SAMANTHA
Mi cuerpo parece entrar en conciencia y percibir todo lo que hay a mi alrededor. Puedo sentir el aire acariciar mi piel, la piquiña y molestia de una aguja en el dorso de mi mano y los murmullos lejanos de personas. Intento abrir los ojos, pero los siento pesados. Así que los muevo poco a poco y parpadeo con lentitud, adaptándome a la luz y dejando que se aclare mi visión.
Muevo un poco mis dedos al sentirlos aprisionados y una sombra se alza sobre mí. Puedo apreciar quien es cuando logro abrir por completo los ojos.
Jeremy.
Entonces, lo recuerdo todo. El parto, cuando pude escuchar, sentir y luego ver a Dylan, el haber estado a punto de morir, el poder verlo una última vez.
El bendito beso de despedida.
Me levanto con exaltación, tomando una ruidosa bocanada de aire y observo a mi alrededor, sintiéndome desubicada por completo.
―Hey, cálmate. Estás bien ―escucho la voz de Jeremy y me abraza―. Estás temblando, amor. Tranquilízate.
―Mi bebé, Dylan… ¿Cómo están? ¿Dónde están? ―pregunto con voz temblorosa.
―El bebé está bien. No necesita estar en la incubadora porque se desarrolló perfectamente, apenas necesitó un par de días ―me explica.
― ¿Un par de días? ¿Tanto duré dormida? ―pregunto.
―Sí, tuvieron que sedarte para que pudieras recuperar fuerzas ―me explica, acariciando mis cabellos.
― ¿Y Dylan? ―pregunto, mirándolo―. Lo recuerdo, él… se despidió.
―Sí, lo hizo. Se fue, Sam ―murmura y puedo notar sus ojos cristalizarse―. Está en paz ahora.
Nos abrazamos con fuerza y me quejo cuando la intravenosa se me clava más en el dorso de la mano, obligándonos a separarnos. Es entonces cuando puedo tener una visión más clara de la habitación y veo un montón de caras conocidas: Los señores Reeves, mis padres, Amanda, Jack y Leonard.
―Qué bueno que despertaste, hermanita. Nos diste un susto tremendo ―habla, sentándose junto a mí―. Me alegra saber que están bien.
―Ahora lo estaremos ―respondo, tomando su mano―. Para siempre.
Ella me sonríe y yo la abrazo con la mano libre de agujas.
―Permiso por aquí ―canturrean y reconozco la voz de Mindy, la enfermera que estuvo en cada momento junto a mí.
― ¡Oh! ―escucho que todos celebran y Amanda pega un brinco como un resorte hacia su dirección.
La enfermera arrastra una especie de carrito-cuna donde está mi bebé. Todos se acercan a verlo, menos Jeremy. Él permanece junto a mí y estira el cuello para poder verlo.
―Oh, mamá ya despertó ―celebra la enfermera―. ¿Quieres cargarlo?
― ¡No puedo! Esto es demasiado ―chilla Leonard, haciéndonos reír y yo me quejo un poco por ello al sentir dolor en ciertas zonas de mi cuerpo.
— ¿Estás bien? —inquiere Jer, preocupado.
—Sí, sí. No es nada —lo tranquilizo.
Los señores Reeves se ven con ojos llorosos y luego a su nieto. Mi padre tiene una mano en la cintura de mi mamá y le da un beso en la sien cuando ve que llora., mientras Amanda no para de tomarle fotos al pequeño.
― ¿Quieres cargarlo, Samantha? ―pregunta Mindy y yo asiento―. ¿Te sientes bien?
―Sí, en perfecto estado ―respondo, estirando mis brazos.
Ella lo carga y me lo coloca entre los brazos con cuidado, diciéndome que tenga cuidado con la cabecita y que lo acerque a mi pecho. El poder verlo con mayor claridad hace que mi corazón se hinche de alegría, sin poder creer que yo he creado a este hermoso ser humano.
―Ay Dios mío ―susurro y mi vista se nubla.
Es de bastante cabello negro, pequeño y rosadito. Tiene ligeras arrugas y la boca fruncida como si fuese a dar un beso. Está vestido de blanco con detalles azules y un gorrito de los mismos colores, una manta azul celeste le cubre el cuerpo entero y me provoca llenarle la cara de besos. Es mío, es de Dylan.
Es mi milagro, mi rayito de esperanza.
―Es hermoso ―murmuro y se me quiebra la voz―. Dios te bendiga, Dylan Junior Reeves. Bienvenido al mundo.
Jeremy tiene su brazo rodeando mi espalda y nos estrecha contra su pecho, besando mi sien. Yo alzo el rostro para verle y deja un suave beso sobre mi boca.
―Te ves hermosa ―murmura―. Aún no puedo saber a quién se parece.
―Yo tampoco ―admito―, pero es hermoso.
―Lo es ―dice, sonriéndome―. Hola, mini Dylan, ¿reconoces mi voz?
El bebé se estira un poco y parpadea con lentitud antes de abrirlos por completo, dejándonos ver unos ojos color tormenta con tintes de azul que se me hacen muy conocidos.
Los ojos de Dylan.
―Parece que sí ―respondo, acariciando su naricita.