Parte Quinta

Selene no podía apartar los ojos del hombre frente a ella.

Sus orbes doradas la atraían sin contemplación. Aún sin poder precisar de qué se trataba, algo en su interior la hacía sentir como si ya se conocieran.

Pero más importante, se sentía segura en su presencia, lo que era por demás de extraño considerando los recientes acontecimientos que la habían conducido hacia ese lugar desconocido. Sin mencionar que el pobre, aunque atractivo, claramente tenía algún problema mental.

Nadie en su sano juicio haría una afirmación sobre encontrarse en un lugar inexistente como la Atlántida.

Sí. Ella había visto las paredes y la ciudad de cristal, incluso las personas con cola de pez; pero nadie podría culparla del lapsus momentáneo producto de alguna clase de shock por la caída.

Absorta en sus pensamientos, no notó al pequeño hipocampo dirigiéndose a ella hasta que fue demasiado tarde y sintió el golpe de su trompa en la nariz, claramente intentando obtener su atención. Una vez logrado su objetivo, el animal volvió a alejarse en dirección al hombre en la habitación.

Y esta vez, algo más capto la atención de Selene.

El cabello y ojos no era lo único espectacular en él.

Lo que no había notado al verlo por primera vez era su escultural torso desnudo... Y la gran cola de pez color fuego que bajaba desde su cadera.

Tritón. Fue la palabra que acudió a su mente al asimilar la imagen frente a ella.

Y uno muy sexy si debía agregar.

Selene no estaba segura de querer ahondar en esa extraña afirmación que su mente acababa de producir y tampoco tuvo tiempo de hacerlo, pues un par de golpes en la puerta resonaron en el interior de la habitación.

El tritón flotó fácilmente a abrirla.

Justo al otro lado de la misma, un nuevo tritón apareció a su vista.

El nuevo visitante de tez morena y cola chocolate solo le dedicó una fugaz mirada de reconocimiento antes de centrarse en el otro hombre.

—Zale, tu padre exige conocer a tu visitante.