2 meses después…
Navidad y Año Nuevo pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Jeremy pasó navidades con nosotros, pero sí viajó a Boston para pasar el fin de año con su familia.
La verdad es que me hizo una falta terrible, aunque no estuve del todo sola. Dylan estuvo junto a mí en cada momento y, a pesar de que no puedo verlo, sentirlo me reconforta muchísimo.
No voy a negar que lloré un poco en esas festividades al recordar cómo fueron aquellas que viví con él, la falta que me hace no se extingue y ahora sé que jamás pasará.
Siempre lo echaré de menos.
Mi vientre está un tanto abultado y he tenido que dejar de usar ropa ajustada y más cómoda, así como cambiar los tacones por zapatos deportivos. La verdad, es un cambio que me hacía mucha falta. El bebé está creciendo con mucha salud y fortaleza, por lo que el viaje a Argentina (que fue aplazado por las fechas decembrinas) seguirá en marcha y asistiré.
Me veo frente al espejo con una sonrisa en el rostro. Ahí está mi vientre, poco a poco, creciendo. Hoy es el día en el que conoceré si el sexo de mi criatura es el que me dijo la abuela de Jeremy.
Me paseo por el cuarto del bebé, ya listo. Se empeñaron en terminar este y aún falta terminar el de Amanda, por lo que hemos dormido juntas estos meses.
Las paredes son de un amarillo pálido, poco brillante. Tiene una frase con caligrafía bonita donde dice “Eres nuestro más preciado regalo” en letras blancas. La cuna fue regalo de los abuelos. Ellos mismos la hicieron y la armaron. Es blanca, tiene su colchón y un móvil con estrellas que al dar cuerda reproduce el “duérmete mi niño” en una melodía relajante.
La cuna tiene una cama guardada, solo hay que tirar de ella para que haya un espacio extra para dormir. También tiene algunas gavetas donde guardaré la ropa del bebé.
Aparte, hay un armario pequeño para la ropa, los productos para el cuidado y juguetes. Hay una mesita de noche donde irá la radio para escuchar si el bebé se despierta y tiene flores frescas.
También hay una mesa plegable para poder cambiarle, donde por ahora se encuentra el moisés. Ese fue el regalo de Amanda y Leonard.
La mayoría de cosas son amarillas, blancas, verdes y moradas. Colores neutros que pronto empezarán a pelearse con el rosa o el azul.
He decidido hacer una reunión para revelar el género. La encargada de la organización de la celebración es la única que sabe el sexo del bebé. Dejó la casa hermosa. Hay pasteles de color azul y rosa, variedad de postres y comida. Globos de los colores protagonistas de hoy y la piñata en forma de biberón que soltará papeles y caramelos con los colores que darán a entender el sexo del bebé. Las decora la frase “¿niño o niña?”.
El dorado también forma parte de la decoración, dándole un toque mágico al lugar.
Me detengo frente a la sala, observando todo. Me imagino cómo sería este momento si Dylan estuviese aquí conmigo y juntos golpeáramos la piñata para averiguar el sexo de nuestro hijo o hija. Su cara al saber si es una niña o un niño. Su reacción. El ir a sus brazos y besarlo. Decirle cuánto lo amo.
Porque lo amo. Y me pregunto si alguna vez dejaré de hacerlo, pero la respuesta que encuentro es un no. No voy a olvidarle, mi corazón mucho menos. Siempre será parte de mi vida. Es mi épico primer amor verdadero.
―Todo quedó hermoso. Mi sobrino o sobrina hará valer el que duerma contigo mientras mi habitación está hecha un desastre ―dice Amanda, colocando sus brazos alrededor de mis hombros, abrazándome.
― ¿Qué crees que será? ―pregunto, acariciando mi vientre abultado.
―Niño, definitivamente. Dylan no partiría de este mundo sin dejarte un mini dolor de cabeza ―se burla, pero habla con convicción. Le doy una ligera palmada en la cabeza y nos reímos―. En serio, un mini Dylan. Estoy segura. ¿Y tú?
―Me encantaría que fuese niño. Probablemente tendría el pelo oscuro y los ojos azules de su padre. Imagínate si tiene esa mirada felina y esa sonrisa torcida. Sería todo un rompecorazones ―digo, riendo.
―Me compadecería de ti si sale con la sonrisita torcida. Con eso Dylan arreglaba todo, imagínate un niño ―exagera, negando con la cabeza. El timbre suena y deshace el abrazo―. Llegaron los invitados.
Apenas la puerta es abierta, el bullicio empieza. Mis padres, los de Dylan, Leonard, Jake y Jeremy nos saludan con un beso en la mejilla y un abrazo. A este último lo estrecho con fuerzas y no puedo evitar sonreírle.
―Gracias por venir ―le digo.
― ¿Bromeas? Muero por saber el sexo de ese bebé desde que supe que estabas embarazada ―dice y me guiña el ojo.
Amanda se encarga del entretenimiento y yo de repartir los bocadillos. No puedo parar de reír con los juegos ya que Leonard apesta para colocar pañales y Jake para vestir al bebé. Se cambian los papeles y resulta que son buenos en lo que el otro hacía mal.
―Bien, ya sabemos quién vestirá a mi hijo o hija y quien le cambiará los pañales ―bromeo, haciendo que todos se rían. Prestamos atención a Jeremy, quien se encuentra hecho un desastre y nos reímos de nuevo―. Y sabemos quién no hará de niñero. Nunca.