Solo pido un instante más (spudm #2)

3.

            LUCY

            Trato de no mirar a mis amigos por la vergüenza. Serena se ha mantenido callada mientras comemos y Greg solo mira a su alrededor.

― ¿Desde cuándo se burlan de ti en el instituto? ―pregunta la rubia, encarándome al fin―. Porque eso es grave, son malos.

―Desde siempre, pero ya estoy en el último año. No quiero… darle más importancia de la que merecen ―respondo, encogiéndome en mi puesto―. Además, no me hacen nada. Solo bromean y bromean ―miento, metiéndome un trozo de rol a la boca.

―Mentirosa ―me recuerda Greg, cruzándose de brazos―. ¡Tienes que decirle a alguien! Un consejero, el director, tu hermano, tus padres. ¡O a Serena! Pero tienes que hacerlo.

            Niego con la cabeza en su dirección, captando la atención de mi amiga quien me mira con ojos entrecerrados.

― ¡Joder, Lucy! Es tu último año y debe ser estupendo, no esta porquería ―me recuerda, golpeando levemente la mesa. Los platos de cartón se mueven un poco y la rubia se endereza, asustada―. Quiero protegerte, pero tengo límites. No puedo hacer nada con ellos.

― ¿Qué sucede? ―pregunta Serena, mirándola.

―Nada ―niego, sonriéndole―. Debo volver a casa ya. Puedo pagarte el taxi si quieres.

―Tranquila, yo lo hago. Nos vemos luego ―le responde ella y nos levantamos de los asientos―. No olvides enviarme las fotos que nos tomamos.

―Por supuesto ―respondo, contenta.

            Nos estrechamos en brazos con fuerza y tomamos cada quien su camino. Greg y yo tomamos el autobús que me deja a un par de cuadras de mi casa y caminamos en silencio por todo el trayecto.

―Deberías hablar con Dylan ―insiste.

―No quiero meter a nadie en estos asuntos tan infantiles ―respondo, rodando los ojos.

― ¿Infantiles? ¿Qué te peguen chicles del cabello y te atraviesen el pie a propósito para que tropieces son niñerías? ¿Acaso estás loca? ―pregunta, frustrado.

―Hay casos de acosos escolares peores, créeme que estoy bien ―indico, mirándole―. No quiero decirle a nadie, ¿para qué? No pueden hacer nada.

― ¡Pueden expulsar a esos desgraciados! ―exclama, alzando mis manos al cielo.

―Y entonces se irán a otros colegios a burlarse de más gente inocente ―le digo, cruzándome de brazos―. No quiero.

            Niega con la cabeza, incrédulo por mis palabras. Entramos a mi casa en silencio de nuevo y miro el reloj, falta poco para que lleguen mis padres.

―No le digas nada a papá, por favor ―ruego, sentándome sobre el sofá―. Pronto vendrá la universidad y será mucho mejor.

― ¿Y si no? ¿Y si por mi culpa también te acosan allí? ―pregunta, señalándose con las manos―. ¡Lo que te pasa es mi culpa! Y no puedo hacer nada para evitarlo.

―No es tu culpa que esos imbéciles sean unos inmaduros ―le digo, colocándome a su altura―. Eres mi mejor amigo y jamás me arrepentiría de haberte conocido.

            Tomo sus manos, mirándolas. Puedo ver como niega con la cabeza y suspira, cansado.

―Lo único que cambiaría de nuestra amistad es que estés vivo, así no tendrías que irte nunca ―confieso por primera vez, sintiendo un nudo en la garganta―. Han sido años de amistad, no puedo ver un mundo en el que tú no estés.

―Tengo que irme en algún momento, Lucy Lu ―me dice, soltando una de mis manos para acariciarme la mejilla―, tendrás que buscar la forma de hacerlo. Estoy muerto, desde que nos conocemos. Y nada va a poder cambiar eso.

―Es injusto, solo eras un niño ―lloriqueo, sintiendo las lágrimas encharcar mis ojos.

― ¿Cuándo la vida ha sido justa? ―pregunta, sonriendo con tristeza.

            Rodeo su cuello con mis brazos, abrazándolo con fuerzas. Él tarda unos segundos en responder, pero termina abrazándome por la cintura y lo ausculto suspirar.

―Ojalá las cosas fuesen diferentes… ―murmuro.

            Escucho el carro de mi padre estacionarse y nos separamos. Limpio mis lágrimas y respiro hondo para calmarme, escuchando el sonido de unas llaves tintinear del otro lado de la puerta.

            Cuando veo a mi madre, recuerdo que no le avisé que llegué a casa.

―Acabo de llegar hace unos minutos ―le digo de inmediato.

            Mi padre sonríe con diversión y acaricia sus brazos, calmándola tal vez.

―Prepararé la cena ―es lo que dice, dejando sus cosas sobre el mueble y encaminándose a la cocina―. ¿Cómo les fue en el cine?

―Bien, la película nos hizo llorar ―le cuento, omitiendo algunos acontecimientos―. Me cae muy bien Serena.

―Invítala a quedar un día, hija. Te hace falta tener amigos ―me dice mientras se lava las manos―. Sé que tienes a Greg, pero…

            Sé lo que se guarda para ella: no estará para siempre porque está muerto. Sin embargo, no dice nada más y empieza a cocinar. Noto como mi padre la mira con un poco de tristeza y luego a mí.




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