Solo pido un día más.

15.

El trabajo en la empresa no se detiene. He estado haciendo labores de todo tipo y llego exhausto a casa. Lo bueno es que algunas veces me siento en el cafetín a tomar alguna bebida caliente con Samantha y charlamos de todo un poco. Justo ayer le pedí que fuese mi acompañante en los almuerzos porque no quería ni necesitaba tener más amigos.

Para mi sorpresa, ella aceptó.

―¿Qué me cuentas de tu familia? ―pregunto, luego de tomar asiento en el cafetín y sacar nuestros almuerzos.

―Mis padres están casados. Mi hermana se mudó a Los Ángeles hace un tiempo, pero desde el accidente se ha estado quedando en casa de mis padres. Quiere quedarse aquí permanentemente, dice que es mi única amiga ―me cuenta, encogiéndose un poco de hombros.

―¿Y lo es? ―pregunto.

―Ahora no ―dice y no puedo evitar sonreír al entender que se refiere a mí―. Puedo contar contigo, ¿cierto?

―Para lo que sea, confía en mí ―digo, guiñándole el ojo.

―Creo que Amanda y tú se llevarían bien, no lo sé ―dice, para luego darle un bocado a su pedazo de pizza casera.

―¿Me estás buscando pareja? ―bromeo.

―A ti no, a ella. Le hace mucha falta ―devuelve la jugada y nos reímos―. En realidad quisiera que conocieras a mi familia, de esa manera verán que no soy una muchacha asocial que perdió al amor de su vida por su culpa.

«¿Por su culpa?»

―¿Por qué dices que es tu culpa? ―cuestiono, alzando una ceja.

—Porque no debí dejarlo ir molesto —responde, jugando con la comida de su plato y bajando la vista al mismo.

—Fue un accidente, Sam. Ninguno tuvo la culpa —hablo y ella alza el rostro, parpadeando para espantar las lágrimas. Noto que empieza a retraerse, así que continúo con el tema anterior—. Y eso, de conocer a tus padres, suena bien. Puedes hacer alguna comida en tu casa, si quieres mi opinión.

―Suena bien para mí ―dice, sonriendo con tristeza.

Me pregunto cuándo será el día que la vea sonreír de verdad…

La hora de volver a trabajar llega y en eso aparece Dylan. Apenas lo veo quiero colocar mi cabeza en el escritorio y golpearme reiteradas veces hasta que se vaya. O me duela la cabeza.

O me desmaye.

―¿De verdad crees que ninguno tuvo la culpa? ―pregunta.

Lo miro y noto lo abatido que está. Toma asiento frente a mí y se encoge de hombros. Pobre pareja, ambos están viviendo un infierno.

Esto es lo que odio de la muerte, que separa a personas que de verdad se aman y todavía no comprendo si es un capricho que tiene o qué. He notado que le duele su trabajo y entiendo que la vida es impredecible, pero… ¿por qué ellos? ¿Por qué Dylan y Samantha tuvieron que separarse?

―Ninguno la tiene, estoy seguro de eso —musito, apilando unas hojas en mi escritorio—. ¿Cómo fue el accidente?

—Estaba manejando y Samantha me llamó, pero el celular se me cayó del asiento y traté de recogerlo. Cuando me enderecé en mi lugar, la vi —responde y yo alzo la mirada, sin entender a qué se refiere—. A la Muerte. Pensé que era una persona real y me desvié, así que… Aquí estoy. Seguro la conoces, ¿cierto?

—Pelirroja, tez pálida, ojos claros —respondo y él afirma—. Si, la conozco.

—Creo que estuviste en el lugar incorrecto, en el tiempo incorrecto, con la seguridad incorrecta y en el estado incorrecto. Pero no fue tu culpa, si ella apareció fue porque así estaba destinado a suceder.

―Para mí pesar ―musita, cabizbajo, hasta que parece recordar algo―. Oye, si pretendes salir con la hermana de Samantha, déjame decirte que eres un estúpido. Esa mujer es como una piedra en el zapato.

―¿Más que tú? ―pregunto, alzando una ceja.

―Mucho más que yo ―se burla.

«Magnífico» el sarcasmo invade ese pensamiento.

***

El fin de semana al fin llega. Me encuentro arreglándome para la gran comilona que organizó Samantha, donde estará toda su familia. Admito que, por culpa de Dylan, tengo miedo de conocer a la hermana de Sam y que, en serio, sea un martirio (como dijo él).

Me veo en el espejo para asegurarme de no ir tan formal. Llevo puesta una franela blanca y encima un suéter de tela suave color café, unos jeans negros y zapatos casuales del mismo color.

Salgo de mi casa y manejo hasta la de mi compañera de trabajo. Me toma alrededor de media hora por el tráfico, que nunca falta en Manhattan, pero llego justo a tiempo. O eso creo.

Toco la puerta y me abre una mujer que no esperaba, ya que pensé que Samantha abriría. Ella tiene la piel un poco bronceada y el pelo mucho más claro que el de la anfitriona, los ojos oscuros y una cara larga, bastante intimidante.

Sin embargo, puedo verle un poco de parecido con Samantha, así que presumo que es su hermana. Es muy bonita, debo admitirlo, e intimidante con esa mirada inquisidora y gesto fruncido.

―Debes ser Jeremy ―dice ella, cruzándose de brazos.

―Y tú Amanda ―respondo. Ella afirma y me deja pasar―. Un gusto conocerte.




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