Solo pido un día más.

19.

    JEREMY

―Está creyendo en ti, Jeremy ―dice Dylan, pero yo niego con la cabeza―. La escuché cuando lo dijo.

―Le daré su espacio, ella vendrá a hablarme y le contaré todo desde el principio ―digo, para luego salir de la oficina. Tengo que entregarle unos documentos a Rick.

―¿Cuál es el principio de todo esto, según tú? ―pregunta.

Me detengo y suspiro, sintiendo el dolor presionar mi pecho. Tenía tiempo sin sentirlo tan presente porque hace bastante que no pienso en ella: Lucy Martin. Mi hermana mayor. Parpadeo para espantar las lágrimas y sigo mi camino.

―La muerte de mi hermana ― respondo, haciendo que Dylan alce sus cejas por la sorpresa.

―Lo siento, yo… —Guarda silencio por unos instantes y suspira—. Debió ser muy buena persona ―expresa, tocando mi hombro con su mano―, exactamente como tú.

Me estremezco al escuchar sus palabras. Lo miro por unos instantes y afirmo con la cabeza antes de adentrarme en la oficina de Rick sin tocar, por lo que él me mira con hostilidad.

―Lo olvidé, disculpa ―digo, sonriendo sin mostrar los dientes.

―Necesito hablar contigo ―dice, así que procedo a tomar asiento frente a él―. ¿Aún ves… espíritus?

―Aún los veo ―respondo y se tensa.

―¿A quién has visto?

―¿Por qué quieres saberlo? ―pregunto, cruzándome de brazos.

―Cobarde ―se burla Dylan, sonriendo.

«Ay no» pienso, irritado.

―Alguien me sigue, o al menos, eso siento. Y es escalofriante, tiene mala vibra ―dice, por lo que presiono mis labios en una fina línea.

Observo por el rabillo de mi ojo a Dylan, quien se encoge de hombros y sonríe de forma inocente. Ruedo los ojos y suspiro.

«Inmaduro» pienso.

―Nunca debiste intentar conquistar a Samantha, no cuando ella tenía a su pareja ―comento y eso basta para saber a quién me refiero―. No va a hacerte daño, solo se está divirtiendo. Y descargando un poco toda la amargura que instalaste en su vida. Si no hubiese sido por tu viaje a Alemania, al cual querías llevar a Sam, él estuviese aún aquí. Y ella… ella sería feliz.

Noto como mis palabras golpean bruscamente a mi propio primo, quien frunce el rostro en un gesto de dolor. Inmediatamente quiero retractarme y borrar lo que dije, pero el daño ya está hecho.

―Yo la quería, Jer; y sentía que él no la merecía. No paraban de pelear, sucedía varias veces en su oficina, ella siempre terminaba llorando. Y yo… Peleaban por mí. Pero en verdad la quería, no deseaba esto para ella ¿me crees, verdad?

―Lo hago, pero ella a ti no te amaba y debías respetar eso ―digo.

―Es nuestro trabajo. Si la necesito, tiene que viajar conmigo…

―Sí, pero no cuando está de vacaciones ―lo interrumpo, por lo que él suspira y afirma con lentitud―. ¿Qué pretendías hacer en ese viaje?

―Solo quería mostrarle Alemania, ella me habló una vez que le gustaba la historia del país. Sentí que debía llevarla a cumplir su sueño.

―Está hablando en pasado ―murmura Dylan, haciéndome caer en cuenta de ello también.

―Ya no la quieres… ―susurro, sorprendido.

―No la quiero como antes. Solo dile a él que lo siento mucho, llevo un peso horrible sobre mis hombros: se llama culpa.

Observo a Dylan, quien tiene los puños apretados y la mandíbula tensa, antes de volver la atención a mi primo.

―Tomará algo de tiempo ―digo y hasta yo puedo escuchar como traga saliva con dificultad―, pero te perdonará. Él no es una mala persona ―culmino, encogiéndome de hombros.

―¿Si sales de la oficina se va él contigo? ―pregunta, nervioso.

Afirmo y miro a Dylan, advirtiéndole que salga conmigo. Él se levanta sin dejar de observar a Rick y luego desaparece en el aire. Acaricio mis sienes y niego con la cabeza mientras salgo de la oficina.

―A ti te estaba buscando ―escucho y alzo la vista, encontrándome con Amanda cruzándose de brazos―. Necesito hablar contigo.

―Parece que no se trata de algo bueno ―digo y le señalo el ascensor―. Hablemos en el cafetín. ¿Qué quieres hablar?

―De tu mierda sobre los fantasmas ―responde, alzando el mentón y siento que no queda nada de la mujer con la que bailé y me divertí en casa de Samantha.

―Créeme, sí es una mierda ―musito.

Las puertas del ascensor se abren y tomamos asiento en la primera mesa libre que vemos. Una mesera se nos acerca, pero Amanda no quiere nada, yo pido un café. Ella me acuchilla con la mirada, logrando intimidarme un poco.

―No te creo ni una puta palabra. Es imposible que las personas vivas vean a personas muertas ―inicia, frunciendo el ceño.

―No necesito que tú me creas, Amanda. Ella es la que tiene que hacerlo.

― ¡No juegues con ella! ―susurra, pero luce alterada―. Está demasiado mal para que tú vengas con tus porquerías y mentiras, haciéndole sentir peor.




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