Solo pido un día más.

16.

 

         DYLAN

Su mirada se cristaliza y yo siento un golpe en la boca del estómago. Estoy seguro de que ahora he generado un trauma en Samantha y eso jamás me lo perdonaré.

Casi puedo ver a través de sus ojos como rebobina el momento exacto cuando le dan la noticia, cuando no resistí. Yo tuve la desdicha de estar presente y llorar mientras ella se rompía a pedazos.

Jamás me había sentido tan impotente.

Jeremy suspira y se detiene frente al refrigerador, sacando una botella de agua. Se acaricia la sien y deduzco que tiene dolor de cabeza.

―En el estante hay un envase lleno de pastillas. Alguna ha de servirte ―digo, encogiéndome de hombros.

―Gracias.

Abre el estante y toma el envase, buscando alguna pastilla en concreto. Saca una de color azul, es para la migraña. Samantha sufre de migraña y yo solía cuidarla. Es un dolor espantoso.

―¿Sufres de migraña? ―pregunto.

―Mmhum ―murmura.

―Jer, ¿puedes…? —Samantha enmudece cuando se fija en el estante de pastillas y se cruza de brazos—. ¿Cómo supiste que se encontraban allí?

―Uh, solo me dispuse a buscar hasta que di con el envase. Tengo migraña ―responde, mirándome de reojo.

―¿Te encuentras bien? ―pregunta, acercándose a él con rostro preocupado―. Si quieres, arriba hay una habitación de huéspedes donde puedes dormir, no entra mucha luz ni ruido. Es mejor que descanses allá.

―No quiero molestar ―dice.

―No lo haces, vamos. Ellos que se acurruquen en el sofá ―dice, mientras suben las escaleras.

Ella siempre tan generosa, tan amable. Tan auténtica.

La amo tanto y la extraño, a pesar de que la tengo frente a mí, la extraño demasiado.

Me adentro en la habitación de Samantha, que solía ser nuestra, y la veo despojarse de su ropa. Bosteza y mira el armario, luego a sí misma.

―Tengo mucha pereza ―murmura, por lo que se adentra bajo las cobijas y se queda dormida en menos de 40 segundos.

Noto que deja la puerta sin seguro, pero me quedo observándola. Siempre hago esto, todas las noches. Solo… observarla dormir.

―¿No duermes? ―escucho un susurro detrás de mí y volteo a ver a Jeremy, quien se recarga del umbral. Niego con la cabeza―. Yo tampoco puedo, se me está calmando el dolor, al menos.

―¿Por qué no puedes dormir? ―pregunto.

―Por el mismo motivo que tú ―dice y ambos observamos a Sam.

Suspiro.

―Solo quiero verla segura, lejos del dolor y de los recuerdos, de ella, de mí ―digo, tomando asiento a su lado y acariciando su mejilla, un tacto que ahora solo siento yo.

―¿Cómo se conocieron? ―pregunta, deslizándose por la puerta para tomar asiento en el suelo.

―En el último año de la universidad —respondo y lo miro, sonriendo—. ¿Sabes lo raro que es el amor? Ella estudió en la misma universidad que yo, fue amiga de Leonard por cinco años y yo nunca la vi. Y cuando la conocí, en mi último año, de repente estaba por todas partes.

Los recuerdos navegan por mi mente como si de una película se tratase, mientras vuelvo a observar a Samantha descansar. Así se ve tan serena, tan en paz.

Pero sé que no es así, está hecha pedazos y yo soy el culpable. La he condenado con ese dolor tan agudo con el que lidia ahora, lo sé porque es el mismo que yo siento al saber que no volveremos a estar juntos. Nunca más.

—La veía al salir de casa algunas veces, al entrar a la universidad, al salir y entrar en los salones, cuando iba al baño, en la hora del almuerzo y la salida, en los pasillos —continúo, acariciando su cabello y ella se remueve un poco, suspirando—. ―Y luego, estaba en cada parte de mí: en mi corazón, en mi mente, mi alma, en mi piel y debajo de mi piel. En todos lados. Ella tomó cada parte de mí y se adentró. Es inevitable no ceder ante su luz, te engulle. Comprendería a cualquiera que se enamore de Sam, pero no podría soportar que ella lo esté de vuelta.

―Tiene que seguir con su vida, ¿lo sabes, no? ―pregunta.

Cierro los ojos con fuerza y suspiro.

―Lo sé, pero no quiero verlo. Quiero que salga adelante sola, que supere su dolor y luego, cuando yo haya partido totalmente de aquí, encuentre al hombre que haga lo que yo no hice ―murmuro, sonriendo con tristeza.

―¿Qué? ―pregunta él.

―Hacerla feliz ―susurro y respiro hondo, limpiando una que otra lágrima rebelde―. Sé que no te conté exactamente como la conocí, pero… bueno, no quiero hablar de ello. Lo siento ―es lo último que digo antes de esfumarme del lugar y aparecer en la sala.

No puedo evitar sonreír con nostalgia cuando veo a los chicos desparramados en el sofá, durmiendo, pues sabía que eso pasaría.

Cuando noto que todo está en calma, sigo mi camino hacia la salida de la casa sin abrir la puerta. El frío no me cala los huesos, no hay halo saliendo de mi boca o nariz, no hay una sombra que me acompañe siquiera, mis pisadas no se marcan en la nieve que empieza a caer.




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