Soldado 01 - Una carta [seho]

Capítulo Doce

Sehun

Dos meses más tarde.

Me quedé inmóvil, a medio comer una cucharada de masa para galletas de chocolate, cuando el timbre sonó.

Mi corazón se rompió cuando miré a Minseok. Nos miramos uno al otro por unos minutos, pero de alguna manera lo sabíamos.

Él estaba un día adelantado.

—No puedo mirar —dije, dejando el plato de pasta. Me aparté de la mesa. Una rápida mirada confirmó que mis pantalones y mi camisa, de terciopelo azul y gris, estaban cubiertos de harina.

Minseok entró por la puerta junto a la cocina y abrió la cortina para mirar a través de la ventana del frente.

—Melocotones y crema dulces, es sexy como el infierno, Sehun.

Mi pulso saltó en lugar de pulsar. Me retorcí las manos.

—Está adelantado —dije secamente.

Minseok se pasó los dedos por su cabello castaño. Su figura llena fluctuó ligeramente más de lo normal, cuando volvió a entrar en la cocina.

—Y sexy. Has oído que es atractivo, ¿no?

Me miró de cerca, calibrando mi reacción. Cuando me quedé mirando fijamente la entrada, el pánico apresó mi cerebro.

—Escucha, Sehun, leí algunas de sus cartas, y hay dos cosas que sé a ciencia cierta. Una, es que no se va a ir hasta que te vea; y dos, te ama. Y ningún hombre puede amar a un hombre sin encontrar la belleza en él.

Fruncí el ceño.

—Tengo un corazón hermoso, no un cuerpo hermoso, Minseok. —Mi voz era un susurro apresurado cuando el timbre sonó de nuevo. Esta vez, Rocco se arrastró hasta la puerta para ofrecer un único ladrido profundo.

—Te lo he dicho mil veces: eres hermoso, maravillosa, un gran premio, bla bla bla, pero sé que no me vas a creer hasta que él te lo diga. Estoy seguro de que lo hará, ahora ve. —Sonrió. Sus ojos castaños brillaron antes de estrecharse. Su aspecto se calmó, suavizándose ligeramente—. Ahora mueve el culo hasta la puerta y ábrela, o si no, voy yo. —Sus manos volaron a sus caderas, haciendo hincapié en su orden.

Tenía razón. Tenía que abrir la puerta. Tenía que enfrentar la realidad en algún punto. Pensé que el punto era mañana a las doce y cuarenta y tres, cuando su avión aterrizase. Por eso estaba horneando hoy. Lo menos que podía hacer era pedirle disculpas y darle un paquete por sus molestias.

Respiré profundamente, de repente limpié las sudorosas manos en los lados de mis pantalones. Mi corazón latía con fuerza contra mi caja torácica. Mis piernas se sentían como gelatina cuando me dirigí a la puerta. Este momento, después de tres años y ochenta y seis cartas, llegaba a su fin.



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En el texto hay: soldados y cartas

Editado: 28.05.2023

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