Lunes por la mañana. No he dormido muy bien, no sé por qué. Tal vez porque Samantha no duerme entre mis brazos y me preocupa que se sienta sola en su casa.
Amanda y yo no hemos hablado, pero creo que no hace falta. Cuando dejé a Samantha en su casa, ella la recibió y me saludó con un asentimiento de cabeza. Me preguntó por mi abuela y luego entró, negándose a tener la charla sobre nosotros.
Dylan me recibió en mi casa. Parecía apagado y triste, tal vez porque sigue aquí y no sabe qué hacer para conseguir su paz. O porque no puede estar junto a Samantha.
Rick me recibe en la empresa, dándome trabajo. Me pregunta por la abuela también y hablamos por unos minutos. Me pongo manos a la obra de inmediato, intentando distraerme.
Alzo la mirada cuando Dylan aparece y respiro hondo, tratando de tragarme la sensación de que lo estoy traicionando con mis sentimientos.
― ¿Qué tal les fue en Boston? ―pregunta, recargándose de mi escritorio.
―Bien. Mi abuela no está triste por su condición. Intenté hacer las paces con mis padres y… con mi hermano ―respondo sin apartar la vista de los papeles que tengo en mano.
― ¿Hermano? ―pregunta―. No sabía que tenías uno.
―Porque nació fuera de la familia. Fue una infidelidad de mi padre.
―Oh, vaya. ¿Cómo se llama? ―pregunta.
―Dylan Martin ―respondo y él se ríe―. Sí, bueno, no es gracioso.
― ¿Es en serio? ―pregunta, dejando de reír.
Afirmo y me mira serio. Miro la hora, el día está pasando muy lento. Quiero que llegue el almuerzo para poder ver a Samantha.
― ¿Cómo está Samantha? ―pregunta.
―Mejor. El bebé está creciendo poco a poco y se emociona por cualquier cosa. Tiene náuseas matutinas, pero nada fuera de lo común ―respondo, encogiéndome de hombros.
― ¿Qué crees que sea? ―su entusiasmo no me pasa desapercibido.
― ¿La verdad? No lo sé. Mi abuela le dijo el sexo a Sam, pero ella quiere esperar que el médico se lo confirme y no me quiso decir tampoco. Tal vez sea un varón y venga a cubrirte ―respondo, sonriendo.
Él sonríe con tristeza y se desploma en el asiento frente a mí. Frota su rostro con las manos y me mira con ojos vidriosos.
― ¿Estás bien? ―pregunto, dejando todo lo que estoy haciendo para mirarlo.
―No lo voy a conocer ―dice con voz quebrada―. A mi hijo o hija. No le voy a conocer. No voy a poder verle crecer, mimarle, enseñarle, regañarle, celarle. No voy a poder ser su padre.
Me toma con la guardia baja y no sé qué hacer. Me levanto y me acerco a él, colocando mi mano sobre su hombro, tal vez es eso en lo que piensa últimamente y lo entiendo.
―Gracias por aparecer en su vida, Jeremy. Sé ese apoyo paternal que yo no puedo ser. Háblale de mí, del obstinado, celoso e impulsivo papá que amó con locura a su mamá ―me pide.
―No voy a ocupar tu lugar, pero prometo ayudarles en todo y hablarle de ti ―respondo.
Él asiente y sonríe con tristeza. Se levanta y me abraza con fuerza.
―Gracias.
Nos separamos y se despide con un asentimiento, desapareciendo en el aire.
Suspiro y me dejo caer en mi asiento.
¿Gracias por qué? ¿Por enamorarme de tu prometida?, pienso.
Tocan la puerta y me levanto para abrir. Samantha me mira y se muerde los labios. Está algo nerviosa.
―Tenemos hambre y compré unas porciones de pastel. ¿Quieres? ―pregunta, alzando una bolsa marrón entre nosotros.
―Está bien, pasa ―respondo, sonriendo. Le hago un ademán y entra en la oficina―. ¿Hay mucho trabajo?
―La verdad no. En unas semanas iremos a Argentina y ya hice algunos preparativos de la empresa, pero no tengo más nada que hacer ―dice, tomando asiento―. Me dieron cita para mañana, por cierto.
―Yo sí tengo mucho trabajo ―digo, rodando los ojos y tomando asiento frente a mi computadora―. ¿Amanda irá contigo?
―Sí ―responde.
Saca un trozo de pastel de zanahoria y coloca una servilleta en la mesa, donde la reposa. Repite lo mismo, pero hay una de chocolate en la otra tela de papel.
―Zanahoria para mí, supongo ―digo, alzando una ceja.
―Podías escoger, pero si insistes ―se burla, sonriendo con inocencia.
Ambos estamos en una dualidad muy grande, porque sabemos que hay algo surgiendo entre nosotros, pero Dylan y Amanda están de por medio. Sé que vino hasta acá, antes del almuerzo, porque me extraña tanto como yo a ella.
Al menos, eso quiero creer.
― ¿Ya viste a Dylan? ―me pregunta.
―Sí. Me pidió que te apoyara mucho con su hijo y que le hablara de él ―respondo. Ella parpadea, disimulando las lágrimas y sonríe―. ¿Estás bien?
―Sí, sí ―dice, limpiándose las mejillas―. Es que… es justo lo que quiero, ¿sabes? Mi bebé no va a tener una figura paterna a la cual recurrir. Hay cosas que se me van a escapar de las manos y voy a necesitar ayuda y ¿quién mejor que tú? Es decir, no quiero y no voy a darte responsabilidades que no te corresponden, porque no es tu hijo, pero quiero que estés con nosotros. Tu apoyo siempre va a ser bien recibido.