Alonso respiró hondo, intentando disimular el temblor de sus manos
. —¿Tú sabes lo que estás diciendo? —murmuró con una mezcla de furia y miedo.
—Lo sé perfectamente —respondió Diana, inclinando la cabeza con una sonrisa fría—. ¿Qué te parece? ¿O prefieres que toda la escuela vea cómo un profesor se anda besando con una alumna? Alonso apretó los dientes.
Podía sentir cómo la sangre le hervía, pero estaba atrapado. Sabía que cualquier palabra equivocada podría costarle la carrera, la reputación… todo. —Tú no entiendes en lo que te estás metiendo.
—Claro que entiendo —replicó ella, cruzándose de brazos—. Solo quiero que me hagas un favor… uno muy pequeño. Convéncelo. Alonso se quedó en silencio, observándola como si intentara descifrar si hablaba en serio. Diana no desvió la mirada ni un segundo.
La música de la fiesta seguía sonando a lo lejos, pero el ambiente entre ellos se volvió asfixiante. —Te vas a arrepentir de esto, niña. —Quizá —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Pero mientras tanto, harás lo que te digo. Alonso miró el celular, aún con la imagen congelada de él besando a Carolina, y supo que estaba perdido. Sin decir más, giró sobre sus talones y caminó hacia la camioneta.
***
Al día siguiente, Alejandro se cepillaba los dientes frente al espejo del baño, medio adormilado pero listo para ir a la escuela, de repente, se abrió la puerta del pasillo, Alonso con el ceño fruncido y la voy grave, apareció en el marco.
—Tengo que hablar contigo antes de que te vayas —dijo con seriedad
Alejandro lo miro por el reflejo del espejo, con el cepillo en la boca. Apenas pudo articular unas palabras.
—si... dígame.
Alonso avanzó un paso, sus ojos fijos en los de su hijo.
—olvídate de tu relación con Danna. Quiero que andes con Diana
Alejandro se enjuago la boca apresurada, escupió el agua en el lavamanos y se giró con una sonrisa incrédula.
—¿que trae, apa? ¿se le cayó un tornillo o qué?
El gesto de Alonso se endureció, frunciendo aún más el ceño.
—Tienes que terminar a Danna y andar con Diana. Ya. Si no, podríamos perderlo todo
El rostro de Alejandro se tensó, borrando por completo su sonrisa de burla. Lo miró fijamente, serio.
—¿por qué está diciendo todo esto? ¿está loco verdad?
El enojo de Alonso estallo.
—¡por que Diana me está chantajeando! —gritó, con una vena marcada en la frente— si no andas con ella, podríamos perderlo todo. ¡me vale madres que no quieras! Terminas a Danna ya.
El corazón de alejandro dio un brinco; retrocedió un poco, con miedo pintado en el rostro.
—¿pero papá... que tan grave pudo ser ara que se ponga así? Además, yo no le are eso a Danna.
Alonso respiro hondo intentando calmarse, pero su mirada seguía dura.
—Hazlo por mí. Soy tu padre. Si ese video sale a la luz me meterán a la cárcel, y a ti te llevarán a un orfanato porque te quedaras solo porque todavía no eres mayor de edad. ¿Quieres que eso pase?
Alejandro bajo la mirada completamente desconcertado. Luego levanto su cabeza, sus ojos brillando de rabia contenida y dolor.
—si esto es enserio... entonces déjame estar con Danna hoy. Solo hoy. Cumplimos tres años y lo quiero pasar con ella.
Hubo un silencio intenso. Alonso, apretando la mandíbula, asintió con brutalidad.
—Está bien. le diré a diana que se espere hasta mañana
Se dio media vuelta y se volvió a meter a su cuarto. Cerrando la puerta con un portazo.
Alejandro permaneció en el baño. Se apoyo en el lavamanos con ambas manos, inclinándose hacia el espejo, su reflejo le devolvía la cara de alguien sorprendido, confundido y con un miedo que no sabía cómo manejar.
***
En el salón 2-6 del segundo piso, Cristian se encontraba serio frente a su cuaderno de matemáticas. A su lado, Yaqueline, con el ceño fruncido, repasaba los ejercicios hasta que se dio cuenta de un error. Cristian, que la observaba de reojo, soltó una breve sonrisa burlona.
Yaqueline lo noto de inmediato, se cruzó de brazos, y haciéndose la indignada, le estiro la mano hacia la cara.
—No me hables —dijo, dándole la espalda exageradamente.
Cristian, sonriendo, se levantó de la butaca con un suspiró fingido
—Bueno me voy... iré a ver que está haciendo Alejandro.
Yaqueline reacciono rápido y lo sujetó del brazo antes de que diera un paso, su tono cambio a uno juguetón.
—Es broma, no te vayas. Ayúdame, ¿sí? —le dijo, sonriéndole con dulzura.
Cristian la miró un segundo y, aunque trataba de hacerse el serio, terminó asintiendo con una media sonrisa.
—Está bien, pues.
Ambos se acomodaron en la mesa, inclinados sobre los cuadernos, bromeando y empujándose suavemente entre ejercicios. Justo en ese momento entró Javier al salón. Se detuvo en la puerta, observando cómo Yaqueline reía más de lo habitual en compañía de Cristian. Eso le sacó una sonrisa; le alegraba verla feliz.
Cristian, notando la mirada de su amigo, se levantó enseguida y fue a chocar las manos con él.
—¿Qué onda, Cristian? ¿Y Alejandro? —preguntó Javier.
—No sé, pensé que tú venías con él, porque no ha llegado —respondió Cristian, encogiéndose de hombros.
—No, pues no lo vi —contestó Javier.
En ese instante, Alejandro entró al salón. Pero algo en él no era igual: sus pasos eran más pesados y su expresión apagada, como si trajera una sombra encima.
—¿Qué tienes, Ale? Te ves raro —le preguntó Javier, frunciendo el ceño.
Alejandro forzó una sonrisa, tratando de despistar.
—¿Yo? ¿Raro? No te entiendo, estoy normal.
Yaqueline, desde su butaca, lo observó con atención.
—Tú siempre llegas saltando de felicidad, y ahora… parece como si te hubieran contado un mal chiste o algo —comentó con una risita ligera.
Alejandro negó con la cabeza, sacudiendo la mano como restándole importancia.
—Claro que no. Solo vengo dormido, me levanté tarde… por eso llegué hasta ahora y no temprano como siempre.