SAMANTHA
Recibí a mi familia hace un par de horas, fingiendo una sonrisa y cubriendo a Dylan porque en verdad esperaba que volviera. Tuve que decirles que fue por unas cosas y luego se reuniría con nosotros.
Pero las horas pasaban y no contestaba mis llamadas, mucho menos a mis mensajes. A pesar de que sabía que los leyó, por su última conexión en línea.
«¿Acaso lo nuestro le importa tan poco? ¿Es más grande su orgullo, por amor a Dios? ¿Su ego?» pensé, sintiéndome mortificada.
Esto tenía que ser solo una pelea más, es normal. «Todas las parejas discuten y lo arreglan, como haremos nosotros porque me niego a ser la excepción.
Lo resolveremos, como siempre.» traté de convencerme.
Las horas seguían pasando, pero ya no estaba molesta. Por el contrario, estaba preocupada. Habíamos peleado tantas veces que sabía que si uno cedía, el otro también lo haría y yo cedí.
Dylan ya debería estar aquí. Mi corazón lo sabía y por eso me alertaba. «¿Será que le ha pasado algo?» Aquella pregunta retumbó en mi cabeza y me causó un escalofrío por todo mi cuerpo.
—Sam, hey, ¿qué sucede? —Preguntó Amanda, sentándose junto a mí—. ¿Dónde está la estrella de mi cuñado?
—Yo… no lo sé, la verdad —admití y miré hacia la otra esquina de la sala, donde estaban mis suegros—, pero no quiero angustiarlos.
— ¿Cómo así? ¿Pasó algo? —preguntó, colocando una mano sobre mi rodilla.
—Peleamos, ya sabes, por el mismo tema de siempre y él… pues…
—Ay, no. Yo de verdad no entiendo cómo es que aceptaste casarte con Dylan, de verdad. Ustedes no están bien, ¡él es un…!
—No quiero escucharte hablar mal de él. También me tienes cansada con el mismo discurso, Amanda —la interrumpí, mirándola con toda la seriedad que podía reunir en ese momento—. Además, tengo como un presentimiento… —agregué, sobándome el pecho justo en el corazón—. Creo que algo va mal…
—Sí, ustedes. Deberían ir a terapia de pareja antes de casarse o vivirán un infierno de matrimonio —me aconsejó y le quité la mano de la rodilla con molestia, levantándome—. Yo quiero lo mejor para ti, Sam. No te molestes, sabes muy bien que él…
—No es perfecto, Amy. Lo sé —la interrumpí, encarándola—. Es impulsivo, celoso, un poco egoísta, pero ¿y yo? Yo tampoco soy perfecta y él me ama como soy, ¿por qué yo no puedo amarlo de la misma forma, eh?
—Solo digo que deberían arreglar esas cosas para que dejen de discutir tanto por esa tontería… ¡Samantha, hey!
Amanda me sostuvo cuando un mareo me hizo trastabillar. De pronto, la visión se me tornó negra y la luz reaparecía, pero la cabeza me daba vueltas y me costaba enfocar.
«¿Qué carajos…?»
Mi piel erizada, los latidos acelerados de mi corazón y la angustia que sentía no eran buenos augurios. Algo tenía que estar pasando.
Dylan debería estar aquí, conmigo, como lo prometimos. Por siempre y para siempre.
—Sam, ¿estás bien? —preguntó mi hermana mayor.
—Yo, uh… no sé, me mareé un poco —respondí, tocándome la cabeza ya que me seguía dando vueltas—. Necesito sentarme.
Amanda me ayudó a sentarme, capturando la atención de todos. Se acercaron para ver qué había pasado y mi celular empezó a sonar, pero eso no me dio buena espina.
Leonard me lo pasó y contesté de inmediato al notar que era un número desconocido.
— ¿Sí, diga?
— ¿Hablo con la señorita Samantha Grayson? —preguntó una voz femenina y confirmé de inmediato—. Le llamamos de la clínica. Usted es el contacto de emergencia del señor Dylan Reeves y él arribó en una ambulancia hace unos minutos. Tuvo un accidente y su estado es crítico.
— ¿Que Dylan qué? —Exclamé, levantándome de sopetón—. Ya mismo salgo para allá —agregué con voz temblorosa antes de colgar.
— ¿Qué le pasó a mi hijo, Sam? —preguntó la señora Lourdes.
—Tenemos que ir ya a la clínica… Dylan… él… —empecé a llorar sin darme cuenta y tomé las llaves de mi auto, pero Amanda me las arrebató—. ¿Qué haces?
—No te voy a dejar manejar en ese estado, Sammy. Vamos, yo manejo —ordenó y volteó a mirar a Jack—. Lleva a tus tíos y Leonard, quédate acá con mis padres, ¿sí?
—Claro que sí, Amy. Avísame cualquier cosa, por favor —le pidió Leonard, sorbiendo por la nariz—. Nada le va a pasar a Dylan, lo sé. Mi amigo va a estar bien, Sam.
Leonard me estrechó en sus brazos antes de dejarme ir, mientras Amanda iba encendiendo el carro. Me senté de copiloto y miré todo el camino sintiendo la ansiedad carcomerme entera. Las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos y solo podía rebobinar nuestra última conversación.
«Así no, amor. Así no puede acabar lo nuestro, por favor…» pensé, limpiándome el rostro con impotencia.
***
DYLAN
—Gracias a Dios estás bien, pensé que… —me callé al notar que aquella mujer me miraba con mucha tristeza—. ¿Qué ha pasado?