Solo hasta que te enamores

Capítulo 4. Odio las tormentas

Avery

El paso de los años hace que las personas cambien, pero me había dado cuenta de que con ellos no. Los Masson seguían siendo tal y como los recordaba, aunque, quizás, eran ellos quienes podían decir eso de mí, yo sí había cambiado. Se notaba a kilómetros que estaba siendo muy arisca y recelosa, mis acciones me delataban, ya que intentaba tener el menos contacto con ellos, tanto física como verbalmente.

— Sabes — dijo de pronto Leopold —. Hace un rato, mi hija dijo que te había visto —mencionó con diversión, mientras yo recordaba a la pequeña pelinegra de ojos justamente del mismo color que su padre, grises; era tan evidente que era la hija de ambos.

— Y no creímos que fuese cierto —interrumpió Emily, quien amablemente me ofrecía un poco de ensalada.

— Lo increíble es que tú tengas una hija — Las viejas costumbres nunca se olvidan y yo no era la excepción, porque volvía a bromear como solía hacerlo con ella.

Emily cambió totalmente su expresión a una más alegre, no quería sentirme el centro del universo, pero era obvio a qué mi repentino comentario le había causado mucha gracia y algo de añoranza.

— Tiene toda la razón, todavía nadie puede recomponerse del asombro — Bromeo ahora Dean, el cual había permanecido callado todo el tiempo, pero ahora había decidido seguirme el juego.

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Todos reían y todos bromeaban menos él, Kalet seguía en la misma posición rígida desde que había llegado, no se movía ni un solo centímetro más que para meter un bocado de la suave carne a su boca y parecía que mientras masticaba un sin fin de ideas pasaban por su mente.

Con esa clara y detallada descripción se podía decir que no despegaba mi mirada ni un segundo de la presencia del pelinegro, pero, en mi defensa, diré que quizás en el fondo esperaba ver algo en él al verme, como algún remordimiento, aunque, me había olvidado del hecho de que él era como un témpano de hielo.

— Creo que deberíamos entrar — Comentó Emily dirigiendo su mirada al cielo, el cual ya estaba de un gris oscuro, amenazando con que en cualquier momento caería una fuerte tormenta.

En cuestión de minutos todos estábamos adentro y apenas habíamos entrado a la enorme casa cuando la lluvia se había desatado, fuertes truenos y rayos se escuchaban por todos lados e iluminaban cada rincón del lugar.

— Iré con Elody — Indicó Emily subiendo las escaleras y deduje que ese nombre pertenecía a la encantadora niña de la tienda de bolsos.

— Yo, igual —mencionó Leopold —. Por cierto, Avery, estás en tu casa — expresó con una sonrisa en los labios a la que yo correspondí.

Para mí, fortuna ahora estaba sola en la amplia sala, ellos estaban o en la segunda planta, en el baño o en la cocina, así que al fin podía respirar con normalidad sin que pareciera que luchaba por no salir corriendo en cualquier momento. Estaba más nerviosa y alerta de lo que quería admitir, pues cuando mi teléfono vibro en el pequeño bolso izquierdo de mi chaqueta casi gritó.

—¡Donna! — Saludé con emoción a mi representante, la cual me había llamado y a quien en esos momentos extrañaba más que nunca.

— ¿Estás bien? —preguntó ella sin siquiera prestarle alguna importancia al primero saludarme.

— Claro... — Mi voz fingidamente monótona no había convencido a Donna —¿Por qué no lo estaría? — pregunté con obviedad, restándole importancia.

— Por el simple hecho de que a Avery Anderson le asustan las tormentas — Aseguro ella y yo quise corregir su pequeña confusión.

— No me asustan — contradije —. Me aterran — afirmé, tomando con mi mano libre un delgado mechón de cabello, algo que hacía cuando estaba muy nerviosa o, en este caso, asustadísima.

— Lo sabía — Aseguro Donna suspirando — Pero recuerda, cuenta hasta diez y respira profundo — Menciono con dulzura.

— Bien — Fue todo lo que se me ocurrió decir.

— Además, hay algo que debo decirte... — El tono de voz que había usado no me había gustado para nada — Tal vez vuelva en cuatro o cinco días por esta tormenta — soltó de repente y a mí casi me daba un ataque de pánico.

—¿QUÉ?— Grité.

— Lo siento, te quiero, recuerda lo que dije, nos vemos —. Había hablado rápido, sin darme ni siquiera tiempo a replicar o decir algo más, ella ya había dado por sentado que yo aquí estaría de maravilla.

— Genial — Susurre casi sin aliento, al verme en esa horrible situación.

Cuando me di la vuelta, para poder tomar asiento en uno de esos sillones verdes que se veían tan suaves, me topé nuevamente con esos ojos miel. Era Kalet, quien estaba frente a la sala, y para mi mala suerte yo estaba allí. Y como una terrorífica película de terror en esos momentos un rayo iluminó todo el lugar, haciendo lucir esos ojos aún más dorados, al menos eso fue lo único que percate antes de cerrar los ojos por los sonidos del cielo.

— Aún le tienes miedo a las tormentas —dijo Kalet con voz melancólica, como si se lo dijera a sí mismo. Pero escucharlo solo había provocado en mí ese sentimiento de recelo.

— Eso no te importa — Afirme, segura, intentando dejar en claro que no tenía ningún derecho en decir nada sobre mi persona.

— No, pero eso no quita que conozca eso sobre ti —exclamó sin inmutarse en lo más mínimo por mi actitud —. Alguna vez fuimos amigos — Y otro rayo había iluminado la casa, definitivamente él era mi pesadilla hecha realidad.

— No creo que alguna vez hayamos sido eso — Fue todo lo que dije, limitando de seguir con esa conversación que no nos iba a llevar a nada y que además yo no quería que siguiera, porque yo no quería hablar con él.

Aunque, al parecer, Kalet sí que quería hablar, pues cuando estaba por pasar a su lado para salir de la sala, me tomó del brazo, suavemente, pero transmitiendo ese sentimiento de que tenemos que hablar. Era ridículo y horrible que, después de diez años, quien me rechazó tan fríamente, ahora quisiese hablar conmigo como si nada hubiese sucedido.




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