Solo pido un día más

12.

Todo sigue siendo tan abrumador. Todavía espero con ansias el salir del edificio y verlo recargado de su lindo Camaro, vestido de traje y sonriéndome con coquetería o guiñándome el ojo.

A veces, incluso, imagino que me espera en casa mientras manejo hacia nuestro hogar, que me besará en los labios y me dirá que la cena está lista. Yo dudaría de que la hizo él, pues nunca ha sido muy diestro con la comida, y terminaría admitiendo que la compró en un restaurante cualquiera al salir del trabajo.

Pero todo se esfuma cuando llego a nuestro hogar y la sensación de desasosiego me hace llorar. No he parado de hacerlo en noches, pues fingir que todo va bien me desgasta más de lo que pensaba que haría.

Hay cierto alivio en la soledad que me brinda mi casa, pues puedo no hacer nada físico, solo desear que me devuelvan a Dylan, quien ha sido todo para mí.

Si cierro los ojos, puedo imaginar que sus fuertes brazos me rodean y el olor característico de él me invade la nariz. Puedo removerme, fingiendo que entierro mi rostro en su pecho y que lo abrazo con fuerza, sin querer soltarlo.

Sin querer despedirme.

Pero todo está en mi mente.

Sus brazos no me rodean, el aroma de su almohada se ha ido, el calor ha abandonado mi cama. Me desvelo entre sábanas frías pensándolo, temiendo olvidar su rostro: su barbilla cuadrada, como esculpida por un artista, y su cabello corto de un tono castaño, casi negro. Sus ojos azules (algunas veces grises, dependía de su ánimo), tan profundos y seductores, su sonrisa de lado, de labios finos y de dientes blancos. Me aferro a los recuerdos hasta quedarme dormida por unas horas y despertar en una cama tan deshabitada como mi interior.

Para vivir una vida desierta.

Sé que no voy a superar esto en poco tiempo, aunque existe algo dentro de mí que me dice que eventualmente esta herida sanará. Sin embargo, dudo mucho de que eso suceda y mi corazón nunca superará el que le hayan arrancado la otra mitad de una forma tan inhumana como cruel.

Nunca lo superaré. Y ojalá la gente lo entendiera.

Ojalá mi familia aceptara que necesito espacio y no me visiten de sorpresa, como ha hecho Amanda ahora y el silencio incómodo nos rodea. Hasta que ella abre la boca y decide romperlo.

―¿Qué has hecho? ―Pregunta―. ¿Cómo van las cosas en la oficina?

―Lo que siempre he hecho, traducciones y más traducciones. Italiano, francés, alemán, español, por…

―Entiendo ―me corta, observando los alrededores de la casa―. ¿Sabes algo? No creo que sea buena idea que sigas aquí, sola.

―¿Y qué quieres que haga? Es mi casa, Amanda ―respondo, encogiéndome de hombros.

―Ven a vivir conmigo ―propone.

—Vives en Los Ángeles —le recuerdo y ella niega con la cabeza.

—He decidido quedarme aquí. Extraño a mi familia, Sam, y nos necesitas. No quiero dejarte sola. Vendamos esta casa y compremos una para las dos, ¿te parece? —pregunta, mirando nuestro alrededor.

—Lo siento, pero no puedo. Esta es mi casa, no quiero venderla —le aclaro y ella suspira, rindiéndose.

—Entonces… ¿qué opinas si me mudo contigo? Me hace falta un sitio donde vivir, no quiero quedarme con mis papás por mucho tiempo. Ellos ya tienen su espacio.

—Y yo también —respondo, sonando más fría de lo que pretendía—. Lo siento, pero no.

―¿Vas a negarme vivir contigo?

―Por supuesto que sí. Tú ya tienes casa, eres lo suficientemente adulta. No vas a vivir bajo mi techo. ¿Y tú trabajo en L.A? ¿Qué vas a hacer aquí?

Sé que estoy siendo cruel, pero no puede negar que tengo algo de razón. Suspiro, desinflándome al ver su gesto decepcionado y preocupado. Por un acto reflejo, le doy vueltas a mi anillo y musito una disculpa.

―No me esperaba esto ―dice recogiendo su cartera, mostrándose bastante dolida―. Estás atrapada en esta casa, Sam. No creas que no me he fijado en todo el corrector que llevas puesto para cubrir tus ojeras y en cuántas veces has bostezado desde que llegué a la casa.

Y como buen traidor que es mi cuerpo, bostezo de nuevo.

—Nos preocupas, somos tu familia. Somos tus amigos, ¿puedes entenderlo, por favor? No nos apartes —suplica, alejando mi mano del anillo para tomarla entre las suyas.

—¿Y ustedes pueden entender por lo que estoy pasando? —Mascullo entre dientes, mi vista nublándose ante las lágrimas—. He perdido ¡a mi prometido! El hombre con quien formaría una familia, con quien tenía un hogar, a quien más amaba a pesar de nuestros altibajos.

«¿No entienden que me quiero morir?» quiero agregar, pero eso me lo guardo para mí misma.

— Sam, solo tú puedes salir de allí y sé que no lo harás en tan poco tiempo, pero volveré para asegurarme de que estés bien. Solo quiero que entiendas que estamos preocupados por ti y que queremos ayudarte a sobrellevar toda esta trágica situación, que no estás sola ―culmina y se acerca a abrazarme con cierta duda, pero dejo que lo haga—. Te amo, hermana. Y cuentas conmigo para lo que sea, ¿está bien?

Afirmo con la cabeza cuando nos separamos y me levanto para acompañarla a la salida, pero ella niega y me empuja con suavidad para que vuelva a sentarme.




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