Solo pido un día más

21.

JEREMY

Salgo de la empresa y me encuentro con una Amanda muy sonriente. Ella me saluda con un beso en la mejilla.

―Tienes mejor ánimo que ayer ―comenta, alzando una ceja.

―Sí, fue el café de esta mañana ―insinúo a modo de broma y ella se sonroja al entender el mensaje―. Gracias por la bebida, por escucharme ayer y… por hacer que Sam hablara conmigo. Significa mucho para mí que me ayudes en esto.

―Solo me estoy poniendo en tus zapatos ―dice, encogiéndose de hombros a la vez que sonríe―. ¿Vamos a almorzar?

―Claro, ¿vamos en mi carro?

―Sí.

Manejo por las ajetreadas calles de Nueva York, pues a esta hora todo el mundo está afuera buscando dónde comer. Observo por el retrovisor y suspiro al notar que Dylan no está, aunque sí estaba cuando Samantha se acercó a hablar conmigo. Su sonrisa de felicidad me llenó de alegría el pecho.

Al final, él me está importando más de la cuenta. Quisiera evitarlo, pero no puedo. A pesar de todo, ha sido un gran amigo.

Y un grano en el culo, pero es su esencia.

—¿Te mudaste con Sam? ―pregunto, mientras estaciono fuera de una pizzería.

―Sí, me alegró mucho cuando me lo permitió. Sé que no lo dice, pero esa casa se la come viva. Y más aún si está sola ―comenta, mientras entramos al restaurante.

Un mesero nos lleva a una mesa para dos y ayuda a Amanda a sentarse. Le agradecemos y nos deja a solas para mirar el menú.

―¿Cómo era Dylan de cuñado?

―Ah, Dylan. Una maldita plaga. Peleábamos mucho, creo que porque ambos tenemos una maestría en ser un dolor de cabeza ―dice, por lo que reímos―. Bueno, él la tenía.

―Quisiera conocer a la Samantha que era feliz y al Dylan feliz también ―murmuro y suspiro―. ¿Cómo eran ellos?

―Mi hermana era tan radiante cuando estaba con él. Peleaban demasiado, porque Dylan era la persona más celosa del planeta; pero así como la volvía loca y le hacía llorar de frustración, siempre estaba para ella. Nunca la dejó sola. Podían estar a punto de terminar, pero si ella necesitaba a alguien, él estaba ahí y así estaban felices de nuevo. Algo que adoraba de Dylan era la manera en la que cuidaba de mi hermana, la miraba como el tesoro más preciado de su vida. Como si ella mereciera el mundo, pero el mundo no a ella ―suspira y sonríe con tristeza―. Su amor era épico, ¿sabes? Y yo envidiaba eso porque sentía, y aún siento, que no tendré un amor tan fuerte como el de ellos.

―No pienses eso, Amanda. Eres hermosa y tienes muy buenos sentimientos, eres muy sarcástica e incluso graciosa. Vas a tener a tu amor épico en el momento indicado.

―Mi actitud hostil aleja a todo el mundo ―admite, cabizbaja.

―¿Actitud hostil? Tienes una actitud fuerte que es un muro contra idiotas que no te merecen, es otra cosa. Agradece tener esa actitud ―digo, tomando su mano sobre la mesa y ella me mira.

―Gracias por eso ―dice, sonriendo. Le da un apretón a mi mano antes de soltarla y tomar el menú―. ¡Oh, pasta! Y de tantos estilos.

Sonrío y leo el menú, para luego elegir qué comer. Mmm, pasta carbonara, que divino. Espero a que Amanda coloque el menú sobre la mesa y llegue el mesero.

―¿Que desean comer, señores?

―Pasta carbonara con extra de queso parmesano, por favor ―pide Amanda.

―Que sean dos. Yo quiero jugo de naranja ―digo, mientras el señor anota.

―Y yo una limonada. Gracias ―pide ella, sonriendo.

―Marchando ―dice el señor, sonriéndonos. Y así nos vuelve a dejar solos.

―¿Dylan ha sido muy molesto contigo? Nada más la manera en que casi le rompe los tímpanos a mi hermana y a ti deja mucho de qué hablar ―dice Amanda.

―Ha sido exasperante, pero es una muy buena persona.

―¿Lo consideras tu amigo? ―pregunta.

―No debería, pero sí ―murmuro, encogiéndome de hombros.

―Es difícil cuando se van, lo entendí el día que te amenacé de muerte ―se burla, por lo que reímos.

―Lo es.

―Al menos no enfrentarás esto solo ―dice, sonriéndome―. Yo estaré allí.

—Y no sabes cómo lo agradezco, Amy —admito, tomando su mano de nuevo.

Almorzamos, mientras ella me cuenta de su vida en Los Ángeles y yo de los estados en los que he vivido. También hablamos de nuestra banda favorita en común, que es Coldplay, y ahí sí tuvimos mucho de qué conversar. La hora del almuerzo pasa volando y casi lamento el tener que dejarla en su trabajo, pero el día tiene que continuar.

Y también muero por ver a Samantha, ¿para qué negarlo?

Me adentro en la empresa y me dirijo a su oficina. Toco la puerta y espero a que abra, pero cuando lo hace no me mira directamente a la cara. Me da permiso para pasar y entro, más confundido que nunca. Solo me queda esperar a que cierre la puerta para que me cuente qué sucedió.

―¿Cómo te fue en el almuerzo? ―pregunta, tomando asiento en su escritorio. Sigue sin mirarme, pero eso no evita que me fije en sus ojos enrojecidos.




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