Solo pido un instante más (spudm #2)

12.

GREG

            Luego del extraño momento con Lucy, me fui a la habitación de Dylan. Estaba abrumado y confundido por las sensaciones que su cercanía generó en mí.

            Lo que más me carcome el cerebro no es que estuvimos cerca, sino que quise hacerlo: quise besarla. ¿Eso puede deberse a que nunca he dado mi primer beso o…?

            No. No. No creo que sea eso, no creo que me guste Lucy Martin Grayson.

            Es mi amiga de toda la… muerte. La conozco desde que tenía cuatro años, no puede gustarme. ¿O sí?

— ¡Maldición, ya! —me dije a mí mismo, lanzándome en la cama y tirando de mis cabellos.

            Lo mejor era cerrar los ojos y dormir. Porque sí, los fantasmas dormimos. No porque tengamos sueño exactamente, puedo pasar días sin hacerlo, sino por la costumbre de que lo hacíamos cuando estábamos vivos.

***

            Abro los ojos, parpadeando para adaptarme a la luz. Ya llegó un nuevo día y no sé si quiera ver a Lucy, aún siento vergüenza. ¿Será incómodo?

            Miro hacia el techo, frunciendo el ceño al ver uno diferente. Alzo el rostro, apoyándome sobre mis codos, para ver dónde me encuentro y no reconozco el lugar que me rodea.

            Esta definitivamente no es la habitación de Dylan, ni siquiera es la casa de los Martin.

            Hay fotos de una familia en algunos puntos de la habitación. Una pareja feliz con dos hijos: uno como de 12 años y el otro de 4. Ambos varones.

            Lo que me sorprende es el ligero parecido que hay entre ese niño y yo, cuando estaba de su edad por supuesto. Sin embargo, supongo que eso suele suceder a veces, así que no le presto atención.

            Lo que sí me interesa saber es ¿cómo demonios llegué aquí? Ni siquiera sé dónde estoy. ¿Seguiré en Nueva York?

            Me levanto, aún abrumado y observando todo a mi alrededor, para salir de la habitación. La casa es de dos pisos, así que tengo que bajar unas escaleras para ir a la sala y así averiguar si hay alguien en el lugar.

            Solo pido que no haya alguien que pueda verme. No hay forma de explicar que, simplemente, aparecí aquí.

—El niño sigue teniendo una amiga imaginaria y me preocupa —habla una voz femenina y yo me paralizo en mi lugar. Luego recuerdo que soy un fantasma y sigo mi camino hasta estar cara a cara.

—Cariño, es normal. Es pequeño —le responde un hombre, acariciando sus brazos.

— ¿Sabes cuál es el nombre de su amiga? —pregunta la mujer, asustada. Tiene los ojos cristalizados y el ceño un poco fruncido en un gesto de dolor—. Parca, ¿y sabes quién es la parca?

—La muerte —respondemos al unísono el señor y yo.

—Hablaré con él en la noche, ¿sí? Tengo que ir a trabajar —dice y le da un beso en la frente a su esposa—. Te amo.

—Te amo —responde ella, sonriéndole con tristeza.

            Decido que es mejor seguir al hombre, así que voy detrás de él. Se adentra en su auto y yo hago lo mismo, colocándome a su lado. Lo observo y noto que tiene los vellos erizados.

            Puede sentirme.

            Acelera y miro las calles, suspirando de alivio al notar que sí sigo en la ciudad. Él enciende la radio y sonríe cuando suena Frank Sinatra, murmurando la letra a medida que maneja.

            Decido que lo mejor es esfumarme de allí y caminar hasta la casa de los Martin. No sé cuánto tiempo estuve fuera.

            Cuando llego, veo a Jeremy a Samantha en la cocina. Ambos tienen rostros preocupados y él se levanta al verme.

—Greg, nos tenías a todos preocupados —dice, palmeando mi hombro. La señora Martin se levanta y suspira de alivio, posicionándose detrás de su esposo—. ¿Dónde estuviste?

—Yo…

—Lo mejor es que vea a Lucy. Está aterrada —le dice Sam, acariciando el brazo de su esposo.

—Cierto. Ve, está en su habitación —me dice él y yo asiento, encaminándome al sitio.

            Entro sin tocar y Lucy pega un brinco al verme. Corre hasta a mí y me abraza con fuerza. Luego, empieza a zarandearme.

— ¿Dónde diablos estabas, joder? ¿Sabes lo preocupada que estaba por ti? Pensé lo peor, pensé que…

—Hey, estoy aquí ya. No te preocupes. Estoy bien —digo, acariciando sus cabellos y sonriendo—. No sé dónde estuve, simplemente aparecí en otro lado. Ni siquiera sé quiénes eran las personas allí presentes.

            Ella se me queda viendo, tomando mi rostro entre sus manos y niega con la cabeza. Sus ojos se cristalizan y yo estoy a punto de preguntar qué sucede, pero me interrumpe al unir sus labios contra los míos.

            Abro los ojos con desmesura por la sorpresa, pero termino cediendo al suave beso. Siento como si mi corazón volviese a tener vida, porque la adrenalina me recorre el cuerpo entero como si bombeara sangre de nuevo. Mi alrededor se evapora y solo somos ella y yo moviendo nuestras bocas sobre el otro, con cariño.




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