DYLAN
Trasladan a Samantha al quirófano y yo estoy muriéndome de anticipación y nervios. Hoy nace mi hijo y podré verlo. ¡Voy a poder verlo!
Jeremy se coloca el traje quirúrgico, unos guantes y un tapabocas antes de ingresar. Samantha no para de soltar alaridos de dolor y maldiciones, sudando y jadeando. Inclinan un poco la camilla y coloca las dos piernas, bien abiertas, sobre dos ganchos al final de la misma. Las enfermeras la atienden y ayudan al doctor en todo lo que necesita.
―Muy bien, vamos a proceder. ¿Cómo se siente la futura madre? ―pregunta el doctor, sentándose frente a sus piernas.
―Como que quiero revivir al padre y matarlo con mis propias manos―gruñe, haciéndome reír.
Jeremy me mira reteniendo la carcajada y niega con la cabeza, bastante divertido con la situación.
―Cuando sea tu turno, tú sí estarás vivo ―le recuerdo y él suelta una ligera risita.
―Bueno, cada vez que yo cuente hasta tres vas a pujar. ¿Me entendiste, Samantha? ―pregunta el doctor.
―Sí, sí. Solo sáquenlo, por favor ―suplica.
Jeremy se acerca y toma su mano. El doctor cuenta hasta tres y pide que puje. Samantha obedece, pujando con todas sus fuerzas.
―Puja, puja, puja, vamos…
―Tú puedes, cariño. Vamos, puja ―le dice Jer al oído.
Me acerco a ella, buscando sostener su otra mano o al menos tocarla. Me acerco a su oído y la aliento a pujar también. Jeremy asiente en mi dirección. Samantha se deja caer sobre la cama, puedo ver el sudor escurrirse por su cuello y encharcar su cabello, así como unas ligeras lágrimas haciendo brillar sus pestañas.
―Uno, dos, ¡tres! Puja, puja, puja ―pide el doctor y ella se endereza de nuevo obedeciendo.
Sigue pujando con fuerza, apretando los dientes. Dura unos cuantos segundos y vuelve a descansar, recargándose del espaldar de la camilla.
―No voy a poder ―lloriquea―. No voy a poder, esto es demasiado. ¡No voy a poder!
―Claro que sí. Eres una mujer guerrera y valiente que ha pasado por mucho. Esperaste con ansias este momento, amor. Vas a ver a mini Dylan, vas a poder por él ―le habla Jeremy.
―Ojalá pudieras escucharme ―hablo y ella da un respingo―, pero sé que vas a poder. Te conozco y puedes con esto y mucho más. Nuestro bebé está a nada de conocerte, por favor, sigue adelante.
― ¿Dylan? ―pregunta y yo la toco para que sepa que estoy aquí―. Pu-puedo escucharte.
― ¡¿Qué?! ―preguntamos Jeremy y yo sorprendidos.
―Puedo escuchar todo lo que dices. No… no sé cómo, pe-pero lo escucho ―tartamudea y Jeremy y yo nos miramos―. No puedo verte ni sentirte exactamente, pero puedo escucharte.
―Entonces, puja, mi vida. Puja. Necesito que lo hagas y pongas todo tu esfuerzo ―pido.
—No, no, no… —escucho a Jeremy murmurar y se acerca a mí—. No sé qué rayos hace ella aquí, pero encárgate, ¿sí?
No sé de quién habla hasta que la veo, después de un largo tiempo: la Parca. Me acerco hasta ella, negando con la cabeza.
— ¿Qué carajos haces aquí? —pregunto—. Espero que sea porque vienes por mí, porque no voy a dejar que te lleves a mi mujer, mucho menos a mi hijo.
—Ve, ella te necesita, Dylan —es lo que me pide.
Hacen el mismo procedimiento cada nada durante media hora. Samantha necesita tomarse descansos después de cada contracción y vuelve a pujar.
―Lo veo, veo la melena de cabello negra ―habla el doctor y yo sonrío―. Está a punto de salir. Vamos, puja un poco más.
― ¡Ahhhh! ―masculla entre dientes, pujando.
―Necesito fórceps un segundo ―habla el doctor, alarmando a Samantha―. No te preocupes, eres primeriza. A veces se necesita ayuda extra. Vamos, puja.
Me acerco para ver al bebé salir cada vez más y siento que me tambaleo, no sé cómo. Solo sé que la imagen es atroz y nauseabunda, pero a la vez, increíble. Sí, es increíble que las mujeres hagan esto.
Hay un montón de sangre y Samantha vuelve a pujar, dejándonos ver la mitad de la cabeza del bebé y el doctor mete sus manos para ayudarlo a salir. Se empiezan a ver los hombros y a los segundos, el pequeño sale completamente.
La enfermera le entrega una especie de manta para que cubra al bebé y se escucha fuertemente su llanto.
―Felicidades, mamá ―la felicita y le acerca el bebé a los brazos.
Samantha lo recibe y me acerco con Jeremy para verlo. Está pegajoso y ensangrentado, con el entrecejo fruncido y llorando. Tiene mucho cabello negro y los ojos cerrados.
―Felicidades, amor ―dice Jer y besa sus cabellos.
―No puedo creerlo ―responde, jadeante y sonriendo con cansancio―. Dylan, ¿lo ves? Tiene el cabello como tú.
―Puedo verlo, amor ―respondo y lo acaricio, sintiéndolo levemente―. Es nuestro.