Solo pido un día más.

9.

            SAMANTHA

Me adentré en la habitación y respiré hondo cuando lo vi. Todavía tenía algunas zonas del rostro hinchadas, la venda en la cabeza y el tubo en la boca.

Sin embargo, lo que más me dolía era verle los ojos cerrados. La sola imagen me causaba escalofríos, temiendo no volver a ver aquel cielo despejado que se reflejaba en su mirada.

Me acerqué hasta él y, de nuevo, estaba aquella extraña sensación presente. Observé la blanquecina habitación, siendo el típico cuarto de hospital, sin nada nuevo o diferente.

Era como si… alguien más estuviera conmigo.

Tomé su mano entre las mías y las besé repetidas veces, sintiendo el ardor en mis ojos que me avisaba que en cualquier momento las lágrimas se desbordarían. Sin embargo, respiré hondo y traté de apartarlas.

Dylan necesitaba energías positivas, no ese miedo a perderlo. Tenía que ser fuerte por él.

—Me entregaron los tiquetes de avión. Se supone que en un par de días viajaremos para Alemania, ¿no? —Musité, mi voz sonando rasposa debido a las largas noches que había llorado, esperándolo en nuestra casa—. Al final, no voy a ir con la empresa. No me moveré de la ciudad hasta que abras los ojos, porque vas a abrirlos ¿cierto?

No hubo respuesta de su parte.

Brinqué en mi lugar al sentir algo rozarme el brazo. Se sintió igual a cuando tú propio cabello te rozaba la piel y piensas que es otra cosa: como un insecto o un animalillo de esos que dan asco.

Pero esa sensación no me causaba aversión sino algo muy distinto. El escalofrío que me recorría el cuerpo me parecía vagamente familiar.

Sacudí la cabeza, tratando de no dejarme llevar por las tontas películas de tragedia. «No existen los fantasmas, además, mi prometido está vivo así que no puede…» Ni siquiera quería pensar en ello.

—No puedes… No… —no podía ni terminar la frase. Acaricié los cabellos de Dylan y besé su mejilla—. Vuelve a mí, por favor. No te vayas por mi culpa, Dyl. No me hagas esto. Vamos a casarnos, mi amor.

Besé sus manos de nuevo y limpié mis mejillas, levantándome para irme. No soportaba el olor del hospital, no podía verlo más postrado en esa cama si no iba a abrir los ojos.

—Prometí que todas las citas de mi vida serían contigo, ¿lo recuerdas? —musité—. Y para cumplir mi promesa, debes levantarte de esa cama, Dyl. Te estaré esperando, cariño.

Salí de allí como si aquellas cuatro paredes me causaran claustrofobia. Me recargué de la puerta, sintiendo que me costaba respirar y las piernas empezaron a temblarme.

Mis manos viajaron a mi rostro y sollocé. No sabía por qué, pero había un mal augurio oscureciendo mi corazón y solo esperaba que sea por la situación. Me negaba a pensar que Dylan no sobreviviría.

«Él quiere su final feliz y yo se lo daré. Yo le brindaré la familia leal, honesta y auténtica con la que él ha soñado siempre» me prometí.

***

            JEREMY

Última misión lista, ¿ahora qué carajos hago con mi vida? En definitiva, no quería seguir ayudando muertos a conseguir su paz.

¿Y la mía? ¿Cuándo la voy a conseguir?

Es que si pudiese quitarme los ojos para no verlos más, lo hubiese hecho, pero aún conservaba algo de cordura. Pensaba que tal vez solo debía ignorarlos y ya, no era la única persona en el mundo que podía ver espíritus de todas formas.

Pero lo que yo quería y lo que la vida tenía planeado para mí eran dos cosas muy distintas.

Mi celular vibró en mi bolsillo y contesté al ver que era mi primo, Rick.

— ¡Primo! Has estado perdido últimamente, ¿eh? —habló y yo negué con la cabeza, sonriendo.

—Ocupado, lo sabes.

—Sí, claro. Me imagino que esos muertos no te dejan en paz —se burló y yo rodé los ojos.

—Lo dirás bromeando, pero es en serio —musité—. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

—El negocio se está expandiendo cada vez más —inició con cautela y yo entrecerré los ojos—, así que necesito ayuda. ¿Necesitas trabajo o los muertos te pagan por llevarlos a la luz?

—No bromees con esas cosas o enviaré a alguien para que te tire de los pies —bromeé y él empezó a balbucear, asustado, haciéndome reír—. Sobre tu propuesta… lo pensaré, yo estoy bien aquí en Portland y la verdad es que Nueva York es demasiado ajetreado para mi gusto.

«Aunque sí me hace falta un cambio de ambiente y… pues, trabajo» pensé.

—Está bien, te dejaré pensarlo hasta mañana —respondió y yo me quejé—. ¿Qué? No voy a esperar por ti toda la vida, estoy ayudándote porque sé que lo necesitas. Además, eres como un hermano para mí y sé que en estos momentos no estás del todo bien. Y no hablo económicamente.

Acaricié mi sien, mordiéndome la lengua para no darle la razón. Mi vida familiar se había vuelto un caos y por eso abandoné Boston.

—Está bien, mañana te doy respuesta. Lo prometo —le aseguré y estaba por despedirme de él cuando la vi a través del reflejo de la ventana—. ¡Ah, puta madre! —exclamé, llevándome la mano al pecho.




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