Ya habían pasado de las tres de la tarde, cuando fui corriendo hacia la casa de Sara. Toqué la puerta como un loco, pero algo me decía que no la iba a encontrar, al salir su madre que me atendió.
—¿Qué es lo que quieres Marcus? ¿Te equivocaste de casa? Tus abuelos viven al lado.
—No señora, yo... creí que Sara estaría en casa.
—Pues, creciste mal. ¿Qué no deberías estar en la escuela? ¿Y esos golpes en la cara? Estabas peleando, ¿verdad? Claro, vagos y delincuentes, eso son los amigos con los que se junta esta escuincla, mocosa, buena para nada; pero ya me va a oir cuando llegue; la voy a castigar mientras vida tenga. ¿Y qué haces aquí todavía? Ándale chamaco, vete a tu casa.
Cerró la portilla, y yo me alejé en silencio. Las calles estaban frías, y desoladas; las personas huían de la tormenta que se avecinaba, y yo entre los grandes edificios perdido, había perdido mi alma y mi juicio.
Apenas tenía dieciséis y ella trece,tanto sufrimiento, para tan pocos años, pero el daño no lo causa el tiempo, si no la gente.
Triste, con un nudo en la garganta, me vino el recuerdo de aquella carta que núnca recibí, entonces, muy deprisa me dirigí al lago; tardé como seis horas en llegar caminando.
Para cuando llegué, ya había anochecido. Eran como las diez, no lo sé, no llevaba reloj. Podía ver el reflejo brillante de la luna en el agua, y pensé que había llegado tarde a aquella cabaña abandonada.
Empecé a llorar como un niño, porque eso era, un niño y no podía entender por más que me esforzara, por qué la vida es tan injusta. He escuchado que dicen que no lo es, que la vida no es mala, que son malas las personas; pero por la vida que te tocó, estás ahí junto a ellos, sin más escapatoria que el suicidio.
Por eso durante largas horas estuve llorando, tirado en el suelo, hasta que me quedé dormido y cuando amaneció... tenía los ojos muy hinchados.
Dentro de mi cabeza escuché una vocesita queriéndome despertar, con mí mirada, vi su cara morena brillar bajo el sol.
—¿Estás bien? Viniste, no lo esperaba.
—Sí... ¡ouch! Me duele la espalda, ayúdame a pararme, por favor.
—Claro —dijo ella, pasandome su mano y sonriendo, nunca la había visto así —¿Tienes hambre? Tengo unos sandwiches de mantequilla de maní y jalea de fresa, recién hechos, ¿entramos? —le dije que sí, que por supuesto.
Al entrar, me di cuenta de que todo era tan diferente por dentro, no parecía un lugar abandonado. Transmitía una tranquilidad y un acogimiento increíble, aunque sólo la iluminaba la presencia de una lámpara. Iba a decir algo romántico y tierno, pero al estar tan oscuro (y me preguntaba el por qué) solo me salió decir:
—¿Pasaste toda la noche aquí? Tu mamá va a matarte.
—¡Pues no me importa, come torta! Es decir... que no importa lo que ella diga, siempre a sido cruel conmigo y nunca va a cambiar. Me da igual, de todos modos, hablé con mi padre por teléfono, vendrá a buscarme el sábado, y ya hoy es viernes.
—¿Te irás a vivir con él?
—Sí.
—¿Y lo que sientes por mi?
—Marcus, solo somos unos niños...
—¡Y yo también lo siento por ti! —le grité, al borde de las lágrimas— ¡Y de ninguna manera voy a dejar que te vayas! —vi que sus ojos se humedecieron gravemente.
—¿Sabes por qué amo tanto este lugar? Porque es oscuro.
—¿Que tiene de especial la oscuridad? —le pregunté secando mis lágrimas.
—La oscuridad brilla más que la luz, porque en ella puedes ver cualquier cosa que lastime y se oculte y apreciar lo que no.
—Pero tú... estabas triste y deprimida por esto...
—¿A caso leiste mi diario? —Negué con la cabeza —Es solo un montón de hojas sin sentido, que escribo cuando me enojo.
—Sara, no quiero que te vayas, escapemos juntos —Ella, tomó mi mano y la puso en su pecho.
—¿Sientes como late? Es por ti que está así, acelerado. Pero somos muy jóvenes, unos niños que crecerán y cambiarán, esto será solo un recuerdo dentro de algunos quince o veinte años y nos vamos a reír, y todo será tan diferente, que vas a creer haberlo soñado —Entonces, me reí, y ella soltó una gran carcajada.
—Quisiera saber si te gusta Willy.
—Ah, no. Es lindo, pero creo que es algo desagradable. ¿Por qué preguntas? ¿El fue que te golpeó, y te dejó ese moretón?
—Que bueno que no, porque será feo y gordo cuando crezca ...
—¿Qué dijiste?
—Nada... nada...
y volvió a sonreír otra vez; hablamos hasta que la lámpara se apagó. Ese fue nuestro último dia juntos... nuestro último verano juntos en el lago.
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—Que historia tan bonita, abuelo ¿Entonces nunca la volviste a ver?
—Claro que sí, nietecita hermosa, aun queda otra parte de la historia.
—¡Cuéntamela, abuelo! ¡Cuéntamela!
—No, ya es muy tarde, tienes que dormir, mañana tienes que ir a la escuela.
—No voy a poder dormir, si no se lo que pasó. No abuelo, no me hagas cosquillas, ¡no me hagas cosquillas!
—La abuela te la contará mañana, ahora dulces sueños Yoselín.
—Buenas noches, abuelo.