JEREMY
Abro poco a poco mis ojos debido a la molesta luz del sol. Me encuentro boca abajo y uno de mis brazos está debajo de mi barriga, entumecido. Lo que sea que mi otro brazo está abrazando, lo acerco más a mí.
Escucho que alguien ríe y mis ojos se abren de golpe, mirando a mi alrededor algo desorientado. Samantha está recostada de la cabecera de la cama, con una revista en sus manos. Me mira y sonríe.
―Buenos días, bello durmiente.
Mi brazo está posado sobre su vientre e inmediatamente me doy la vuelta, soltándola.
―Disculpa, no fue mi...
―Tranquilo, Jer ―me interrumpe―. A mi bebé le hace falta un cariño paternal de todas formas. Y sé que soy muy cómoda —agrega, bromeando.
― ¿Cómo dormiste? ―pregunto, sentándome a su lado.
―Muy bien. Si te incomodó dormir conmigo así lo entenderé perfectamente ―dice, sonrojándose.
― ¿Parecía incómodo hace unos minutos? Dormí como un bebé, Sam, y tenía tiempo que no dormía así ―admito, sonriendo.
―Yo igual, dormí bastante bien. Gracias ―dice y me abraza―. No sabes cuánto te quiero, Jer.
Mi corazón se acelera ante eso y la estrecho más contra mí. Poco a poco me alejo de ella y coloco un par de mechones castaños tras su oreja, sonriendo de felicidad.
―Gracias por estar aquí conmigo. No podría sentirme mejor con alguien más a mi lado, en estos momentos, que no seas tú. Yo también te quiero mucho.
―Creo que debemos irnos ya. Tienes una abuela que ver ―dice, abrazándome brevemente de nuevo y se levanta―. Además, tenemos mucha hambre.
Luego de arreglarnos y desayunar, pedimos un taxi que nos deja en mi antigua casa en cuestión de minutos.
Ahora estoy frente a la puerta, de nuevo, congelado. Algo tan simple como tocar la puerta me parece una odisea. No puedo parar de pensar en que ese niño esté allí, que mi papá esté allí.
Que mi abuela no me va a ver.
Una mano, un poco fría, sostiene la mía. Observo a Samantha, quien me sonríe tímidamente, y entrelazamos nuestros dedos. Respiro hondo antes de tocar la puerta con mis nudillos.
Cuando se abre, mi mamá parece sorprendida. Sus ojos se cristalizan rápidamente y mira fijamente a Samantha, sonriéndole. Supongo que está dándole las gracias de una forma que solo ellas comprenden.
―No se queden ahí, está haciendo frío. Pasen, pasen ―nos invita Susan, haciéndose a un lado. Cierra la puerta tras nosotros mientras habla―. Estoy haciendo chocolate caliente, ¿quieren un poco?
―Sí, mamá. Gracias ―respondo. A Sam le brillan los ojos apenas escucha mi respuesta y me agradece en secreto.
En la sala comedor se encuentra mi padre, leyendo el periódico. No parece sorprendido de verme.
―Hola, Jeremy ―saluda―. Hola ¿Samantha, cierto?
―Sí ―responde y suelta mi mano para estrechar la de él.
¿Le sostuve la mano todo este tiempo?
― ¡Dylan, baja a comer! ―escucho que grita mi madre, mientras me entrega una taza humeante de chocolate caliente.
Samantha jadea de sorpresa y da un paso atrás. La miro justo en el momento en que sus ojos se cristalizan, su rostro perdiendo color y se nota que le cuesta respirar. ¡Maldición, lo olvidé!
―No, no. Ven aquí, ven aquí ―digo, abrazándola. Su cabeza reposa en mi pecho y siento su respiración acelerada―. Olvidé por completo decirte que… él se llama Dylan, Dylan Martin.
―Cariño, ¿se siente bien? ―pregunta mi madre, sosteniendo las tazas en alto.
―Solo necesito ir al baño ―responde Sam.
Se marcha y tomo ambas tazas para sentarme frente a la mesa. Dylan se une y me mira con un poco de temor. Mi mamá le sirve la comida a todos, menos a mí.
―Buen provecho ―les deseo.
―Gracias.
Escucho un carraspeo y alzo la mirada. Samantha toma asiento a mi lado y toma mi mano con fuerza por debajo de la mesa.
―Lo siento ―susurra en mi oído―. Estoy hormonal, creo.
―Te entiendo perfectamente.
― ¿Dónde está tu abuela? ―pregunta.
―En su habitación ―responde mi madre―. Vayan, no hay problema.
Nos levantamos y guío a Sam hasta la habitación de Nana. Me detengo unos segundos y respiro hondo.
―Pasen, yo no muerdo ―escucho que dice mi abuela.
No puedo evitar reír antes de abrir la puerta. Está acostada en su cama con una sonrisa en la cama. El cabello está lleno de canas y una cobija la cubre casi por completo. Extiende su mano para que la sostenga y tomo asiento en el borde de la cama, aceptándola. Sam posa sus manos en mis hombros y me da un ligero apretón.
―Vienes acompañado ―comenta.
―Sí, es una amiga ―respondo.
―Samantha Grayson ―se presenta ella, sonriendo.