SAMANTHA
Amanda llega con un bolso lleno de ropa cómoda y con comida. No es que no haya aquí en la clínica, sino que es desabrida y la verdad me la como completa solo porque me aporta los nutrientes que necesita mi bebé.
Y por la gelatina, si tengo suerte.
Mi hermana me ayuda a sentarme y ajusta la camilla para estar más cómoda. Acaricia mis cabellos y me entrega el envase de comida, junto con los cubiertos.
—Aquí tienes: frutas, verduras. Ya sabes, comida sana —habla, dejando reposar el envase sobre mi vientre abultado—. Es una buena mesa improvisada, ¿eh?
—Lo es —concuerdo, riéndome un poco—. Por cierto, me dieron vitaminas hace unos minutos, hierro también.
—Ambos lo necesitan, no sabes el susto tremendo que nos diste —responde, acariciando mi vientre y luego me mira, alzando una ceja—. ¿Me vas a contar qué sucede con Jeremy? Me parece extraño que no esté aquí con ustedes.
―No quiero hablar de eso ahora. Es algo en lo que me enfocaré cuando nazca mi bebé ―comento, desviando la mirada―. No quiero más preocupaciones ni sentimientos bruscos.
―Está bien… ―dice, alzando las manos en señal de rendición.
―Y no lo atormentes a él ―le pido, casi a modo de orden.
—No iba a… —calla cuando soy yo quien alza la ceja esta vez y rueda los ojos, derrotada—. Está bien, está bien… Bueno, debo volver al trabajo. Cualquier cosa me llamas, ¿sí? Te quiero.
—Y yo a ti —respondo, aceptando su pequeño abrazo.
Se levanta y me da un beso en el entrecejo antes de tomar sus cosas y marcharse. Me como todo lo que hay en el envase con lentitud, saboreando cada porción.
Comida casera 1, comida de hospital 0.
Observo la solitaria habitación y suspiro, sintiendo que me hacen falta aquí. Sí, ambos, pero no lo puedo negar, en especial Jeremy.
Se supone que estaríamos juntos en momentos como estos, pero es que, a pesar de que lo extraño, no puedo verle sin recordar lo dolorosa que fue nuestra discusión.
Nuestra ruptura.
Ayer me dolió tanto decirle a ella que no dejara pasar a Jeremy, con la tonta excusa de que estaba agotada, porque lo que más quería era verlo. En estos momentos, a quien más necesito es a él.
—Permiso, cariño.
La enfermera sonríe al verme y le pido que me ayude a ir al baño luego de chequear mis niveles. Su nombre es Mindy, alta y robusta, de cabello rizado y azabache con algunas canas, una morena muy amable y con la sonrisa más cálida que he visto en la clínica.
A la hora del almuerzo, ella regresa a chequearme y me pregunta cómo me siento, cómo está el bebé y más cosas cobre mi estado.
— ¿Quieres recibir visita? Alguien te está esperando afuera —me indica.
―Claro ―le respondo, sonriendo―. ¿Es mi hermana?
―No, es el joven que la trajo ayer. ¿Jeremy? ―pregunta y con eso mi gesto alegre se borra.
―Ah, sí. No quiero verlo por ahora, lo siento ―digo, cabizbaja y juego con los dedos de mis manos.
Ella afirma y se da la media vuelta. Yo siento mis ojos picar por las lágrimas, pero respiro hondo para espantarlas. Me sorprendo cuando la enfermera vuelve a entrar con una bolsa en la mano y una sonrisa conciliadora, ¿qué será…?
―Me pidió que al menos le entregara esto. Al parecer… es comida ―dice y el aroma que desprende hace que me gruñan las tripas―. Huele mejor que el almuerzo que le preparamos aquí.
―Está bien, déjeme esto aquí. ¿El muchacho se fue? ―pregunto, tomando la bolsa con comida. Huele a carne.
―No ―dice y yo suspiro―. ¿Va a querer la comida del hospital?
―Creo que no ―respondo, avergonzada―. Aunque sí me provoca gelatina.
―Será para la cena, iba a darle avena ―me dice y yo arrugo la cara, haciéndola reír―. Está bien, nada de avena.
Le regalo una ligera sonrisa y espero a que se vaya para revisar la bolsa. Saco un empaque, un poco caliente, y lo destapo, sintiendo que se me hace agua la boca.
No es que no deba comer esto, pero es su forma de consentirme el muy…
—… desgraciado —mascullo al ver que es lasaña.
Hay un termo, más o menos grande, y se siente tibio. Le quito la tapa e inhalo para saber qué es: chocolate caliente. Al fondo de la bolsa hay una botella pequeña de jugo de naranja. Todo lo que me gusta o se me antoja con el embarazo.
Dejo el jugo de naranja para luego y disfruto de mi almuerzo exquisito, preparado por sus propias manos. Cuando no queda nada en el envase, la enfermera vuelve a aparecer y recoge las cosas.
— El joven sigue afuera, le entregaré sus cosas por si quiere enviarle más comida ―dice, tomando las cosas para guardarlas en la bolsa de tela―. Cocina rico por lo que veo.
―Muy rico ―admito y ella se ríe—. Dígale que muchas gracias, por favor.