Le di otro trago a mi vino tinto, eso era lo único que podía mantenerme cuerdo en estos momentos. Esta mujer no cierra la maldita boca. Amber Woodgate se la ha pasado hablando toda la tarde desde que nos juntamos en un café cerca del Royal. La invité a salir como era debido, porque era la siguiente en la lista, de todas con las que había salido desde que la lista llegó a casa hace un año tengo que admitir que esta es la peor.
Si sus conversaciones fueran un poco más interesantes no estaría emborrachándome a las cuatro de la tarde con vino tinto de alta calidad, ni siquiera estaba disfrutando de los aperitivos que el mesero sirvió en esos platitos de porcelana. Normalmente, disfrutaba muchísimo comer, también disfrutaba de las pláticas de muchas de las chicas de la élite, pero de esta, paso.
—La cosa es que Yon, el instructor chino que estaba el año pasado, fue un grandísimo pesado con todo mundo, fue por eso que lo sacaron del Royal.
¡Maldición! ¡Ya no la aguanto! Está hablando una cantidad de idioteces en las que ella cree que tiene la razón como todos en esta puta élite. Si se me permite opinar, eso no es ni la cuarta parte verdad. Yon era genial y se fue por otras razones y no porque fuera pesado.
Odiaba que criticaran a las personas sin una base sólida, era desesperante que todo se basara en cotilleos que dejaban mucho que desear.
—Era coreano y se regresó a su país. No era pesado, solo es su forma de ser. —Me puse de pie empinándome la copa a fondo blanco. Al diablo con el Rees paciente. Esta era mi octava copa y ya estaba surtiendo efecto—. Te invito a una copa al bar de la esquina, ya me aburrí de este lugar.
El bar de la esquina era nuestro frecuente con Kyle, no era un lugar al que una chica o chico de élite iría. El vino me había dejado con ganas de más, necesitaba alcohol o deshacerme de ella. Una de dos.
—¿Bar? ¿Un lunes por la tarde?
—Bueno —tomé mi chaqueta—, si no quieres venir, no vengas, yo iré. Adiós, Annie.
—¡Es Amber! —dijo, poniéndose de pie, molesta—, y si voy a ir, Rees. Es mi tarde contigo, no voy a desperdiciarla solo porque estás siendo un idiota.
Me encogí de hombros ignorándola al tiempo que dejaba un par de billetes en la mesa. Quizá era más de lo que la cuenta valía, pero al diablo, quería irme de allí lo más rápido posible. Caminando hasta el bar, como era de esperarse, estaba abierto con un par de hombres llenos de tatuajes y barbas largas jugando al billar. Me senté en el taburete buscando a Kyle. Hace media hora que le mandé el mensaje, ya debería estar por aquí.
—Este lugar apesta a vómito —dijo la chica a mi lado. ¡Dios, de verdad no se calla!
—Puedes irte si no te gusta. Nos harías un favor a los dos, sabemos que no va a funcionar.
—Quiero mi beso. —Amber se acercó a mí más de lo debido. Me hice para atrás justo a tiempo antes que sus labios impactaran con los míos—. Dicen que besas como los Dioses, Rees.
—Lo siento, ahora sí que la cagaste. No me meto con fáciles, Amber. La salida está por allí. —Señalé la puerta. Me encontraba un poco más grosero de lo que debía, pero el vino me puso en mi peor modo.
—¡Te odio, Rees Hamilton! —gritó tan fuerte que mi cabeza dio media vuelta recibiendo sus palabras que importaban poco. Eso estaba bien, si me odia no estará esperando a que la llame más tarde.
Necesitaba una cerveza, o whisky para calmar esta actitud de las mujeres que me sacarían el cerebro. Aún no entiendo por qué Charlotte salió demasiado fácil. Ella era perfecta, una dama bastante guapa. Su carácter se acoplaba al mío de una manera difícil de explicar. Dudaba encontrar a otra como ella en la Élite.
—Eso fue duro, Hamilton —levanté la vista sorprendido ante el tono de voz que me hablaba al otro lado de la barra.
—¿Renny? —Negué con la cabeza al tiempo que veía que colocaba una cerveza frente a mí—. ¿Qué haces metida en un bar?
Esta soltó una carcajada tirando la tapita al bote de basura. Esto definitivamente no me cuadraba. Tenía puesta la blusa blanca tallada que enseñaba el estómago, los pantalones cortos eran demasiado cortos y sus brazos enseñaban sus tatuajes. Incluso lograba ver una frase en su hombro izquierdo y el del brazo derecho en su totalidad.
Contemplé los aretes que resaltaban en toda su oreja derecha, como si fueran pequeños brillantes. Renny realmente era todo lo opuesto a mí, llena de tatuajes y aretes.
—¿Qué parece que estoy haciendo? Supongo que viendo alguna serie tonta en la televisión.
—Renny, tú y yo…
—Ahórratelo, Race. Estoy en el trabajo y definitivamente no quiero hablar, no con un vulgar como tú.
¿Trabajo? ¿Por qué diablos trabaja en un bar? ¡Carajo! Tomé la cerveza dándole un trago bastante largo. No me gustaba pensar en Renny trabajando en un bar, uno en el que todos estos borrachos le estarían viendo el culo. Me pregunto si va al gimnasio, de ser así, ¿a cuál? Me gustaría verla más seguido. Podría cambiarme a… ¡Oh, no, Hamilton! No me gusta la manera en que mi cabeza está trabajando en estos momentos. Es una pesadilla.
—¡Race! —Kyle entró meneando su cabello rubio para quitar el exceso de agua. ¿Agua?
—¿Está lloviendo? —pregunté sin poder ver afuera, el bar era completamente tapado y oscuro.
—Claro que está lloviendo. ¿Qué creías? Que me derramé una botella de agua para entrar haciéndome el dramático. Estás en Londres, idiota. ¿Qué esperabas?
Sí, bueno, estaba acostumbrado a que empezara a llover de la nada. No sé por qué todavía se lo pregunto a este hombre que tiene cerebro de manilla. Quitándose la chaqueta, la colocó en el colgador, donde sería bueno ir a colocar la mía, ni siquiera me la he quitado.
Regresé mi atención a la barra, donde Renny hablaba con otro de los trabajadores que cargaba una charola de botellas vacías de cerveza. Ella reía de la misma manera que estaba riendo conmigo en China Town. Entrecerré los ojos, no me gustaba ver que ella estuviera disfrutando de las palabras de otro, ¡Jesús! No me gustaba para nada.