrado.

Ares continuó examinándolo con una mezcla de tristeza y ternura. Sus brazos y piernas eran tan delgados, más de lo que deberían ser para un niño de su edad. Recordó cómo, apenas unos días atrás, parecía estar mejor, lleno de energías y con esa chispa que lo caracterizaba. Pero la mejoría había sido breve, y ahora lo veía nuevamente en este estado frágil y vulnerable.

Le dolía profundamente ver a su pequeño hermano así. Era un peso que llevaba en el pecho y que, por momentos, amenazaba con desbordarlo. Pero se obligaba a mantenerse positivo. No podía permitir que sus emociones afectaran a Amaru. Por eso, cada día renovaba su esperanza de que, algún día, su pequeño volviera a ser ese niño lleno de energía, con esa sonrisa única que iluminaba todo a su alrededor y con las ganas de jugar y hacer bromas que tanto lo definían.

Desvió la mirada por un momento y se fijó en la mesita junto a la cama. Sobre ella, descansaba un florero con rosas blancas y azules. Eran simples, pero al mismo tiempo llenas de significado. Ares soltó una ligera risa al recordar cómo, cada vez que encontraba a Delilah en el jardín, ella se quedaba observando las rosas azules con una mirada llena de amor y admiración.

Siempre le había fascinado lo que esas flores representaban, y al descubrir cuánto significaban para ella, comenzó a llevarle una cada vez que podía. La expresión de Delilah al recibirlas era algo que Ares atesoraba profundamente. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad única, y su sonrisa, cálida y sincera, lo derretía por completo. La similitud entre las rosas azules y ella era innegable: ambas eran únicas, excepcionales, y eso la hacía simplemente “perfecta”. Al pensar en ello, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, como un reflejo involuntario de todo lo que ella le hacía sentir.




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