Solo pido un día más

13.

Me movía de un lado al otro, nerviosa. Dylan y yo, como cosa rara, habíamos discutido por mi jefe y yo, en verdad, ya no toleraba más aquella discusión.

No entendía a qué se debía sus inseguridades, ¿acaso yo no le dejaba en claro que lo amaba a él? ¿Qué no tenía ojos para nadie más porque el muy imbécil tenía mi corazón en sus manos?

La puerta de nuestra casa se abrió y el sonido de la lluvia incesante incrementó, para luego disminuirse de nuevo cuando Dylan cerró la puerta. Venía empapado de pies a cabeza y yo me detuve de ipso facto, cruzándome de brazos.

—Ve a bañarte o te vas a enfermar —murmuré al notar que no hablaría primero.

Estaba molesta y herida. Me encrespaba que él dudara de mí y de lo que siento por él, pero me dolía el hecho de que le había gritado que si seguíamos así no iba a continuar con nuestra relación y él solo dijo «bien» antes de irse.

Los pasos de él me pusieron en alerta y mi corazón se apretujó en mi pecho con temor. Si tan solo seguía insistiendo con el tema de Rick, me iría y esta vez no volvería.

No podía estar con él si desconfiaba tanto de mí.

Nos miramos por unos segundos y suspiré, encaminándome a las escaleras para subir a la habitación. Sin embargo, él me detuvo al sostenerme del brazo y alcé el rostro.

Mala idea, pues estábamos cerca y tener sus ojos azules de cachorro arrepentido me obnubilaban por completo.

—Lo siento —musitó, soltando un suspiro a la vez que dejaba ir mi extremidad—. No quiero que terminemos, Sam. No podría vivir sin ti.

—Si desconfías tanto de mí, creo que sí vas a poder —murmuré, no buscando pelear de nuevo sino para hacerle saber qué me dolía en sí de estas estúpidas discusiones.

—No desconfío de ti, desconfío de él. Creo que lo he dejado claro muchas veces.

—Pues vas a tener que confiar en que, si llegara a sobrepasarse, le pondría un freno. Por ahora, mi jefe solo se ha mostrado cordial y respeta que estoy contigo. No intenta nada.

—¿Hablaste en serio? —preguntó y yo alcé una ceja, pues no entendía a qué se refería—. Sobre terminar de verdad, esta vez.

—No —admití, pues ¿a quién quería engañar?

Su mano rozó mis nudillos hasta entrelazar nuestros dedos. Su otra extremidad se acopló a mi cintura y me acercó a él, haciéndome suspirar como una imbécil. Y entonces, empezó a moverse como si una canción estuviese sonando en algún lado.

—No me rendiré… con nosotros —canturreó en mi oído, enviando ondas de escalofríos a mi cuerpo—. Incluso si los cielos se ponen difíciles… Te estoy dando todo mi amor…

—Nuestra canción, ¿eh?

—Cada vez que te veo, esa canción suena en mi cabeza —admitió y yo sonreí, rendida a los pies de este amor tan fuerte.

―¡Apágalo, por favor! ―suplico en un grito. Jeremy se apresura a apagar la radio, luciendo bastante sorprendido. Mi corazón sigue acelerado por el susto y la música, mientras mi respiración se torna agitada―. ¿Por qué hiciste eso? ¡Es peligroso, joder!

―No he sido yo, lo juro ―me dice, mirándome con preocupación.

Mierda.

Observo a mí alrededor en busca de sus ojos azules, pero no hay nadie más en el auto. ¿De qué otra forma la radio se encendería? Y justo esa canción…

No. Yo… yo me estoy volviendo loca, debe haber una respuesta más coherente a lo que acaba de suceder. Tal vez Jer presionó sin querer algún botón y no se dio cuenta, sí. Tal vez fue eso…

Dylan está muerto, él me dejó.

De repente tengo unas inmensas ganas de llorar, así que evito mirar a Jeremy y respiro profundo varias veces hasta que mi corazón se calma.

—¿Samantha? ¿Estás bien? Lo siento, juro que yo no…

—Déjame en mi casa, por favor. No… no puedo manejar —hablo, mirando mis manos temblorosas y él afirma, abriendo la puerta del carro y yo lo imito, empapándome al instante pues la lluvia ha embravecido—. Gracias —musito cuando nos cruzamos.

—Métete al carro, anda —me pide, abriéndola puerta de pasajero para mí—. No vayas a enfermar.

Le hago caso con movimientos torpes y todavía siento mi cuerpo entero temblar. Puedo culpar a la lluvia, pero sé que no es por ello.

Cambio la dirección del GPS, colocando mi dirección esta vez.

—¿Estás bien? —inquiere, encendiendo el carro y yo lo miro, notando que él me observa de reojo y con el ceño fruncido.

—Lo estoy. Solo que me empezó a doler la cabeza —musito en respuesta, recargándome de la ventana.

Me mantengo en silencio todo el camino, observando cómo las gotas de lluvia chocan contra la ventana. Necesito llegar rápido a casa. Quiero lanzarme en el sofá, observar el techo y llorar hasta secarme. Si es que lo logro, porque he llorado tanto que parece imposible que todavía pueda seguir haciéndolo.




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