Solitud y Sangre

Continuacion

Las primeras semanas en las montañas fueron un desafío, tanto físico como emocional. La construcción de la cabaña había sido una tarea ardua, pero me permitió mantener mi mente ocupada y evitar pensar en el pasado. Cada tabla que clavaba, cada piedra que colocaba, era un intento de construir algo sólido en medio de mi vida desmoronada.

Los recursos en las montañas eran limitados, lo que me obligaba a ser ingenioso y autosuficiente. Aprendí a cazar y pescar, a recolectar bayas y raíces comestibles, y a identificar plantas medicinales. Mis días se llenaban de trabajo manual, pero las noches eran un vacío interminable, un recordatorio constante de la soledad y el aislamiento que había elegido.

Una noche, mientras estaba sentado junto al fuego, escuché un ruido extraño fuera de la cabaña. Me levanté con cautela, tomando mi rifle de caza que siempre mantenía cerca. Abrí la puerta lentamente y salí al porche, donde el frío de la noche me golpeó de inmediato.

La luna iluminaba el claro frente a la cabaña, y mis ojos se adaptaron rápidamente a la penumbra. Al principio, no vi nada fuera de lo común, pero entonces noté un movimiento en el borde del bosque. Un par de ojos brillantes me observaban desde la oscuridad.

Me quedé inmóvil, con el rifle apuntando hacia la fuente del ruido. Después de un momento, los ojos desaparecieron y el bosque volvió a sumergirse en el silencio. Solté un suspiro y bajé el arma, volviendo al calor del interior de la cabaña. A veces, la soledad y la oscuridad jugaban trucos con mi mente, haciéndome ver y escuchar cosas que no estaban allí.

Esa noche, los recuerdos de la guerra volvieron a mi mente con una intensidad abrumadora. Cerré los ojos y reviví los momentos más oscuros, los rostros de mis compañeros caídos y el caos del campo de batalla. La culpa y el dolor me asaltaron como una ola, pero sabía que debía enfrentarlos si quería encontrar algún tipo de paz.

A la mañana siguiente, me levanté temprano y decidí explorar más allá de los límites habituales de mi territorio. Tomé mi mochila con suministros básicos y partí hacia el corazón de las montañas. La caminata fue ardua, pero el esfuerzo físico me ayudó a despejar la mente y a encontrar un momento de tranquilidad en medio de la naturaleza.

Llegué a un valle escondido entre dos picos elevados, un lugar donde el río formaba una pequeña cascada que caía en una piscina cristalina. Me senté en la orilla, dejando que el sonido del agua me calmara, y me pregunté cuánto tiempo podría seguir viviendo de esta manera, aislado del mundo.

Mientras observaba el agua fluir, recordé una conversación que había tenido con mi mejor amigo, Jake, poco antes de su muerte. Hablábamos de lo que haríamos después de la guerra, de los sueños y esperanzas que teníamos para el futuro. Ahora, esos sueños parecían lejanos e inalcanzables, como si pertenecieran a otra vida.

El peso de la soledad era abrumador, pero también era un refugio. Aquí, en las montañas, podía enfrentar mis demonios sin las distracciones del mundo exterior. Podía buscar la redención y la paz que tanto anhelaba, aunque el camino fuera largo y doloroso.

Regresé a la cabaña al caer la tarde, agotado pero con una nueva determinación. Sabía que no podía seguir huyendo de mi pasado, que debía enfrentarlo y encontrar una manera de vivir con las decisiones que había tomado. La soledad no era solo un castigo, sino también una oportunidad para redescubrir quién era y lo que realmente importaba.

Los días pasaban lentamente, uno tras otro, mientras me acostumbraba a la rutina de la vida en las montañas. La naturaleza se convertía en mi única compañía, y empecé a notar pequeños detalles que antes había pasado por alto: el canto de los pájaros al amanecer, el murmullo constante del río, y la forma en que la luz cambiaba a lo largo del día, pintando las montañas con diferentes tonos de verde y azul.

Mis días comenzaban al alba, con la primera luz del sol filtrándose a través de las cortinas improvisadas. Me levantaba, me lavaba la cara con el agua fría del río y preparaba un desayuno simple: café negro y una porción de carne seca o pescado ahumado que había cazado o pescado yo mismo. El acto de preparar mis propios alimentos me daba una sensación de propósito, un pequeño triunfo en mi batalla diaria contra la desesperación.

Una mañana, mientras recogía leña cerca de la cabaña, descubrí un rastro de huellas en el barro fresco. No eran de ningún animal que reconociera. La curiosidad y la precaución se mezclaron en mi mente mientras seguía las huellas, que se dirigían hacia el bosque denso. Cada paso que daba me recordaba mis días en el ejército, rastreando enemigos y moviéndome en silencio a través del terreno hostil.

Después de unos minutos, las huellas desaparecieron, como si su creador hubiera decidido borrar su rastro o hubiera sido tragado por la tierra. Me quedé de pie, escuchando el silencio del bosque, sintiendo una inquietud creciente en mi pecho. Era raro encontrar señales de otra persona tan cerca de mi refugio. La idea de tener visitantes, incluso desconocidos, perturbaba mi sensación de aislamiento.

Decidí no pensar demasiado en las huellas y regresar a la cabaña, pero la inquietud no se disipó fácilmente. Pasé el resto del día con una sensación de alerta, como si algo invisible estuviera observándome desde el bosque. Esa noche, me aseguré de que la puerta estuviera bien cerrada y mantuve el rifle cerca de mi cama.

A pesar de la inquietud, los días siguieron pasando. Me enfoqué en mejorar la cabaña y hacerla más confortable. Empecé a construir una pequeña huerta en un claro soleado cerca de la cabaña, plantando semillas que había traído conmigo. La idea de cultivar mis propios alimentos me daba un sentido de continuidad, algo que mirar hacia adelante.



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En el texto hay: accion, suspense

Editado: 19.06.2024

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