Sentí que me dejé afectar demasiado, porque al día siguiente, me empecé a ver como culpable. Yo no tenía nada que ver con su vida, y quizás eso fue lo mejor, en cierta forma, ahora comprendo que soy un egoísta.
No quise que lo que le pasaba me destruyera a mi también, por eso me mantuve lejos de ella; pero es así la vida, hay que aprender a vivirla. De eso se trata, de aceptar lo que no se puede cambiar, y alejarse antes de que hiera.
En fin, era un gran rompecabezas, con piezas blancas y piezas negras, como el ajedrez. Yo con flores queriendo remendar el daño que de forma inocente pude haber causado, y ella en ese momento, quién sabe dónde.
Desde mi trabajo llamé a una floristería, luego de buscar el número en el directorio telefónico. Las pedí blancas como a ella le gustaban, y que pusieran una tarjeta, que dijera mi nombre y que dijese algo como "Sara: Perdón por no haber estado cuando me necesitaste, espero que no sea tarde para corregir los malos tratos del pasado".
Tenía de verdad la esperanza de que funcionara, pero a las dos horas, recibí una llamada a mi despacho, era de la florería, para decirme que no pudieron entregar mi orden porque no había nadie en la dirección que especifiqué.
Eso me puso peor, toda la tarde me la pasé sosteniendo mi cabeza sobre el escritorio; teniendo como resultado, muchos clientes furiosos por no presentarme a sus citas, además de una fuerte jaqueca.
Estaba ansioso por que terminara aquella jornada, pero las horas parecían haberse congelado, por lo que tuve que hablar con mi jefe y explicarle que estaba enfermo para que me diera permiso de irme, aunque accedió, amenazó con descontarlo de mi salario.
Parecía que el estar tanto tiempo dentro de aquella pequeña oficina, me tenía atormentado. Cuando fui al parqueo por mi auto, me entré en el y me paralicé, sin poder ni pensar a donde iría, pues no a mi casa, de eso estaba algo seguro. En un suspiro me entró la idea de ir a revisar la casa de Sara, pensé que quizás volviera durante mi camino hacia allá.
Respiré profundo, aceleré de golpe, y empecé a apretar mi pecho con temor a que antiguos temores resurgieran y me amargaran la idea. Lo único que quería era poder seguir en paz mi vida sin tantos tormentos, esto significaba uno menos. En mi interior figuraban pequeños trozos de sentimientos valdíos, que de tan sólo pensar en ellos me causaba claustrofóbia. Mi inseguridad, mi temor, mi tristeza; ya emanaban un terrible hedor.
Estaban en mi mente, en una verdad alterna dentro de mí cabeza; pero de alguna forma, estaban formando parte de la realidad, y pensé que quizás ella era la llave maestra para poder al fin salir de esa oscuridad.
Estaba tan entretenido con mis locos pensamientos, que no me di cuenta lo rápido que llegué, estuve a punto de pasarme del lugar exacto. Al salir del automóvil y cerrar la puerta, me di cuenta de que su azul ya no era tan azul, tan brillante; además tenía un rasguño en el capó, no lo tenía antes de yo irme en el, no tenía sentido que estuviera allí.
Pero bueno, eso es algo un poco irrelevante. Después de eso me dirigí hacia aquella casa, con sus desgastadas paredes grises, cuando yo recordaba que eran marrones, no percibí ayer que estuviese de ese color.
Me acerqué a la puerta y toqué el timbre dos o tres veces, y nadie respondió. Hasta que me cansé y decidí alejarme. Confundido y un poco atormentado, bajé la cabeza, mirando el piso de madera, tan quebrado como yo, y cada minuto que pasaba, me undía como el.
Subí mis ojos, para tratar de observar por la ventana, pero un anuncio inmobiliario la tapó por completo. La propiedad estaba en venta, lo que significaba que se había ido y que mi única esperanza de por primera vez en la vida sentirme bien conmigo mismo, se habían esfumado de igual manera, y a lo mejor por la misma puerta.
En medio del desespero que en mi esto produjo, la voz de mi abuela Elisa, se escuchó desde el lado, desde su tranquilo hogar. Me llamó unas veces, por lo que me acerqué a ella.
–Cariño, ¿qué estás haciendo? –No pude responder, mi voz tembló como la de un tartamudo–. No sabías que se mudaron los vecinos, como tenías tanto tiempo sin venir supongo que no. ¿Por qué no pasas? Te prepararé un rico té.
–Abuela... yo, debería irme ahora, tengo que hacer algunas cosas, sólo pasé a saludar.
–Pero hijo, te ves algo cansado, me gustaría que te sentaras un poco –pero no podía hacerlo o no quería, no deseaba sentirme mejor, no sé por qué. No tuve el valor para preguntarle nada.
Entonces volví al auto, y me alejé, al pasar frente a la cancha me detuve, algunos chicos que aun no conocía, estaban jugando. En ese momento, sentí una nostalgia, quería devolver el tiempo, pero al mismo tiempo, seguí sin comprender la razón que me llevaba a ello. Lo tenía todo, una hermosa mujer que me amaba, una hija que adoro, un buen trabajo, un lindo carro, yo era feliz, y no quería cambiar eso. Pero existía algo detrás de aquella cortina de humo, algo que me hizo sentir un poco deprimido por años, y no tenía ni idea de lo que era.
Me estacioné justo al frente, recosté mi cabeza hacia atrás, y mientras miraba aquellos jóvenes gritando con devoción, me acordé del diario. Lo busqué en el maletín, y seguí leyendo donde me quedé:
" (...) En Fin, es lo que debo merecer, por no tener fuerzas para ser diferente, ni para cambiar las cosas. Ese es mi problema, las acepto, como si fuera la voluntad de Dios verme sumergida en esta amargura eterna, que estoy segura me seguiría hasta la tumba. Los recuerdos no mueren fácilmente, se quedan en el aire, flotando, buscando en que otra cabeza entrar, buscando a quien más herir, y con el tiempo, ellos mismo hacen reir; espero a que ese momento llegue pronto, de poder olvidar todo, así de pronto, borrar los amargos sabores que me ha dejado la vida.
Estuve pensando en una tercera, oh... mi amiga, mi mejor amiga Arianna. Discutí con ella anoche, mientras hacíamos el proyecto para la escuela. Lo único que me quedaba, directo a la basura.