Soldado 01 - Una carta [seho]

Capítulo Catorce

Sehun

Mirando la madera brillante de mi puerta principal, me tragué el nudo de garganta. Abrí y cerré las manos, respiré hondo. Puedo hacerlo.

Con mi corazón murmurando, mi pulso corriendo, abrí la puerta.

Mi respiración se detuvo cuando miré sus ojos marrones con las cejas bien definidas enmarcándolos. Sus carnosos labios suaves me tenían luchando contra el impulso de besarlos.

Su cabello, castaño oscuro, estaba rapado bien corto, en un estilo muy militar, pero sexy como el infierno. Añadido a eso su borde duro, como si el uniforme del Ejército no fuera suficiente. Aunque el material no se pegaba a su forma, me di cuenta de que era puro músculo.

—Maldita sea, eres hermoso. —Sus palabras, su voz llena de asombro, me cogieron por sorpresa. Le miré a los ojos, fijamente. Mi corazón no se había detenido, sino más bien, acelerado. Tres años me habían llevado hasta este momento—. Llegas antes. —Nada como afirmar lo obvio, Sehun.

Y luego sonrió. Si alguna vez pensé que podría alejarme de él con mi corazón intacto, estaba equivocado.

Sus ojos se arrugaron cuando su rostro se iluminó. Dios, era una preciosidad. Sus fotos no le hacían justicia.

De repente, estaba hiperconsciente de mí mismo, de mis defectos. Me moví, luchando por mantener la boca cerrada. Sabía qué si hablaba, metería la pata.

Afortunadamente, con brusquedad, Minseok me empujó hacia atrás y forzó su camino entre Suho y yo. Sacudió la mano en su dirección.

—Soy Minseok. Es bueno finalmente conocerte. —Este hombre era incorregible. A pesar de nuestros tamaños similares, Minseok nunca había carecido de confianza.

—Encantado de conocerte.

Pasando las curvas de Minseok, tomé la mano de Sehun, agitando su mano con una sonrisa cortés que apenas curvaba mis labios.

—Disculpa a Sehun. Supongo que está un poco estresado. Llegas temprano. ¿No te enseñó tu madre que nunca debes apareces antes de la hora a recoger a un hombre? Necesitamos todo el tiempo que podamos para prepararnos.

Suho se encontró con mi mirada, su sonrisa se ensanchó, sus facciones se relajaron; sus ojos brillaban con una emoción intocable.

—Mi madre me dijo que era mejor llegar temprano, que tarde.

—Hum —Minseok vaciló, mientras nos miramos el uno al otro abiertamente.

Un momento de silencio pasó. No conseguí cerrar la boca abierta. Estaba aquí. Dios, era hermoso; no un chico con buena forma, sino viril, masculino, un Dom alfa, un tipo recto. Sabía que, en el momento en que mis nervios se calmaran, querría arrancarle la ropa. El hombre era digno de babear.

Minseok hizo una escena para comprobar su teléfono.

—Bueno, si opinas eso. El tiempo simplemente voló. Tengo que ir a buscar a Chen, mi novio.

—Se volvió hacia mí—. Te llamo más tarde, Sehun. —Me guiñó un ojo, en silencio, para animarme. De cara a Suho, dijo—: Ve lento con él, soldado. —Agarró su bolso del gancho junto a la puerta, Suho se hizo a un lado y lo dejó pasar.

Rocco serpenteaba hacia el hombre. Levantó su rostro arrugado hacia a él, observándolo desde una cierta distancia.

—Hey, amigo. —Suho se agachó y extendió la mano para que lo olfateara el perezoso perro.

Solo tomó un minuto antes de que Rocco se moviera hacia la mano en espera de Suho. Frotó generosamente al perro, dándole mucha atención, antes de levantarse de nuevo.

De repente, me acordé de mis modales.

—Oh, lo siento. ¡Entra! —sacudí la cabeza con desaliento. ¿Qué pasa conmigo?

Se inclinó y recogió una bolsa de lona negra que había dejado fuera del balcón, sacándose la boina antes. Cruzó el umbral, dando a Rocco una última palmadita llena de amor, antes de dejar sus cosas en el suelo de madera y encararme.

Me estudió, y yo sabía que sus ojos penetrantes veían cada detalle, cada falla. Levantó la mano y pasó sus dedos a lo largo de un lado de mi cara.

—Eres un infierno mucho más bonito en persona.

Sentí que me sonrojaba. Soñaba con oír esas palabras, pero nunca pensé que él las diría.

—Soy un desastre. Yo, uh, me la pasé horneando.

A ciegas, él empujó la puerta, cerrándola. Su atención nunca me dejó. El silencio pasaba entre nosotros, aún más, lo que no se decía, se envolvía alrededor nuestro.

Mirarlo era surrealista. Había mirado sus fotos infinitamente. Juré que había memorizado cada detalle. Creí que no me sorprendería, pero lo hizo.

Personalmente, vi el sol besando su piel, las minúsculas pecas por el sol del desierto. Vi las profundidades de sus iris, llenas de chocolate suave y miel.

Vi la suavidad de sus labios, la forma en que tímidamente terminaban en contornos duros. Pude ver la sombra de barba de cinco horas de vuelo, casi imaginaba cómo se sentía.

Sin pensarlo, pasé los dedos por su dura mandíbula. Podía decir que se había afeitado antes de salir, y duchado. Olía al varonil champú que le envié hace un mes. Además del aroma de su cuerpo, olí algo afilado, robusto, casi amaderado, almizclado, algo semejante al sándalo.



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En el texto hay: soldados y cartas

Editado: 28.05.2023

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