― ¿Cómo durmió ella? ―pregunto cuando noto su presencia.
―Pues no vomitó ni nada, pero sí se levantó en la madrugada para comer y tomarse una pastilla ―responde, tomando asiento frente a mí.
― ¿Migraña?
―No, un simple dolor de cabeza. ¿A qué hora van al cementerio? ―pregunta Dylan.
―Ahora mismo. Almorzaremos después, tengo que contarle algo muy personal que solo pensarlo me quita el apetito.
Ambos salimos de mi oficina y nos detenemos en la de Samantha. Toco la puerta y enseguida aparece con una sonrisa pequeña.
―Hola, Jer ―saluda. Puedo notar el vello de sus brazos erizarse ante la presencia del castaño y suspira―. Hola, Dyl.
No me pasa desapercibida la sonrisa del fantasma, quien hace titilar la luz a modo de respuesta. Observo a Samantha y la noto algo tensa, mirando a su alrededor, pero no es miedo lo que tiene.
Parece esperanza, como si esperara poder verlo en algún lugar.
—Vamos —intercedo y ambos afirman.
Samantha hoy no trajo su carro, así que nos trepamos al mío. Dylan se sienta atrás, solo y enciende la radio —esta vez a un volumen bajo—. No puedo evitar reír cuando Samantha brinca en su asiento. Cambia de emisora en emisora, hasta escuchar una canción de Jason Mraz: I won’t give up.
Ambos la cantan juntos, como si todavía existiese una conexión entre ellos. Bueno, es así. Puedo ver los hilos conectándolos desde lejos.
―Bonita canción ―digo cuando esta termina a los minutos.
—Sí. Me hubiese gustado que la bailásemos en nuestro primer baile como señor y señora Reeves —murmura Samantha, observando por la ventana—. Me dedicó esa canción la primera vez que nos reconciliamos. Nunca la cantó porque lo hacía horrible.
―Lo acabo de escuchar ―bromeo y los tres reímos. Escucho el suspiro entrecortado de Samantha cuando termina de reírse y todo se tensa de repente―. Oh, me encanta esta canción ―despisto, subiendo volumen a la radio.
Take me to church de Hozier suena y ella ríe cuando empiezo a cantar. Sé que lo hago horroroso, pero es la única manera de distraerlos y así van pasando varias canciones hasta que nos detenemos en una floristería donde Samantha compra rosas blancas y seguimos nuestro camino al cementerio.
Nos bajamos del carro y dejo que Sam sea la guía pues no sé dónde está la tumba de Dylan. Nos detenemos unas diez tumbas después y ella se coloca de cuclillas, acariciando la lápida. En específico el nombre de Dylan Ernest Reeves West.
―Hay flores frescas. Sí le han visitado ―musita, tocando ahora las rosas blancas.
―Mis padres vinieron ayer ―dice Dylan y le observo―. Fue a donde vine cuando desaparecí toda la tarde, ¿recuerdas?
―Sus padres estuvieron aquí ―le comento a Sam. Ella asiente y limpia una lágrima de su mejilla.
—¿No se siente extraño, Jer? —pregunta ella y yo la miro, ladeando la cabeza al no comprender—. Saber que sus restos descansan aquí, teniéndolo al lado.
Se siente… incorrecto, pero no creo que sea buena idea decir eso en voz alta.
—Sí, extraño creo que es una buena palabra para definirlo —murmuro en respuesta.
― ¿Cómo empezó todo esto, Jeremy? ―pregunta, dejando sus flores al lado de las rosas blancas―. ¿Cómo se conocieron? Sé que él encendió la radio el día que nos conocimos, pensé que estaba loca.
―Antes de decirte cómo conocí a Dylan… quiero contarte cómo descubrí mi don. Si te interesa saberlo, por supuesto ―digo, tomando asiento en la grama.
Observar su nombre en la lápida y saber que estoy cerca de sus restos me da escalofríos reafirma esa sensación extraña de que él no debería estar allí. Me inunda el pecho de tristeza.
Ninguno de los dos debería estar pasando por esto.
Dylan y Samantha toman asiento a mí alrededor y me miran, esperando a que comience a hablar. La garganta se me cierra a causa del nudo que crece allí y suspiro, intentando liberarlo.
―Tenía cinco años cuando lo descubrí ―comienzo―. Mi hermana había ido de fiesta para celebrar su graduación. Yo estaba dormido, era muy tarde y ella no había llegado, obviamente. Entonces escuché a alguien llamarme, intentando despertarme.
―Hey, Jer, despierta ―me zarandeó mi hermana. Yo intenté con todas mis fuerzas abrir los ojos, pero estaba muy cansado―. Vamos pequeño, tengo que decirte algo.
―Deja de molestar, Lucy ―dije, enrollándome en mi cobija de Superman, pero siguió molestándome, así que me senté de golpe y la miré, frunciendo el ceño. Supe que algo iba mal cuando noté su sonrisa triste―. ¿Por qué me despiertas? ¿No ves que no ha salido el sol?
―No es mi intención, pero tengo algo muy importante que decirte ―dijo, acariciando mi rostro―. Escúchame con atención, ¿sí? ―pidió. Asentí y alcé mi dedo pulgar, guiñándole el ojo―. Eso es, pequeño. Bueno, tengo que partir muy, muy, muy lejos. Tengo una misión importante que cumplir en las estrellas, ¿puedes creerlo?
Su voz sonó tan emocionada que mis manos volaron a mi cara y abrí mi boca del asombro.