Sólo cuenta hasta cien

Capítulo cuatro

Betsy se fue algunos días más tarde, después de haberle jurarle mil veces que no cometería ninguna locura. Me lo hizo prometer sobre mi pastel de cumpleaños. No puedo creer que desperdicié un deseo en esa tontería.

Lo cierto es que muchas veces pensé en suicidarme, en cortarme las venas con una navaja en el medio del bosque, donde nadie pudiera encontrarme. Aquella idea me hacía endulzar la boca. Era la única alternativa para dejar de sufrir, de una vez y para siempre.

Tampoco voy a negar que la hoja afilada me dejó heridas que todavía están cicatrizando. Y me llamé a mí misma cobarde cuando no pude enterrar la salvación en lo más profundo de mis venas. ¿Por qué el dolor nos acompaña incluso en el final? ¿Por qué tiene que ser la última sensación que recorre nuestro cuerpo antes de morir? El último recuerdo, la última percepción del mundo. Dolor y más dolor. Tenía que ser una jodida broma. 

Ya rendida aquella noche, tomé mi ejemplar de Edwar Allan Poe y lo releí por milésima vez. Los relatos de terror siempre me hacían sentir adrenalina. Aquella lectura era tan excitante que incluso perdí la noción del tiempo, hasta que un sonido proveniente del balcón me hizo paralizar. 

Toc, toc.

Era Roxy. Maldita gata trepadora de árboles.

— ¿Qué rayos haces? —le contesté furiosa, tratando de no gritar demasiado.

—Vaya que te di un buen susto —soltó Roxy divertida cuando abrí las puertas de cristal. Ella llevaba ropa oscura y se había colocado un antifaz—. Estamos dando una fiesta en la casita del lago, tienes que venir... 

—Ni lo pienses —contesté al instante, dejando el libro en la biblioteca—. La última vez que me escapé mis padres me sacaron la guitarra eléctrica. 

—Vamos —insistió Roxy—. El lugar está lleno de músicos y de cerveza.

—Detesto la cerveza —puntualicé. 

Roxy no se rindió. 

—Necesitamos una guitarrista —prosiguió—. Ahora que somos un Power Trío tienes que hacernos el honor...

—De acuerdo, tú ganas —me rendí, más por obligación que por placer—. Pero si esto me trae problemas te juro que te la verás conmigo... 

—Descuida, cachorrita —fue la respuesta de Roxy—. Tienes que vivir un poco.

Tomé mi guitarra y en poco tiempo ya habíamos llegado al lago. En el camino nos topamos con todo tipo de sujetos extraños que iban en la misma dirección. Por lo visto, aquel acontecimiento reunía todo tipo de especímenes. 

—No puedo creer que lo conseguiste —Le dijo North a Roxy cuando me vio llegar. Estaba radiante de alegría.

La casita abandonada estaba iluminada por una decena de farolas. Había sujetos sentados en el marco de las ventanas sin cristales, y algunos nos observaron desde el techo. Vi que habían improvisado un escenario y unos sujetos se encontraban tocando Punk Rock. 

Junto al escenario, un grupo de sujetos se empujaban y sacudían la cabeza. El suelo estaba cubierto de latas de toda clase de bebidas alcohólica. 

—Iré a hablar con Scott —anunció North y después se perdió entre la multitud.

Scott era el sonidista que asistía la mayor parte de los eventos clandestinos. 

—Seguimos nosotras —anunció Princess of Darckness a los cinco minutos. Su pintura de labio, antes de un rojo escarlata radiante, se había esparcido por todo su rostro. 

Un altavoz anunció el nombre de nuestra banda y nos recibió una multitud de aplausos. Nos tomó apenas unos cuantos segundos acomodarnos en el escenario. Enchufé la guitarra al amplificador y toque algunos acordes al aire. La calidad era lamentable. 

North nos indicó el orden en el que tocaríamos las cinco canciones que teníamos mejor ensayadas. Era la primera vez que tocábamos sin Betsy. Su participación en la segunda guitarra sin dudas nos haría muchísima falta.

Una pequeña parte del público cantó nuestras canciones, y el resto se limitó a sacudir la cabeza, aplaudir y chillar. No me sentía de ánimos aquel día, pero tocar la guitarra, sin dudas, había marcado una mejoría en mi humor. 

La última canción se fue en medio de aplausos y ovaciones, y el altavoz anunció la participación de otra banda, en este caso integrada por músicos masculinos. No me sorprendía. Eramos la única banda de mujeres en medio de aquel mar de huevos.

—Tú eres la chica de la Flying V —un sujeto se me acercó ni bien nos alejamos del escenario. North y Roxy habían ido por bebidas. Las maldije en diez idiomas diferentes por haberme dejado sola con un borracho.

—Aléjate —le contesté enseñándole los puños—. Sé pelear y podría patearte el trasero. 

Di media vuelta y me acerqué a un pequeño grupo de sujetos que estaban fumando marihuana. 

—No quiero pelear —aquel joven me siguió, guardando la distancia. Tenía gas pimienta en el bolsillo y estaba dispuesta a utilizarlo si algo se salía de control—. Sólo quiero saber tu nombre. 

Ahora que le prestaba más atención no parecía estar borracho. De cualquier forma, me sacaba de quicio el exceso de confianza.

— ¿Por qué te diría mi nombre? —lo miré de reojo mientras intentaba encender un cigarrillo.

El sujeto me ofreció fuego. 

—Para empezar —el joven de cabello grisáceo dudó por un instante mientras pensaba. Llevaba una remera de Led Zeppelin y no parecía mucho mayor—. Debes decirme tu nombre porque a partir de esta noche, me costará olvidarte...

—Los hombres son asombrosos —murmuré sacudiendo la cabeza y me dispuse a buscar a mis amigas. 

—Espera —me pidió el sujeto—. No he dicho más que la verdad.

— ¿Y esperas que te crea? —la leve mejoría en mi ánimo había desaparecido por completo. Quería avisarle a mis amigas que me iría a casa—. ¿Quieres sexo? ¿Es eso lo que buscas? ¿Piensas que tus palabras me harán desvestir frente a los encantos que crees poseer? ¡Déjame decirte que estás equivocado! 

Mi exaltación hizo que varias personas a los alrededores volteen para ver lo que estaba ocurriendo. Los pleitos siempre atraían miradas curiosas.




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