Solo tú y yo

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Aún no me hago a la idea de que hoy es el primer día de clase después de las maravillosas vacaciones de verano de este año. Mis padres organizaron un viaje de dos semanas a Barcelona, donde viven mis abuelos maternos. A mis hermanos no les hizo mucha gracia el viaje por tener que pasar tanto tiempo fuera de casa y alejados de sus amigos, pero mi padre consiguió convencerlos con un poco de dinero. Por desgracia, así funcionan mis hermanos.

Después de todo, ha sido duro no haber podido ver a mis amigas en estos tres meses. Yo he estado fuera de París, Jessica ha pasado todo el verano trabajando con sus padres en la cafetería familiar y Zoé con su hermana mayor en Lyon.

Esta mañana tenía tantas ganas de prepararme para ir a clase que no he necesitado el despertador para levantarme.

Con las zapatillas de estar por casa puestas, doy un salto de la cama al suelo y voy directamente hacia el armario para coger mi uniforme. Enfrente del espejo, abotono uno a uno los botones de la camisa blanca y subo la cremallera de la falda de cuadros verdes y negros. Acomodo la chaqueta, con el logo del instituto en un lateral, sobre mi espalda y me pongo mis botines negros con algo de tacón.

Por último antes de salir de mi habitación, recojo mi larga melena morena en una coleta alta y ato un pañuelo verde alrededor como detalle final. Cojo el bolso del suelo y me lo cuelgo del hombro.

Al abrir la puerta, en el pasillo, no se escucha nada más allá del ruido de los cubiertos y unas voces lejanas en la última planta de la casa. Me agarro a la barandilla y bajo con cuidado las escaleras para no torcerme un tobillo el primer día de clases.

Cuando entro en la cocina, me topo con mi madre que está sentada a la mesa ojeando su móvil, como todas las mañanas.

—Buenos días mamá.

—Buenos días cariño —deja el móvil sobre la mesa y fija su mirada en mí—. ¿Cómo has dormido?

—Bien, me he levantado con energía —le devuelvo una sonrisa—. Tengo muchas ganas de ir a clase.

Cuelgo el bolso en la silla antes de sentarme en mi sitio habitual y observo el plato de tortitas con una capa de chocolate negro y caramelo que se encuentra enfrente de mí. Delicioso, pero prohibido.

—¿Hoy no me han preparado mi bol de fruta? —Le miro intentando no parecer molesta, ya que al menos sí que se ha acordado de que solo tomo zumo de naranja para desayunar—. Mamá, sabes que siempre desayuno fruta, ¿qué es esto? —digo señalando el plato con un dedo.

—He preparado este desayuno especial para celebrar con vosotros vuestro primer día de clases —dijo con un tono de voz calmado—. Si hoy no tomas tu desayuno de siempre no te pasara nada.

Decido no comentar nada más sobre el asunto para no fastidiarle el desayuno. Por lo menos ha tenido el detalle de prepararnos el desayuno ella misma. Normalmente cocinan otras personas, que por lo que veo hoy no están por aquí.

—¿Qué pasa, ya se está quejando?—pregunta mi hermana, Joséphine, cogiendo una manzana de la cesta y llevándosela a la boca.

No me hace falta responderle, con mi mirada ya comprende que debe mantener la boca cerrada si sabe lo que le conviene.

Mi hermana Joséphine tiene dos años menos que yo y desde que llegó a esta casa lo único que sabe hacer es molestarme. La quiero con todo mi corazón pero muchas veces puede llegar a ser una persona insoportable.

—Hoy no me esperéis para comer, he quedado con Beatriz después de clase.

—¿Qué vais a hacer cariño? —Las preguntas de mi madre para saber todo lo que hacemos no son nada nuevo para nosotras. Lo que ella no se esperaba es que la respuesta de mi hermana fuera tan escueta.

—Cosas —dice antes de irse con una sonrisa divertida en los labios.

Termino mi plato de desayuno rápidamente para poder irme cuanto antes. Una vez acabado, lo dejo en el fregadero y me dispongo a salir de la cocina pero mi madre me detiene antes de que pueda hacerlo.

—Olivia, tu padre tiene una reunión muy importante esta tarde y necesita el coche —Me apoyo en el marco de la puerta y desconecto rápidamente siguiendo cada uno de sus movimientos. Estoy tan distraída que no me paro a pensar en lo que eso significa—. Tendrás que venir andando a casa.

—No te preocupes —Me acerco a ella y le doy un beso en la mejilla—. Nos vemos.

Recojo mi bolso de la silla, salgo de la cocina y camino por el pasillo hasta la puerta principal. Bajo las largas escaleras hasta el portal y me dirijo al BMW negro que me espera aparcado enfrente del bloque de apartamentos donde vivimos. Me acerco al lado izquierdo del coche y al abrir la puerta me topo con mi hermana.

—Joséphine, sabes que este es mi sitio, muévete —Mi hermana sabe que este es mi sitio, o al menos, así lo acordamos. Como le encanta fastidiarme.

Joséphine levanta la mirada de su teléfono para demostrarme, una vez más, lo que me quiere. Extiende su dedo corazón hacia mí y lo mueve de un lado a otro. Ruedo los ojos cansada y le cierro la puerta antes de que le dé tiempo a apartar la mano.

No creo que le haya pasado nada pero si le hubiera pasado, lo siento mucho hermanita, un tiempo con la mano vendada tampoco te vendrá nada mal.

—¡Estás loca! —Escucho su grito nada más subir al coche—. Casi me pillas la mano con la puerta.

—Así aprenderás a no ponerte más en mi sitio.

El chófer de la familia, ajeno a la discusión, arranca el coche y pone rumbo a nuestro instituto.

Mis padres empezaron su vida como pareja en Le Marais, un barrio importante situado en el III distrito de París. Los apartamentos en esta zona son muy caros y glamurosos, por eso la mayoría de nuestros vecinos son familias ricas como la nuestra.

Nuestro instituto se encuentra en el V distrito de París, a unos veinte minutos en coche de nuestra casa. Es uno de los más conocidos por estar al lado del Panteón de París y la Sorbona, la histórica universidad de París, y por ser un instituto caro y prestigioso de París.



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En el texto hay: adolescentes, juvenil, amor

Editado: 11.03.2022

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